domingo, 25 de marzo de 2012

Berrueto - Benedicto XVI en México


México representa mucho para la Iglesia católica. Se reclama que la visita del pontífice ocurra en medio de elecciones. La Iglesia milenaria no está para escoger tiempos; Juan Pablo II definió un estándar de relación de la Iglesia con el mundo; después de él queda la convicción de que el Papa enclaustrado en Roma pertenece a otra época. Benedicto XVI no viene a cargar dados en los comicios, los problemas del país y las necesidades de la Iglesia trascienden al sospechosismoelectoral.
Los católicos mexicanos se rindieron ante Juan Pablo II; el fervor religioso tuvo encuentro con el carisma y la calidez del papa polaco; en lo inédito del encuentro se le veía y se le sentía. A Benedicto XVI se le escucha y los mexicanos no quieren consuelo, sino cómo superar las dificultades por la violencia. A diferencia del Estado que define ciudadanos y dificultosamente separa a éstos de los delincuentes, para la Iglesia sólo hay almas, nadie libre de pecado, un sentido igualitario y humanista que debiera hacer reflexionar a gobernantes y políticos.
La Iglesia católica es la institución política más antigua de la historia. Su misión le habilita por hablar de igual a igual al César. En la Iglesia hay política, porque tiene poder. En tiempos de la República liberal, los planos de la Iglesia y del Estado son distintos; para uno la fe en Cristo y todo el ritual y simbolismo que le acompaña; para el otro, la fe en la soberanía popular y todo el ritual y simbolismo que le acompaña.
México padeció mucho para lograr su independencia y medio siglo después sufrió para alcanzar la separación del Estado de la Iglesia. A Juárez le debemos la certeza y la claridad de que lo público debe ser laico y lo privado opción libre.
Estado e Iglesia se han lastimado, un absurdo la guerra cristera, lugar de la visita papal. Hubo reconciliación, por lo mismo es una pena que quien recibe al Papa no sea la mejor expresión de ese sentimiento originario de la República laica. Pero Calderón es presidente, precisamente por ese sentido de soberanía popular defectuosamente procesada por el voto ciudadano. Buenos cristianos por lo común suelen ser buenos ciudadanos, aunque para la República y su civilidad suficiente es lo segundo.
La Iglesia también tiene profundos problemas. El mundo cambia más rápido que las instituciones. La modernidad tecnológica y las nuevas prácticas en la comunicación y las relaciones sociales son un desafío, pero no obstruyen religiones ni creencias, aunque sí trastocan valores y verdades ancestrales. En realidad, los problemas del catolicismo son de muy viejo origen, aunque ahora, en tiempos de libre escrutinio público están más a la vista y dan falsa idea de su novedad o de que las cosas están peor que antes. No se puede ir contra la condición humana sin pagar un elevado costo. El celibato y la exclusión de las mujeres del sacerdocio no tienen sustento.
Iglesia y República comparten la misma realidad: sus peores y más nocivos enemigos están dentro, aquellos que no pueden vivir a la altura del principio, del ideal. A ambas se les dificulta reconocerlo y todavía más, sancionarlo. El miedo a la verdad es el problema originario que aleja a la grey o aliena al ciudadano. Mejor decir las cosas como son y actuar en consecuencia. Pero para el poder laico o religioso eso es en sumo problemático.
Por los problemas en el país la visita del papa Benedicto XVI puede ser para bien. No hay lugar al reclamo por la libertad religiosa. Los principios laicos en educación pública y medios de comunicación concesionados vienen bien a un país más guadalupano que en la ortodoxia católica. No debe temerse a las expresiones públicas de fervor religioso, tampoco se debe preservar la absurda tradición de disciplina externa que impide a las personas vestirse como les viene en gana. De manera difícil se ha entendido que religión y libertades son compatibles.
La Iglesia juega su parte en estos momentos de aguda crisis social y de un enorme desaliento y escepticismo por la violencia y el crimen. No es poco lo puede hacer la religión en un país abrumadoramente católico, como también la escuela o los medios de comunicación deben hacer lo suyo para frenar la descomposición que ha llevado al país a tal extremo. En ello, quizás puedan hacer más para revertir al crimen que los policías, jueces y cárceles. No se trata de dar un giro a la derecha, sino de rescatar los valores y principios que por igual promueve buenos cristianos y buenos ciudadanos.
Ciertamente, Benedicto XVI no está para verle o sentirle, sino para escucharle. Cada cual desde su propio espacio, realidad y creencia, dar oído a ese lenguaje tan singular de quien ahora encabeza a la Iglesia

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