Jaime Sánchez Susarrey |
Ciudad de México.- Votarán 14 millones de jóvenes por primera vez. Son la generación de Facebook y Twitter... Una pequeña minoría se está movilizando. No sobra recordarles de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Una de las consignas de los jóvenes #yosoy132 es: "si hay imposición, habrá revolución". Pero qué significa imposición. ¿Fraude electoral? ¿Inequidad en la contienda? ¿O la simple y llana convicción que el triunfo de Peña Nieto será la prueba irrefutable de que la mafia en el poder impuso su candidato al pueblo?
En esta elección votarán 14 millones de jóvenes por primera vez. Son la generación de Facebook y Twitter. Su referencia existencial son los últimos 6 o 12 años. Entre ellos, si asumimos que son 14 millones, hay una pequeña minoría que se está movilizando. No sobra, por lo tanto, recordarles de dónde venimos y hacia dónde vamos.
La transición democrática en México es de larga data. Después de las represiones del 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971, el presidente López Portillo decidió en 1977 impulsar una reforma política que tuvo un doble mérito: legalizar al Partido Comunista Mexicano y abrir espacios a las oposiciones mediante diputados de representación proporcional.
Ese esquema se colapsó el 6 de julio de 1988. La "caída" del sistema fracturó la legitimidad de la elección y de ahí nació la primera reforma política pactada entre el gobierno de Salinas de Gortari y el PAN. Se crearon, así, tres pilares fundamentales del entramado democrático: el IFE, la credencial de elector con fotografía y un padrón confiable.
El tercer y definitivo jalón ocurrió en 1997. La elección de 1994 fue muy tensa, pero transcurrió en paz. Sin embargo la diferencia entre los recursos monetarios y tiempo en los medios electrónicos fue de 3 a 1, es decir, el PRI gastó tres veces más que todos los partidos de oposición juntos.
Los avances más importantes de la reforma que negoció Ernesto Zedillo con todos los partidos de oposición fueron los siguientes: el IFE se volvió autónomo, se estableció que los partidos recibirían recursos y tendrían presencia en los medios electrónicos de forma equitativa, es decir, se les asignaría el 30 por ciento por igual a todos y el 70 por ciento en función de la fuerza electoral de cada uno.
Como consecuencia de la reforma y del pluralismo político, cada vez más acentuado, el cambio político se aceleró. El 6 de julio de 1997 el PRI perdió, por primera vez en la historia, la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. Y por primera vez, también, Cuauhtémoc Cárdenas ganó el gobierno de la Ciudad de México.
Tres años después, la alternancia llegó a la Presidencia de la República. La victoria de Vicente Fox el 2 de julio de 2000 fue la culminación del proceso de cambio político. Pero hay que subrayar que para principios de ese año el PRI gobernaba al 46 por ciento de los mexicanos y el PRD y el PAN al 49 por ciento restante. Dicho de otro modo, la alternancia política tenía ya derecho de piso.
Vale, además, subrayar que la constante en las elecciones de 1997, 2000 y 2003 es que el partido en el poder pierde las elecciones, pero reconoce puntualmente las victorias de las oposiciones.
Así lo hizo el PRI en 1997 cuando perdió la elección para jefe de Gobierno en el Distrito Federal y la mayoría en la Cámara de Diputados, amén de otra serie de estados como Baja California (1989), Chihuahua (1982), Guanajuato (1995), Jalisco (1995), Querétaro y Nuevo León (1997).
Y esa fue exactamente la misma respuesta ante el resultado del 2 de julio de 2000. Ese día no hubo irregularidades electorales ni se gestó el más mínimo intento de desconocer el resultado. La misma noche de la elección Ernesto Zedillo y Francisco Labastida reconocieron la victoria de Vicente Fox.
En 2003, ya siendo presidente Vicente Fox, el resultado de la elección intermedia le fue desfavorable al Partido Acción Nacional, ya que no obtuvo siquiera la mayoría relativa. Pero entonces, como tres años antes, no hubo ningún intento de desconocer el resultado.
Por eso se puede afirmar que de 1997 a 2003 los procesos electorales tienen tres elementos fundamentales en común: no hay conflictos poselectorales, el partido en el poder reconoce inmediatamente sus derrotas, las condiciones de la contienda son equitativas -no hay quejas ni reclamos.
Esa continuidad y legitimidad democrática se rompió en 2006. La denuncia de un gran fraude fue la nota dominante. Pero paradójicamente López Obrador nunca cuestionó la equidad en la contienda.
Y no lo hizo porque no podía hacerlo. La Coalición por el Bien de Todos, que lo apoyaba, había tenido tantos o más recursos en dinero y medios electrónicos que el PAN o el PRI.
De hecho, la denuncia del presunto fraude se tejió en tres frecuencias: a) la existencia de un algoritmo: entraban unas cifras y salían otras al programa de resultados preliminares del IFE; b) la desaparición de 3 millones de votos, c) un fraude a la antigüita: manipulación de urnas y de votos.
López Obrador jamás pudo probar ninguna de sus afirmaciones. Pero sus expresiones en los medios electrónicos y escritos confundieron y terminaron por imponerse. Quedó la impresión en amplios sectores que le habían robado la elección.
Las condiciones de la contienda hoy no son diferentes a las de 1997, 2000, 2003 y, por supuesto, 2006. No existen resquicios ni lagunas para el fraude electoral. Los recursos y los tiempos en radio y televisión están distribuidos equitativamente.
Así que afirmar, como hacen algunos de los integrantes de #yosoy132, "si hay imposición, habrá revolución" es un disparate y muestra un grado de ignorancia enorme o una especie de fanatismo trasnochado.
La juventud es impetuosa y generosa y también es algo que se cura con el tiempo. Pero sobre todo no constituye una patente de corso para decir n'importe quoi.
Twitter @sanchezsusarrey
Leído en: http://noticias.terra.com.mx/mexico/politica/elecciones/sucesion-presidencial/jaime-sanchez-susarrey-de-donde-y-adonde,4143e445e6da7310VgnVCM20000099cceb0aRCRD.html
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