jueves, 17 de mayo de 2012

Meyer - AMLO y la galleta china.

Antes de entrar en materia, dos reconocimientos obligados. Con la desaparición de Carlos Fuentes, México pierde a su hombre de letras e intelectual público más importante pero se queda con su obra: orgullo de nuestra literatura. Por su parte, Elena Poniatowska acaba de cumplir 80 años y no ceja. En un homenaje en la UNAM, la escritora afirmó: "hoy en día parece que México es un país al que todo le duele, enfermo de corrupción, infectado de violencia...". Cierto, pero mientras México sea la razón y la fuente de inspiración de figuras como Fuentes y Poniatowska, habrá la posibilidad de un Tiempo Mexicano a la altura de nuestras esperanzas.

 ¿TODOS IGUALES?
 
La última columna publicada por Fuentes terminaba con una inconformidad: ningún candidato a la Presidencia mexicana estaba tocando "los grandes temas de la actualidad" y tenía razón. Por otra parte, al exponer ante auditorios interesados la naturaleza de nuestra coyuntura política, no falta quien, irritado, señale que en la ridícula avalancha de spots políticos que nos ahoga o en el debate entre los candidatos no se notan diferencias. En su discurso todos echan mano de las generalidades y a los electores indecisos -clave de la elección- les queda la impresión de que las únicas diferencias son de imagen. Y es que en el minuto y medio o dos a los que los candidatos constriñeron sus intervenciones en el debate del 6 de mayo, los tres aseguraron que mantendrían al Ejército en las calles luchando contra el crimen organizado en tanto no exista una policía federal a la altura del reto; todos se comprometieron a extender las ayudas a la población que vive en pobreza, a expandir los servicios de salud, a mejorar la calidad de la educación pública, a ampliar las oportunidades para los jóvenes, a reactivar la economía, etcétera.

Claro que una lectura cuidadosa de lo dicho y de los programas muestra que sí hay diferencias importantes. En materia petrolera, por ejemplo, Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota se proponen ampliar el campo para el capital privado en esa industria, en tanto que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) propone transformar a Pemex desde dentro, sin abrir más puertas a la privatización de una industria símbolo del nacionalismo. Como sea, los indecisos parecieran no percibir las diferencias.

Una definición mínima de democracia política requiere que al momento de depositar su voto, los ciudadanos aprecien que tienen que decidirse entre dos o más proyectos claramente diferenciados y que impliquen futuros diferentes.

GALLETAS CHINAS
 
Para subrayar las diferencias entre los candidatos hay varios caminos. El ideal sería que éstos hicieran clara su definición de los grandes temas y de los detalles para enfrentarlos. Otro sería el que sugiere no el análisis del discurso ni una teoría política sino la sabiduría que se encuentra en uno de los papelitos que vienen dentro de las galletas chinas y que dice: "No hay forma de juzgar el futuro sino mediante el pasado".

A diferencia del discurso sobre lo que se proponen hacer si llegan a la Presidencia, la biografía política de los candidatos, lo que ya han hecho o dejado de hacer, da una pista sobre lo que harán. El pasado es algo definitivo, algo que ya no se puede cambiar. La biografía del individuo público es una cadena de decisiones -lo que se hizo o no, cómo fue, para qué, con quién se hizo y qué resultó- que muestra objetivamente cuáles son los valores, las capacidades, los compromisos, las alianzas de los personajes que hoy piden nuestro voto. A quiénes beneficiaron y a quiénes perjudicaron con sus acciones.

La biografía se puede manipular, algo se puede esconder y algo se puede inventar, pero a la larga lo falso puede ir quedando al descubierto, pues esa es una de las tareas que corre a cuenta de críticos y adversarios, aunque a veces tal decantación no llega a tiempo. Por eso el juicio presente sobre el pasado de una figura pública tiene que complementarse con otros elementos, pero su biografía puede ser la columna vertebral de un voto razonado. Es claro que el pasado no determina absolutamente la conducta futura -el personaje y sus circunstancias pueden cambiar- pero su carrera de vida es un indicador útil para suponer qué se puede esperar del personaje cuando se enfrente a lo que es la esencia de su materia: la toma de decisiones. Ahí, sus valores, preferencias y experiencias son elementos que le llevan lo mismo a elegir cómo llenar los vacíos de información, las incertidumbres y, sobre todo, a suponer sus reacciones ante lo adverso o ante las presiones de los grupos de interés, esos que siempre se hacen sentir al momento de las grandes decisiones.

Al votante nada le puede asegurar que el elegido se comportará a la altura de las circunstancias. Y la circunstancia es todo menos fácil. Quien sustituya a Felipe Calderón deberá dirigir la fuerza y la voluntad del Estado mexicano -o lo que queda de ellas- e indirectamente de la sociedad toda, ya no para administrar lo público sino para empezar a enfrentar nuestro gran problema nacional que es, en palabras de Guillermo Hurtado, la crisis o ausencia de sentido de nuestra existencia colectiva (México sin sentido, Siglo XXI, 2011). Se trata de emprender, o no, la reconstrucción de lo social. En caso afirmativo, la tarea es de todos pero alguien tiene que asumir la dirección, coordinar esfuerzos y resolver las inevitables contradicciones y conflictos de intereses entre individuos, grupos, clases y regiones con un gran sentido de justicia y de futuro.

No hay el político perfecto -a man for all seasons-, todos cargan contradicciones, debilidades y errores de juicio, incluso a los que ya tenemos como grandes figuras históricas, pero siempre habrá los más y los menos adecuados. Hoy tenemos que elegir entre tres y no hay alternativa, pues incluso la abstención, el voto nulo o por candidatos irrelevantes, son formas indirectas de contribuir a elegir a uno de los tres inevitables.

LÓPEZ OBRADOR
 
De cara a la tarea a que nos enfrentamos, la biografía política de AMLO ofrece claves significativas para la gran tarea que se inicia al final de 2012. En un país de grandes desigualdades, AMLO no proviene del mundo del privilegio sino de la clase media. El tabasqueño no se socializó en la gran urbe sino que vivió el efecto de migrar de la periferia al centro. Su educación de principio a fin fue la escuela pública. Su vocación política quedó establecida temprano en su paso por la UNAM, y la puso en práctica pronto y desde abajo: cuando a los 24 años se fue a vivir, por varios años, con su esposa y su primer hijo, con los chontales en calidad de delegado del Instituto Nacional Indigenista. Pese a no tener capital acumulado, siempre ha vivido modestamente para la política y no de la política. A los 30 años, y por presión de los presidentes municipales, el gobernador lo separó de la dirección del PRI de Tabasco: no deseaban el cambio que AMLO hizo en los más de mil comités seccionales: pretendía dejarlos en manos de cuadros reclutados a ras del suelo social y para que representaran lo que los munícipes no. En compensación se le ofreció a AMLO la Oficialía Mayor, es decir, administrar los dineros del estado; AMLO renunció motu proprio a las 24 horas; dejó Tabasco y aprovechó el desempleo para escribir su primer libro: una historia política del siglo XIX de su estado. AMLO es hombre de acción, pero lee y escribe; tiene en su haber dos libros de historia y ocho de temas políticos actuales.

Cuando Cuauhtémoc Cárdenas encabezó la oposición de izquierda a la política neoliberal, AMLO se unió a esa corriente y ahí se ha mantenido, incluso cuando el PRD mismo dejó de hacerlo. Siempre a contracorriente, primero en Tabasco y luego en el país, AMLO se ha dedicado a organizar y encabezar una oposición de izquierda moderada pero real. Ha tenido victorias y un buen número de derrotas, una catastrófica: la del 2006. Pero si las derrotas no destruyen, templan, y AMLO está templado como pocos. Y pocos, si es que alguno, tiene su conocimiento sobre el país, su geografía y sus clases mayoritarias, es decir, del México realmente profundo y desintegrado.

En un ambiente de corrupción endémica, AMLO ha tenido colaboradores corruptos, pero no los protegió ni nadie le ha podido probar que él mismo se haya beneficiado de esa corrupción. Y en el México actual eso debe contar y mucho.

Por su biografía, AMLO es hoy el candidato más apto para hacer que el grueso de una sociedad con desconfianza histórica frente a la autoridad, inicie su gran tarea pospuesta: la reconstrucción política del proyecto colectivo.



Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/657/1313728/

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.