Ya no es noticia que, una vez conocida la primera tanda de encuestas presidenciales de 2012, Enrique Peña Nieto se mantiene como puntero absoluto de la contienda.
En todo caso, lo verdaderamente nuevo es que el virtual candidato presidencial del PRI parece vivir los mejores tiempos de su periplo rumbo a la casa presidencial; tiempos que convierten a Peña Nieto en un candidato que resiste todos los obuses enviados por sus adversarios.
En otras palabras, se puede decir que hoy, Peña Nieto es un presidenciable intocable, imbatible, a cuyo gallo “no le quitaron ni una pluma” las feroces andanadas mediáticas y de redes sociales que, en los meses de octubre, noviembre y diciembre, lanzaron sus adversarios. Pero vamos por partes.
¿Cuál fue la presión a la que sometieron los partidos de la izquierda y la derecha —además del gobierno federal—, a Enrique Peña Nieto, en los meses recientes?.
Todos contra Peña
Si recurrimos a un ejercicio elemental de memoria, sin duda que estaremos de acuerdo en que ningún partido y ningún candidato —además del PRI y del mexiquense, claro—, fue sometidos a la golpiza que enfrentaron el PRI y Peña Nieto, debido no sólo a la forma poco ortodoxa como llevó a la presidencia del PRI a Humberto Moreira, sino al escándalo por el inmoral endeudamiento en Coahuila.
Con una pizca de honestidad, tendremos que reconocer que ni el PAN ni el PRD —y menos sus candidatos presidenciales—, han sido sometidos a un golpeteo como el aplicado al PRI y a Peña Nieto, por el escándalo de Moreira y el despilfarro en Coahuila. Bueno, fue tal la paliza, que el bailarín, Humberto Moreira, debió dejar el cargo en medio de una penosa retirada.
Y en efecto, en su momento fue un gran escándalo, pero fue tan bien manejado el asunto por los estrategas de Peña Nieto que hoy, por cierto, ya nadie se acuerda del inmoral y nada ético endeudamiento de Coahuila.
Pero no fue todo, cuando aún no terminaba el sainete de Moreira y Coahuila, resulta que Peña Nieto se tropezó con sus propias limitaciones, cuando en la FIL de Guadalajara, dio pena ajena al no poder citar el título de tres libros, al hilo. Los malquerientes del mexiquense hicieron su agosto y, literalmente, convirtieron en festín mediático y de redes sociales el penoso tropiezo de Peña Nieto; resbalón que algunos ingeniosos calificaron como el “despeñadero”.
Por eso, muchos de los malquerientes del aspirante tricolor esperaban que, en las primeras encuestas de enero de 2012 —que en realidad son el punto de partida de la contienda presidencial—, la popularidad y aceptación de Peña Nieto naufragara luego de los “tres meses negros” que había enfrentado.
El efecto teflón
Sin embargo —y ante la sorpresa de muchos—, en todas las encuestas la popularidad de Peña Nieto prácticamente se mantuvo sin cambios; continúa como puntero absoluto de todos los presidenciables.
Y si bien en algunos casos bajó entre uno y tres puntos porcentuales —respecto de la medición inmediata anterior—, lo cierto es que esas variaciones se interpretan como el margen de error de las mediciones.
Y es que, nos guste o no, Peña Nieto aventaja por un margen de dos a uno a todos los presidenciables de todos los partidos —con poco más de 20 puntos porcentuales—, con la salvedad de que quien ocupa el segundo lugar en todas las encuestas, la señora Vázquez Mota, quien apenas se encuentra en el proceso de preselección del candidato del PAN, en tanto que el candidato de las llamadas izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, aparece en un lejano tercer lugar, con poco más de 20 puntos porcentuales de desventaja.
¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué razón, Peña Nieto parece enfundado en la armadura de intocable? ¿Por qué ha sido inmune a escándalos y golpes que, en circunstancias similares, habrían tumbado a otros políticos de otros partidos? Para tratar de entender el fenómeno, ensayamos dos hipótesis.
Primero, que Peña Nieto vive —aún hoy— el clímax de un romance platónico con un amplio sector de electores, que lo ven como el mejor, el menos malo o el único con posibilidades para convertirse en presidente.
Pero lo cierto es que no estamos ante un inédito, Lo cierto es que se trata de un fenómeno que ya experimentaron —cada uno en su momento—, el panista Vicente Fox y el perredista Andrés Manuel López Obrador.
Igual que Fox y AMLO
Por eso, vale recordar que en los previos al año 2000, cuando en éste y otros espacios se cuestionaban las incapacidades, dislates y los “foxismos” de Fox, los enamorados del panista nos condenaban a la hoguera, dizque por traición a la patria.
Y es que desde antes que Fox se convirtiera en candidato y luego Presidente, era evidente su incapacidad para el ejercicio del poder. Pero criticar a Fox en esos años, era desatar la ira de sus adoradores.
Pero no fue todo. Resulta que seis años después, en los previos a 2006, abundaba el insulto, la ofensa y la amenaza —salida de los fanáticos de AMLO—, lanzada contra los periodistas que nos atrevíamos a criticar los delirios y las mentiras del candidato que entonces había sido endiosado por las grandes mayorías; Andrés Manuel López Obrador.
En esos años, cuestionar al tabasqueño era lo más parecido a cometer un “pecado de lesa democracia”, ya que esa crítica desataba la rabia, la intolerancia y las expresiones fascistas de los fanáticos lopistas. Y eso costó a los periodistas críticos, no sólo ser perseguidos, sino censurados y hasta echados de algunos medios. De ese tamaño fueron el fanatismo y la intolerancia.
Y viene a cuento el ejercicio memorioso, porque a los enamorados de un político, que además es candidato presidencial —como ocurrió con Fox, con López Obrador y como hoy ocurre con Peña Nieto—, poco les importa lo bueno o malo que haga o deje de hacer su preferido. Lo único que les importa a los seguidores y fanáticos, es mantener su fidelidad.
¿Y por qué esa convicción ciega y sorda?
Algunos especialistas de la conducta humana señalan que, la razón de ese amor político ciego, es porque ningún mortal, sea ciudadano y/o elector, es capaz de aceptar que se equivocó al seleccionar a su preferido, sea un político, un deportista o un amigo.
Y segundo, porque los ciudadanos quieren gobernantes eficaces y que ofrezcan algo distinto a lo que han tenido. Y en el caso de Peña Nieto, sus enamorados políticos creen que es distinto a los gobiernos del PAN, a las gestiones de la izquierda; partidos políticos que —por cierto—, fracasaron culturalmente.
¿Por qué fracasaron el PAN y el PRD?. Elemental, porque los electores, hoy prefieren el regreso del PRI. Al tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.