Ahora resulta que los 60 mil muertos son un mero designio divino y el combate al narco tráfico una especie de guerra santa. El lunes pasado, Calderón dio una conferencia en Washington en la que se describió como el enviado a Los Pinos por una fuerza superior para luchar contra el mal.
El Presidente dijo, “Es probable que mucha gente se acuerde de estos años por la violencia y la delincuencia, los crímenes. Pero yo creo que la vida, o la Providencia, llámelo como quiera, decide colocar a la gente acertada en el momento adecuado”. Se refería, obviamente, a su cruzada contra el narco.
Salvo que su cuarto de guerra tenga algo de divino, Calderón debería recordar que meter al Ejército a las calles fue una decisión estratégica y desesperada por parte de su equipo, para darle al Presidente el liderazgo del que carecía al arranque de su gobierno. Durante los meses que mediaron entre la elección y la toma de posesión en 2006 (julio a diciembre), el Presidente electo y su primer círculo se devanaron los sesos para inventarse un golpe de autoridad para los primeros días de la administración.
Los calderonistas estaban angustiados por la falta de legitimidad de su triunfo electoral y temían las acciones de los lopezobradoristas. Fueron los días en que el tabasqueño se había puesto la banda presidencial y nombrado a su gabinete de sombra. Algunos panistas temían que las protestas y las movilizaciones boicotearan todo acto presidencial. Por lo mismo estaban urgidos de dar un manotazo importante que mostrara al país que había un “piloto” firme y decidido para conducir la nave presidencial.
Había prometido ser el Presidente del empleo, pero juzgaron que no había condiciones de sacar adelante una reforma laboral ni manera de reactivar la economía al ritmo requerido. Especularon sobre la posibilidad de dar un quinazo y encarcelar a algún político poderoso, pero concluyeron que tampoco tenían la fuerza política para cargarse a algún líder sindical o a un gobernador corrupto. Todo lo contrario, incluso perdonaron al “gober precioso”, Mario Marín, de Puebla, a quien el candidato Calderón prometió enjuiciar, porque necesitaban una alianza con el PRI.
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