miércoles, 11 de julio de 2012

Ivabelle Arroyo- El derecho a vender el voto.

Lo que van a leer es escandaloso pero se tiene que decir con todas sus letras: los mexicanos tienen derecho a vender su voto. Por una tarjeta telefónica, por 700 pesos, por una promesa, por una idea. Sí, es escandaloso, pero antes de que se les paren todos los vellitos de los brazos por la espantosa idea, deténganse a pensar en lo que es el voto, lo que es la venta y cómo está el escenario de pobreza.

Empecemos con el voto. Cada mexicano mayor de 18 años tiene el suyo y puede usar con este el derecho más sobrenatural de todos: lo que le dé la regalada gana.

Puede anularlo. Puede no usarlo. Puede votar por el PRI (¡horror de horrores!, gritarán los de #Yosoy132). Puede votar por el PAN (¿está tarado?, dirán los de izquierda). Puede votar por el PRD (¡Es un peligro!, exclamarán los conservadores). Puede dárselo a Quadri (¿No ha oído hablar de la maestra?, dirán 8 de cada 10). Pero lo que haga cada quien con ese voto, por horrible que parezca a los demás, es muy su asunto.

Y aquí entra la venta. ¿Puede hacerlo todo, votar por Quadri, por Cantinflas o hasta venderlo? Sí. Vender significa intercambiar, entregar algo a cambio de otra cosa que consideramos valiosa. Es el acto humano más racional y si me apuran, es el acto racional por excelencia. Algunos creyeron que eso valioso que podían obtener a cambio de su voto era una promesa de programas sociales. Otros, una torta o una idea de país; otros una promesa de democracia. Y así todos. Todos intercambiaron su voto por algo. La democracia funciona como un mercado (“Lleve, lleve su candidatoooo”).

Karla Sandomingo, narradora y poeta, escribió un perturbador texto en el que decía que habría vendido su voto al PRI por 700 pesos si lo hubiese necesitado. Ella conoce el hambre y el amor de madre, y la idea de que un partido y su líder pueden arreglar el futuro, le da risa. El presente, en cambio, le inquieta. Sobre todo si es de sus hijos.

Guadalupe Morfín lo dijo de otra manera, pero también puso el dedo en esa llaga, en estas mismas páginas: la pobreza manda en las elecciones. A ella le indigna, pero lo que enerva no es la acción del ciudadano pobre, sino la situación en la que está.

Y es que, efectivamente, cada quien puede hacer con su voto un papalote y la democracia aspira a eso: que la decisión tomada individualmente sea respetada colectivamente. Piénsenlo un poco: si anulan la elección en una zona en donde los ciudadanos aspiran a que se cumplan las promesas de quienes les dieron una despensa, ¿a quién se está violentando? ¿A los que tienen esas esperanzas o al perverso que se aprovechó de esa situación?

Hay que darle dos pensadas. La elección no se puede limpiar porque fue básicamente limpia y los mexicanos tomaron sus decisiones. El problema es más grave: el sistema está podrido porque la pobreza reclama su enorme lugar en él.


Fuente: http://opinion.informador.com.mx/Rotonda/2012/07/11/el-derecho-a-vender-el-voto/

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