Se ha abierto la puerta a destacados profesionistas para el Congreso. Ocasionalmente se han incorporado celebridades, nada para presumir, casi nunca periodistas, aunque sí uno que otro escritor. Algo habrá en la política que, al igual que en otros menesteres, una vez que cruzan la línea no hay retorno. Queda claro que los “ciudadanos” partidizados no regresan a lo suyo...
Desde hace tiempo el tema también se ha trasladado a los partidos. Así, por ejemplo, el PAN en 1985 abrió la puerta a José Francisco Paoli, una persona irrefutable por donde se le vea, y al abogado fiscalista Fauzi Hamdan, de quien se señaló en su periodo de senador, quizá sin razón, tráfico de influencia en asuntos de su especialidad. El caso del PRD ha sido distinto, más bien ha reclutado líderes sociales, dirigentes universitarios, representantes del movimiento urbano y priistas desafectos que llegaron a gobernar sus entidades: Pablo Salazar, Ricardo Monreal, Ángel Aguirre, Alfonso Sánchez Anaya o Leonel Cota.En la nomenclatura naturalizada por la costumbre, se ha hecho una división falaz entre políticos y ciudadanos. La genealogía de esta discutible designación se origina en la idea de señalar, identificar, a quien presuntamente estaría sometido al poder gubernamental o al PRI. Así, en los tempranos 90 se llegó nominar consejeros “ciudadanos”a los funcionarios que mandaban el órgano electoral. Pronto cambiaría el título, no la idea, de que no ser priista era garantía de imparcialidad, aunque no lo fuera, como lo prueban los muchos consejeros electorales que transitaron a la política partidaria, unos muy buenos, otros no tanto: Santiago Creel, Alonso Lujambio, Granados Chapa, Molinar Horcasitas, Jaime Cárdenas. Es una paradoja, pero no hubo consejeros promovidos por el PRI que hayan derivado a la política.
Los tres partidos han abierto la puerta a destacados profesionistas para el Congreso. Ocasionalmente se han incorporado celebridades, nada para presumir, casi nunca periodistas (por algo será), aunque sí uno que otro escritor. A la Secretaría de Educación y al servicio exterior, mucho honró al país la tradición del ogro filantrópico de incorporar nombres de la mayor excelencia en la cultura. Las mejores páginas del nacionalismo revolucionario se asocian a esta práctica perdida en el devenir.
Algo habrá en la política que al igual que en otros menesteres una vez que cruzan la línea no hay retorno. Queda claro que los “ciudadanos” partidizados no regresan a lo suyo. Hay excepciones: llama la atención la manera como el doctor Zedillo recuperó con autenticidad su vocación por la academia en su voluntario autoexilio. Por allí están algunos casos como el ex gobernador Víctor Manzanilla, quien con encomiable dignidad regresó a la cátedra en la UNAM. De Humberto Moreira se dice que su anhelo es regresar al aula. La realidad es que para casi todos la política es como una adicción que nunca cede. Al político lo retiran, no se retira, y allí está la nómina casi interminable de ex gobernadores en la búsqueda de una nueva oportunidad, por menor que sea.
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