EL PROBLEMA
El avance en la igualdad política que trae consigo la democracia debería
desembocar en un avance notorio e histórico de la igualdad social.
Parecería lógico que así fuera, sin embargo hasta ahora no
necesariamente ha sido el caso. Y es que las altas concentraciones de
dinero privado han logrado influir sobre los procesos políticos para
preservar o reconstruir la desigualdad heredada. Se requiere voluntad
política, y mucha, para romper y mantener roto ese círculo vicioso entre
dinero e influencia política. Los mexicanos vivimos en un sistema que
es ejemplo vivo de la primacía de los intereses monopólicos sobre el
interés general.
La democracia ateniense fue el primer gran intento de igualdad política
dentro de una sociedad occidental compleja pero ese notable experimento
no duró mucho ni tuvo efecto notorio por lo que a igualdad material se
refiere. Cuando milenios más tarde ese proyecto democrático volvió a
repetirse, aunque ahora a una escala mundial, los resultados no muestran
una disminución apreciable en la desigualdad. Si se examinan las cifras
que proporciona la OCDE sobre sus miembros, se verá que los países con
la distribución del ingreso más igualitaria como Suecia, Noruega o
Dinamarca son también sistemas políticos democráticos. Sin embargo, otro
país también reputado como ejemplo de democracia política por más de
dos siglos, Estados Unidos, es crecientemente desigual, al punto que la
OCDE lo coloca en este rubro al lado de México, el país más desigual del
conjunto (www.oecd.org/els/social/inequality).
Si se acepta la propuesta hecha hace 77 años por el politólogo
norteamericano Harold D. Lasswell (1902-1978) "La política es el estudio
de quién consigue qué, cómo y cuándo" (World politics and personal
insecurity, Nueva York: Free Press, 1935), entonces las cifras sobre la
distribución del ingreso son la mejor radiografía sobre la naturaleza
profunda del sistema político de cualquier país. Así, y no obstante sus
enormes diferencias históricas, económicas y culturales, las estructuras
del poder político de México y Estados Unidos casi se hermanan.
En Estados Unidos el 1% de los contribuyentes recibe el 19.77% del total
de ingresos disponibles (ver el artículo de Thomas Edsall en The New
York Times, 22 de abril). Según las estadísticas oficiales mexicanas y
que se pueden consultar en la Encuesta nacional de ingresos y gastos de
los hogares del 2010, publicada por el INEGI en julio del 2011, el 10%
de los hogares más pobres se las tenían que arreglar con apenas el 1.8%
del ingreso disponible mientras que el 10% más rico lo hacía con el 34%
de ese ingreso. Miguel del Castillo Negrete, tomando también las cifras
oficiales, estima que el 1% de las familias mexicanas más ricas
-alrededor de 290 mil- disfrutaron de un ingreso equivalente a 47 veces
el del 10% de las familias más pobres, lo que significa el 18% del
total, situación casi igual a la de Estados Unidos (Este País, abril
2012). Finalmente, hay que tener en cuenta que estos datos son apenas
una aproximación muy gruesa de cómo está realmente distribuido el
ingreso -y la riqueza- en nuestro país, pues la muestra no está diseñada
para captar ni a los muy pobres ni a los extremadamente ricos -y los
hogares de mayores ingresos que sí entran en la muestra tienden a
reportar menos de lo que realmente tienen-, por eso la desigualdad
oficial, de por sí notable, es menor que la real.
La desigualdad de la sociedad mexicana es un problema histórico que sólo
se trató de enfrentar de manera efectiva a raíz del estallido de la
Revolución Mexicana, especialmente durante el cardenismo, cuando se
procedió al reparto de una de las fuentes de riqueza más importantes de
la época: la tierra. Al tiempo en que se puso fin al reparto agrario en
1992, los campesinos mexicanos habían recibido alrededor de 100 millones
de hectáreas es decir, que poseían las 2/3 partes de la propiedad
rústica. Sin embargo, en el momento mismo en que la reforma agraria tuvo
su época de oro -1935 a 1939- la vida campesina ligada a la tierra ya
había empezado a dejar de ser la fuente principal del sustento y de la
riqueza de los mexicanos. Si en 1930 todo el sector primario -el ligado a
la tierra y a la pesca- absorbía al 70% de la fuerza de trabajo, para
el final del siglo apenas si ocupaba al 20% del total. Así pues, la
modernización económica disolvió muy pronto el gran esfuerzo político de
justicia social de la Revolución Mexicana. Hoy la riqueza proviene de
actividades como la industria, la banca, las finanzas, los servicios,
que no se prestan a un reparto como el de la tierra.
EL ANÁLISIS EMPÍRICO
Adam Przeworski, un politólogo polaco-norteamericano, profesor de la
Universidad de Nueva York y autor, entre otros libros, de Democracy and
the market (Cambridge University Press, 1991), dio no hace mucho en
México una conferencia cuyo tema central versó sobre los efectos de la
democracia política sobre la igualdad y la redistribución del ingreso
(Democracy, Equality, and Redistribution).
Przeworski hizo notar que cuando se empezó a tratar, en teoría, el tema
de la democracia política en Europa, allá en el siglo XVII y hasta bien
entrado el siglo XIX, era aceptable la hipótesis de que conceder el
derecho a sufragio a las clases populares llevaría inevitablemente a la
demanda de igualdad económica y, por tanto, a la destrucción de las
clases propietarias. David Ricardo, el economista clásico, recomendó dar
derecho al voto sólo a aquellos que se supusiera no tenían interés en
poner fin al derecho a la propiedad privada.
Sin embargo, y en contra de lo que se supuso en la época anterior al
sufragio universal, la igualdad política propia de la democracia se hizo
realidad en una buena parte del globo pero coexiste con una enorme
desigualdad económica y, por tanto, social. La ola democrática se
extiende por el planeta, pero también la concentración de la riqueza, es
decir, la desigualdad. De acuerdo con el último número de Forbes (marzo
26, 2012), en 1987 la revista pudo encontrar apenas 140 personas o
familias cuya riqueza privada superara los mil millones de dólares. Este
año el registro es de 1,226 (Carlos
Slim encabeza la lista y otro mexicano, El Chapo Guzmán, sigue estando
en ella) que, en promedio poseen una fortuna de 3,700 millones de
dólares cada uno. Esto significa que esas 1,226 personas o familias
controlan bienes por valor de ¡4,536,200,000,000 dólares!
LA LEY DEL CÍRCULO VICIOSO
Examinando los datos mundiales sobre concentración de la riqueza y del
ingreso y los regímenes políticos actuales, Przeworski no puede menos
que concluir que, pese a la existencia de numerosas sociedades
democráticas, lo que funciona es una especie de ley del círculo vicioso:
"Una alta desigualdad económica genera altas desigualdades políticas y
la desproporcionada influencia política de los ricos perpetúa la
desigualdad [económica]".
Examinando los ejemplos de las políticas contra la pobreza en Brasil y
Argentina -y podría, desde luego, añadir el ejemplo de México-, el
politólogo polaco-americano sostiene que esos esfuerzos gubernamentales
que subsidian el consumo de los pobres quizá tengan un impacto efectivo
en reducir la pobreza, pero no han tenido ningún efecto notorio en
alterar la reproducción de los pobres en el tiempo, es decir, en
modificar sus capacidades para que ellos mismos sean capaces de
desarrollar el potencial que tienen y puedan aumentar sus ingresos y
salgan definitivamente de pobres.
Para disminuir de manera efectiva y permanente la desigualdad social y
hacer de la democracia política algo que sea históricamente
significativo, se necesita que los gobiernos se enfoquen no sólo en
redistribuir para que los más desvalidos sobrevivan en condiciones menos
deplorables que las heredadas sino que se haga real el acceso a los
medios a través de los cuales los más pobres pueden mejorar de manera
sustantiva sus capacidades productivas. Y de entre esas medidas destacan
la educación, pero una educación de muy alta calidad, el acceso a los
servicios de salud, de alta calidad también, crédito e infraestructura,
entre otros.
CONCLUSIÓN
Lo que debería estar en el centro de la discusión de cara a la próxima
elección mexicana es cómo poner fin a esta "ley" de la desigualdad
económica enunciada por Przeworski: las fuerzas del mercado siempre
tenderán a incrementar las desigualdades de los ingresos en una sociedad
y sólo la intervención activa -e inteligente- de los gobiernos puede
contrarrestar tal tendencia. El camino hacia la justicia social es
complicadísimo pero existe.
Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/655/1308304/default.shtm
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