Beatriz Pages |
Durante los últimas semanas y conforme se acerca el 1 de julio han comenzado a hilvanarse una serie de acontecimientos orientados a alterar el proceso sucesorio y a evitar lo que precisamente prometió Calderón ¿ante sus subordinados?, ¿a otro poder?, ¿a otro país?, ¿a grupos económicos? O simplemente se trató de una promesa que hizo a sus fantasmas y a sí mismo.
Lo cierto es que han regresado los demonios. Durante las últimas semanas se ha vuelto a reeditar el clima de confusión y tensión, de incertidumbre y miedo que dominó el país antes del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Para que no haya duda, alguien mostró recientemente en un mitin una cartulina que decía: “Mario Aburto, ¿en dónde estás cuando México realmente te necesita?”
Mientras en 1993 y 1994, el entonces priista y actual perredista Manuel Camacho Solís desplegaba una campaña mediática en contra de la candidatura de Colosio, hoy, Andrés Manuel López Obrador se encarga de crear las condiciones políticas para hacer reventar la elección y evitar que Enrique Peña Nieto llegue a la Presidencia.
Calderón, por su parte, contribuye al caos, trasladando la sucesión presidencial al ámbito militar. Ordena la detención de tres generales, especialmente de Tomás Angeles, a quien algunos medios consideraban el próximo secretario de la Defensa en caso de ganar Peña Nieto.
Por primera vez, desde el fin de los gobiernos militares de la etapa posrevolucionaria, se vuelve a involucrar al Ejército en el traspaso del poder. Y se hace desde un criterio, muy calderonista, que divide a los generales en buenos y malos a partir, no de su disciplina y lealtad hacia las instituciones, sino de sus simpatías partidistas. El presidente ha cometido el error de meter el Ejército en la disputa por la Presidencia de la República.
La conducta de Calderón frente al proceso electoral ha sido ambiguo, por no decir extraño. Su aparente imparcialidad frente a las campañas se debe más a la inutilidad de apoyar a una candidata en desgracia, como es Josefina Vázquez Mota, que a una convicción democrática.
Si el presidente se encuentra imposibilitado de dejar a su sucesor, entonces, ¿qué quiere? O tal vez deberíamos preguntar: ¿qué necesita tan ansiosamente? Sin duda, un salvoconducto.
Todo hace pensar que su ansiedad lo está llevando a construir escenarios fatales para la estabilidad del país: una conjura en contra de la Constitución, una salida militar, un gobierno de emergencia formado por varios partidos, o cualquier otra cosa, menos, un priista, llamado Enrique Peña Nieto, en Los Pinos.
Leído en: http://www.siempre.com.mx/2012/06/la-conjura/
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