Ha comenzado este año electoral con las precampañas de candidatos y partidos políticos; el debate sobre
lo permitido, lo legal, lo posible y lo legítimo, vuelve una y otra vez a cuestionarnos sobre qué tipo de ejercicio electoral necesitamos.
El marco legal electoral en nuestro país tiene medidas muy claras para estos procesos, aparentemente internos de los partidos políticos, que habrán de posicionar a un candidato. Y aunque la ley actual es muy restrictiva a propósito de la promoción personal de los precandidatos y de los gastos que ello implica, resulta evidente que las fuerzas políticas están ya en medio de una gran exposición mediática y activismo propagandístico porque es el tiempo de establecer a sus equipos y definir estrategias.
Por ello, es un momento oportuno para recordar a todos los aspirantes a un puesto de elección popular, que la carrera política debe entenderse, ante todo, como un camino para convertirse en un servidor público, cuyo único objetivo debe ser buscar el bien de los ciudadanos y de la nación. Bajo esta lógica, lo mínimo esperado en estos momentos es civilidad en la contienda; nuestros procesos democráticos no deben caer nuevamente en juegos sucios, descalificaciones y estrategias cavernarias de poder, coacción y desprecio.
Es preciso, hoy más que nunca, un debate de altura, privilegiando el diálogo respetuoso donde los votantes sean los beneficiados al conocer y valorar serenamente las propuestas políticas de cada candidato. Nuestro país requiere un discurso honesto, con propuestas concretas, sólidas y claras para que los mexicanos tengan oportunidad de analizar y reflexionar su voto.
En esto, los medios de comunicación tienen frente a sí el reto ético y cívico de no hacer de la cobertura electoral un espectáculo más propio de la farándula del medio artístico que de un ejercicio cívico que implica un compromiso social serio, y de brindar a la sociedad elementos de información, útiles para valorar su definición.
No está demás señalar que la virtud principal del buen político debe ser la honestidad, junto con la preparación y las cualidades necesarias para el desempeño de la gran responsabilidad que recibe. Lo opuesto a la honestidad es la corrupción, que comienza a manifestarse cuando están primero los intereses propios o los compromisos con grupos, en detrimento del bien común. En este sentido, los partidos políticos no deben considerarse por encima del país; son sólo instrumentos de organización ciudadana para proponer soluciones a nuestros problemas; tienen una función importante en la democracia para buscar las mejores propuestas e ideas, pero no nos deben llevar a radicalismos. Tampoco los candidatos tienen un valor absoluto. Son muchas las propuestas válidas y, quienes resulten elegidos, deben finalmente trabajar para el país entero y no sólo para determinados grupos partidistas.
Indispensable es que, en este primer momento de formar grupos y establecer estrategias, los partidos y los candidatos tomen distancia del crimen organizado, de los grupos delincuenciales y de intereses negativos. Es mejor denunciar los chantajes a tiempo que sufrir las consecuencias a destiempo; es mejor ser candidatos con autonomía y con calidad moral, que gobernantes manipulados y presionados.
Por último, es comprensible el desánimo que sufre la mayoría de los mexicanos para salir a votar –a causa del comportamiento de gran parte de la clase política–, pero es necesario pasar a la acción y ejercer nuestro derecho al voto, sopesando adecuadamente las opciones y eligiendo en conciencia a quien creemos que será la persona adecuada para llevar el rumbo del país durante los próximos seis años.
Leído en http://www.desdelafe.mx/apps/article/templates/?a=693&z=40
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