sábado, 19 de mayo de 2012

Yuriria Sierra - Incongruencias



En política, por encima de cualquier otro escenario, cuesta creer en figuras que marchen sobre una única línea y en una sola dirección, esos que se dirigen por la honestidad y fidelidad de principios. Más complicado aún no encontrarle una o varias intenciones a quienes hacen de esas cualidades su bandera: un estandarte que los ayude en la captación de la mayor cantidad de personas, seguidoras todas de lo que se les vende, de aquello que les recitan en conmovedores discursos.

Y no es por insensatez, pero sí por mucho sentido común. Las líneas que trazan la congruencia casi siempre se ven atravesadas una y otra vez por, irónicamente, las incongruencias que llegan cuando los discursos no resultan el éxito para el que fueron escritos, y entonces deben escribirse sobre las líneas originales, otras más sin importar que estas últimas hagan perder el sentido de las primeras.

Desde el año 2000 he dicho al micrófono, lo he escrito en este y en otros espacios: para mí Andrés Manuel López Obrador es un mentiroso. Desde 2006 lo identifico como el demócrata timado que conoce muy bien el patrón que lo convirtió —o así quiso creerse— en una casi suerte de héroe, si no de las causas justas, que para eso San Judas Tadeo le ganó el lugar, sí de los desprotegidos. La utilización que ha hecho de discursos ácidos y amargos contra “los que todo tienen” para captar la atención de los más económicamente desafortunados, le ha valido el lugar que hoy tiene dentro de la política nacional.

Ese discurso lo hizo jefe de Gobierno en el Distrito Federal en 2000, candidato presidencial (que acabó víctima de su propia soberbia) en 2006, y de nuevo cara de la izquierda, en su caso, dizque progresista, para intentar tomar, ahora sí, con propia mano lo que, dice, le fue arrebatado hace seis años.

Su discurso amoroso poco le ha retribuido, las encuestas le registran mejores números cuando regresa a su papel de crítico ácido (y hasta con toques de rencor), cuando responde y ataca, no cuando lanza abrazos. Porque ése ha sido él desde que incendiaba instalaciones petroleras en Tabasco, el que marchaba, el que cerraba Paseo de la Reforma, el que levantó de sus propias cenizas a un fénix inventado y al que llamó gobierno legítimo.

Qué curioso que para él, y tristemente algunos de sus seguidores, el debate termine cuando lo que se escuche vaya en contra de AMLO. Entenderán por réplica sólo como una oportunidad para irse en halagos (por algo no ha aceptado las invitaciones que le he hecho para charlar en entrevista).

Y es que a lo que sucedió durante esta semana en el programa de radio de Carmen Aristegui, el enfrentamiento de ella con la Canitec, su dirigente, Alejandro Puente, y ayer con los mismos pejistas, aquellos que la adoraron tanto y que le defendieron cuando su salida del aire, se alzan preguntas.

¿En verdad AMLO no sabía que Puente era candidato a senador? Y si lo sabía, lo que es evidente, ¿no le pareció un sinsentido para con sus principios y dichos contra la “telebancada” priista que tanto critica? Entonces, bajo esa lógica pejista, pensamos que Enrique Peña Nieto tampoco sabía de las transas de Humberto Moreira...

Pero, claro, entendemos así que Arturo Núñez, priista en los tiempos que AMLO era todo lo contrario, sea hoy el candidato a gobernador de Tabasco por el PRD. Mejor aún, que Manuel Bartlett sea candidato al Senado, el mismo que formó parte de la sacudida que para la izquierda le significó la elección de 1988.

Y tan poco ojo crítico para aceptar que hay circunstancias para las que no hay explicación posible, al menos no una que justifique el cambio del discurso propio, ni siquiera el querer ganar la elección.

Leído en: http://www.excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=opinion&cat=11&id_nota=835202

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