No importa cuánto se esmeren algunos medios en negarlo, el sábado pasado creció el número de personas que están dispuestas a salir a la calle para exhibir su rechazo al resultado de la pasada jornada electoral. Aunque nadie pareciera estar contando, se habla de cien mil en la ciudad de México y de por lo menos otros cincuenta mil en Guadalajara, Cuernavaca, Monterrey, Veracruz, Quintana Roo, Chiapas, Coahuila y Tamaulipas.
Ya no se trata de un fenómeno meramente chilango. Aunque los números de participación en las distintas marchas son asimétricos, lo cierto es que la República entera pareciera estarse contagiando de una misma sensibilidad.
Me temo que sería un gran equívoco desestimar esta expresión social a partir de un par de calificativos. Acusar a tanto compatriota de borrego, sumiso y manipulable resulta infantil. (Tanto como el argumento que se utiliza con frecuencia para descalificar a quienes votaron por Enrique Peña Nieto).
No sobra aquí denunciar la paradoja: los detractores del candidato priista y los del candidato de la izquierda suelen acusarse recíprocamente de estúpidos incapaces de juzgar con criterio propio la realidad. Todavía más, el desprecio con que ambos se miran hace prescindibles a los líderes porque pareciera haber estado ahí mucho antes de que estos aparecieran.
Bien valdría explorar la verdadera materia de ese desprecio. ¿De qué está hecha la gran fractura que hoy, y mucho antes que hoy, divide a estos mexicanos? ¿Qué hay en Peña Nieto que despierta tanto enojo? ¿Cuál identidad se vuelve emblema cuando López Obrador pronuncia sus discursos y tantos se sienten personalmente agredidos?
Resulta obvio que, como telón de fondo de estas marchas, y su previsible crecimiento, hay más ingredientes que un mero argumento electoral. Podría mañana AMLO decretar un fulminante cese a la movilización que esos mismos elementos volverían a mostrarse una y otra vez. Se equivocan quienes creen que el candidato presidencial de las izquierdas conduce o modula la manifestación social.
Si bien aprovechó la coyuntura, el movimiento #YoSoy132 no surgió a partir de una convocatoria suya, ni tampoco su destino está ligado a la voluntad de su liderazgo. No puedo negar aquí que el movimiento y el candidato hicieron sinergia pero es impreciso asegurar que una y otra expresión política son dependientes entre sí.
Algo similar debe decirse de las manifestaciones ocurridas el sábado pasado. AMLO es una razón para salir a la calle pero aún más poderoso que tal argumento es el temor de lo que muchos creen va a representar para México el gobierno de Peña.
Son todas expresiones de repudio hacia un cierto tipo de régimen político caracterizado por tres elementos: corrupción, arreglo oligárquico y límites tanto a la expresión como a la información. Para los marchantes, EPN representa esas características. Un gobierno dispuesto para enriquecer a sus integrantes, una sociedad con los poderes extra estatales (medios, sindicatos, fortunas económicas) que tenderá a robustecerse y un régimen de libertades limitadas, sobre todo en lo que toca al acceso a la información que los medios ocultan y a la expresión de las voces disconformes.
Este temor que hoy recorre las calles no es infundado. Los tres elementos sobrevivieron a la alternancia y pocas barreras están hoy dispuestas para impedir que sean peores durante el próximo sexenio.
Me atrevo a insistir que es el rechazo a ese potencial régimen político lo que moviliza en las calles y no el apoyo a un solo individuo. Podrían venir de otra galaxia los extraterrestres para secuestrar al candidato de las izquierdas que esa misma sensibilidad social continuaría presente.
Acaso llegó el momento para que el país enfrente, sin pretextos, sus más profundas fracturas. Es fácil desestimar a una u otra personalidad pero este asunto rebasa a los individuos. A pesar de la alternancia partidista, México sigue protegiendo enclaves autoritarios. A pesar de haber dejado atrás la hegemonía priista, nuestro país sigue gobernado por una breve oligarquía. Y las urnas no han sido antídoto para que tal circunstancia se modifique.
Quienes marchan en las calles están decepcionados del voto y sus resultados. Ellos también se equivocan, al menos en una cosa. Lo que están pidiendo se debe resolver más allá de las urnas. Terminar con los arreglos mafiosos va a requerir trascender este momento electoral sin que la movilización ciudadana se detenga. De lo contrario, pronto todo volverá a la temida normalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.