El representante del PRI en el IFE, Sebastián Lerdo de Tejada, fue honestamente crudo. Andrés Manuel López Obrador, dijo en una entrevista, va ganando la batalla mediática a Enrique Peña Nieto. Esta disputa lateral a la impugnación presidencial en los tribunales por la opinión pública es fundamental, y en ella se encuentra la respuesta al enigma de qué tan fuerte puede llegar quien ganó el voto de la mayoría de los mexicanos, a la Presidencia.
En términos políticos, al margen de lo que resuelva el Tribunal Electoral, esta batalla por la esfera pública, donde se debaten las ideas y se incuban las percepciones, los definirá durante los próximos años. Para López Obrador es la posibilidad de que sobreviva si se confirma la victoria de Peña Nieto. Y para este, si no logra revertir las derrotas en ese campo de batalla, le significará la ilegitimidad de la opinión pública que no pudo cambiar a su favor pese al significativo voto que logró.
Para efectos de praxis política, a López Obrador le dará la vigencia que necesita para mantenerse activo, y a Peña Nieto lo obligará a tomar acciones radicales para lograr por la fuerza lo que no pudo con las urnas. Lo llevaría a la misma situación política en la que se encontró Carlos Salinas tras su controvertida victoria en la elección presidencial de 1988, que lo llevó a encarcelar a la dirigencia del sindicato petrolero a los 41 días de llegar a la Presidencia, o la de Ernesto Zedillo, que para desviar la atención de la crisis financiera a los 19 días de arrancar su gobierno, inició una persecución contra la familia Salinas para regalarle a la opinión pública un enemigo común.
La situación que describió Lerdo de Tejada no vino natural. Mientras Peña Nieto abandonó el espacio de la opinión pública mexicana, López Obrador lo llenó. Para una campaña tan bien diseñada como la que tuvo el priista, esto fue una sorpresa. López Obrador había sugerido que si perdía la elección, denunciaría el fraude y se lanzaría al conflicto postelectoral. Pese a ello, Peña Nieto se dedicó en los primeros días a buscar la legitimidad internacional -los reconocimientos de los líderes del mundo y las entrevistas sólo a medios extranjeros-, pero la perdió internamente.
En política, se sabe tanto que ya es un lugar común, los espacios vacíos no existen porque rápidamente se llenan. Ante el vacío de Peña Nieto en la primera semana tras la elección, López Obrador navegó solo en un océano. Si tenía o no fundamento su queja de fraude o de irregularidades, se volvió algo irrelevante porque lo que decía sin contraste alguno, era lo que se reproducía en los medios, los afines y los adversarios, que sólo encontraban en él algo fresco para los días postelectorales.
La presencia positiva de Peña Nieto en los medios internacionales se desdibujó rápidamente, y los despachos de loscorresponsales que el domingo de la elección habían hablado de la contundencia de la victoria del priista, se convirtieron en una repetición de dudas e interrogantes, que acompañaban siempre con frases como “una victoria manchada por las denuncias de fraude”. El círculo virtuoso de López Obrador lograba que las denuncias, las acusaciones a empresas, los nombres sacados de las chisteras y las escenografías, las difundía ampliamente la prensa, y lo que aparecía al público regresaba como corroboración del discurso y como una prueba adicional de que las elecciones habían sido fraudulentas.
Peña Nieto corrigió casi 10 días después de la elección y regresó a ocupar un espacio en la opinión pública mexicana. Pero la inercia de la primera semana no la ha podido revertir. El trabajo con la prensa extranjera, que ha golpeado a López Obrador, no ha podido sepultar el discurso de la propaganda negativa. No se sabe si Peña Nieto y su equipo lograrán revertir la incubación de los porqués de su victoria, pero si no construyen y demuestran que todos los dichos por López Obrador y los suyos son mentiras, la ilegitimidad lo acompañará a lo largo de su gobierno, que arrancará, no cabe duda, debilitado.
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