Por: JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ
Josefina Vázquez Mota ganó con facilidad la candidatura del PAN. No tuvo que esforzarse por bosquejar una idea de gobierno, no se tomó la molestia de debatir con sus adversarios en el partido. Se paseó por el país con la sonrisa como único mensaje y con el discurso de género como novedad característica. Integrante prominente de los dos gobiernos panistas no trató en ningún momento de esclarecer la línea de continuidad y el punto de cambio que propone para el futuro. No es que permaneciera callada, es que de sus palabras es imposible extraer una idea. Lugares comunes envueltos en buenas intenciones. La candidata del PAN puede hablar durante horas sin que se tropiece con un argumento. Vázquez Mota padece la enfermedad que azota por igual a políticos y locutores. Ambos suelen ser víctimas de la palabrería: una incontinencia verbal que trata a la palabra como costal para tapar el silencio.
Entre la palabrería de la candidata despunta un mensaje que se perfila como el corazón de su discurso electoral. Al celebrar su victoria en la contienda interna del PAN, Josefina Vázquez Mota ofreció en varias ocasiones un gobierno maternal. Cuidaré de ustedes como he cuidado a mis hijas, dijo una y otra vez. Frente a los panistas que celebraban su victoria presentó a su familia como ejemplo de su política, presentándola al país como un modelo. Al parecer, la guía de su política ha sido la experiencia de su propia maternidad. Cuidaré de México como he cuidado de mi casa. El punto es llamativo porque se trata de una política con innegable experiencia de gobierno. Nadie como ella representa a las dos administraciones panistas. Trabajó con Fox y también con Calderón. Estuvo al frente de la Secretaría de Desarrollo Social y de la Secretaría de Educación Pública, dos monstruos de la administración pública federal. Encabezó la bancada panista en la Cámara de Diputados. Por eso, porque no se trata de una novata, porque nadie podría negar que es una profesional de la política, sorprende que su mensaje desdeñe su experiencia administrativa para subrayar su experiencia familiar.
Mientras la izquierda propone una república amorosa, la derecha propone una política maternal. La presidenta como madre que nos cuida, que nos alimenta, que nos protege de los malos y nos educa para el bien. No niego que la línea sea emocionalmente poderosa. No dudo que funcione y que, en algunos círculos, resulte hasta conmovedora. Lo que quisiera explorar es si ese discurso es democráticamente aceptable y si está la candidata dispuesta a asumir las consecuencias de esa concepción. Asociar el gobierno con la paternidad (o la maternidad) es una de las ideas más antiguas y, quizá por ello, una de las nociones primordiales de la política: el gobernante como un padre protector que, con severidad (o dulzura), nos hace ver lo que por nuestra inmadurez, no alcanzamos a entender. El paternalismo nos niega como ciudadanos capaces de evaluar el mundo por nosotros mismos. Nos ve como niños y nos trata como niños. Nos cree incapaces de decidir y, sobre todo, está convencido de que nos podemos hacer mucho daño si nos dejan libres. Cuando el patriarca nos castiga es, siempre en nuestro nombre y para nuestro propio bien. Por eso me parece inaceptable el maternalismo de Josefina Vázquez Mota. Sería aberrante que Peña Nieto o López Obrador ofrecieran cuidarnos como cuidan a sus hijos porque lo que queremos de un gobernante es que nos reconozca como ciudadanos.
El maternalismo de Josefina Vázquez Mota es la forma más desafortunada de usar políticamente la carta de género porque lanza a su propia familia al ring de la contienda, porque confunde el ámbito privado con la esfera pública, porque desliza una preocupante negación de nuestra adultez. No niego la importancia histórica de que Josefina Vázquez Mota sea la primera mujer con probabilidades serias de ocupar la presidencia de la república. No niego tampoco que una mujer pudiera, por el hecho de serlo, representar un estilo de liderazgo peculiar que, como ha apuntado Joseph Nye, sea más adecuado a los nuevos tiempos. Lo que cuestiono es que se invoque a la familia como modelo político. Hacerlo invita a una inspección que nada aporta a la vida pública. Si la panista relata que nos cuidará como ha cuidado de sus hijas, ¿tendríamos derecho a examinar cómo lo ha hecho? ¿Podríamos criticarla en los medios como madre de familia? ¿Creería legítimo que se cuestionara públicamente su maternidad? Supongo que no: para evaluar a la política debemos mantenernos lejos de la recámara de sus hijas. La candidata no debería invitarnos a abrir esa puerta.
La urgencia de escapar del vocabulario bélico de Felipe Calderón ha provocado graves retrocesos discursivos: la invocación del amor y de la familia como remedios a la guerra.
Leido en http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/
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