viernes, 23 de marzo de 2012

Epigmenio Ibarra - ¿Y la justicia, señor Calderón?



Quien abre las puertas a la guerra echa a la justicia por la ventana. Eso mismo hizo usted, señor Calderón, hace cinco años. Hoy todos los mexicanos pagamos las consecuencias. Las pagarán, si no hacemos algo para evitarlo, también nuestros hijos.
La demolición del sistema de justicia, la bancarrota total de los cuerpos policiales y los ministerios públicos, el colapso del sistema penitenciario, la descomposición de las fuerzas armadas —resultado natural de esta guerra fallida— serán su trágico legado.
Hizo Vicente Fox de la PGR cómplice para la intentona de golpe de estado desde el estado del desafuero. Usted la ha hecho desempeñar el rol de abogado confesional y últimamente el de oficialía de partes de la defensa nacional y los norteamericanos.
De las decenas de miles de muertes que, se han producido en estos años de su cruzada personal, la inmensa mayoría permanece impune. No hay investigaciones en curso. Ni siquiera un censo adecuado de las mismas.
Poco o nada se sabe sobre los asesinos. Menos todavía de las víctimas. A unos no se les persigue. A las otras, simplemente, se les criminaliza y olvida.
¿Cuántos son? ¿Cómo se llamaban? ¿Quién los mato? ¿Por qué? A nadie en su gobierno, tan dado a celebrar sus “logros” con una danza de cifras, le importa responder estas preguntas, y de esto, señor Calderón, se trata la justicia.
Con el “se matan entre ellos” resuelven, zanjan sumariamente estas interrogantes, usted y los suyos.
De manera expedita, sin mediar proceso judicial alguno, destruyen el prestigio de los muertos, marcan a sus familias, sellan el destino de los hijos.
Cada discurso suyo, cada arenga —salvo algunas muy contadas- es una invitación a la justicia por propia mano o peor todavía puede ser esgrimida como coartada para quienes, muchas veces al amparo de una placa o un uniforme, operan escuadrones de la muerte.
Cualquiera mata en cualquier sitio a cualquier persona. A nadie le importa. No hay policía que persiga a los presuntos asesinos, ministerio público que integre averiguaciones y las presente ante los tribunales.
Pocos son los procesados; menos aún los sentenciados.
Sobrepobladas, pasto de la impunidad y la corrupción de autoridades venales, las cárceles son la retaguardia del crimen.
Motines y masacres que en ellas ocurren son, a final de cuentas, una forma tolerada y quizá promovida por la misma autoridad, de realizar “operaciones de limpieza”.
Impunes unos; corruptos otros, aquí lo único que vale, gracias a su guerra, señor Calderón, son sus desplantes propagandísticos. Montaje vergonzante y aun impune fue el de García Luna al corromper el proceso en el tristemente célebre caso Cassez.
Montaje ha sido, para desgracia del país, y al terminar de corromper el aparato judicial, al hacerlo una parte prescindible del sistema, su gobierno completo.
Decidió usted convertir en guerra la necesaria y urgente lucha contra el crimen organizado. Se le hizo fácil disfrazarse de general; sacar a la tropa a la calle, decidir que a la violencia del crimen organizado había que enfrentarla desatando la violencia del Estado.
A la ley de la selva nos tiene sometidos y a su voluntad, señor Calderón. No le ha puesto un alto —y eso habla muy mal de esta institución— el Congreso. Tampoco la Corte. Menos los medios.
Tampoco se han rehusado a obedecer sus órdenes generales y jefes del alto mando a quienes la “obediencia debida” no habrá de salvar, estoy seguro, del juicio severo de la historia.
Muchos habrá en las fuerzas armadas que saben, porque lo sufren a diario en el terreno de combate, que no es la “guerra” la solución al problema del crimen organizado.
Muchos habrá entre las tropa y la oficialidad, esos que ponen los muertos, que detrás de esta guerra hay también muy sucios y enormes negocios de unos cuantos.
Muchos habrá que están hartos de que las únicas batallas importantes no se libren; la del desarrollo y el bienestar, la del empleo y la salud, la de la educación y el fortalecimiento del aparato de justicia en nuestro país.
Muchos habrá, en las fuerzas armadas, que saben que se exponen y exponen a la instituciones en una guerra por encargo en la que Washington nos traiciona a cada paso.
Tampoco los ciudadanos, divididos, atemorizados, hipnotizados muchos por la propaganda, hemos sido capaces de acotar la discrecionalidad con la que usted actúa.
Habida cuenta de que la policía o no existe o esta coludida con los criminales en muchas regiones del país se ve a los soldados como salvadores de la patria.
Pocos reparan en el hecho de que antes de que la tropa llegara la violencia era considerablemente menor. Menos todavía en que hay una relación inversamente proporcional entre el número de efectivos destacados en una comunidad y la cantidad de hechos violentos que en ella se producen.
Impunidad y corrupción han sido el sello de la justicia en México. Hoy es también la sangre que tan insensata e inútilmente se ha derramado.
Ojalá y la justicia algún día lo alcance, señor Calderón. Esa que los ciudadanos volvamos a poner sobre sus pies, cuando la dignidad de la ley, y no la indignidad de las balas, impere de nuevo.

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