Antulio Sánchez. |
Después del debate presidencial se dejaron sentir sus secuelas en las redes sociales, como el incremento de bots, la revelación de granjas de contactos para generar “falsos” trending topics y/o simular la popularidad de los candidatos, o el radical incremento de descalificaciones a los mismos.
En la república digital no son excepcionales los ataques en momentos electorales, en nuestro país y otras naciones durante las campañas no es raro que se presenten fuertes embates entre los simpatizantes de candidatos. Incluso, recientemente, durante las pasadas elecciones en Francia, las redes sociales fueron escenario de virulentos ataques entre seguidores de los otrora candidatos François Hollande y Nicolas Sarkozy.
En el caso de México, durante la campaña del año 2000, a través de los correos electrónicos no solo se denigraba a uno u otro candidato de esa contienda, sino que también se volvió territorio del spam político que fue puesto en marcha por Lino Korrodi y “Los amigos de Fox”. En las elecciones de 2006 los blogs y YouTube fueron espacios en donde se reprodujeron ataques entre grupos afines a los candidatos y los estrategas de éstos.
Si la web es apta para reforzar vínculos, cuando se presentan temas políticos o las mismas campañas electorales, esas redes sociales se multiplican más. Se incrementan los lazos fuertes, los que se dan con los afines o con quienes se comparten los mismos intereses políticos.
Por eso no extraña que los usuarios, en nombre de su inclinación política, refuercen las tendencias homofílicas, que en ciertas situaciones derivan en ataques, difamación o el rechazo tajante de las propuestas electorales que no se comparten.
Esto de ninguna manera es lo más sensato en la construcción de un entorno democrático. Pero el problema no está tanto en esa cuestión endogámica de ideas que se produce en momentos electorales y que se traslada a las redes sociales, sino en no entender el rasgo esencial de la vida democrática, pues como ha referido Cass R. Sunstein, el peor enemigo de la democracia es la ausencia de pluralidad: si los ciudadanos no son capaces de escuchar opiniones contrarias a las suyas no se puede articular un piso mínimo para el debate, condición necesaria de un espacio público democrático.
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Leído en: http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9147864
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