La presencia del narcotráfico en algunos estados ha sido combatida no sólo con las armas, también lo ha sido con la cultura, el arte y el periodismo. En la medida en que exista una tradición e historia, la defensa de la ciudadanía también se da en estos espacios. Ciudades como Monterrey, Tijuana, Oaxaca o Veracruz tienen una larga historia periodística. Estas comunidades tiene en el periodismo una de sus salidas a pesar de las dificultades de ejercerlo. El hecho de que se construyan formas para informar y contar historias permite que las sociedades se encuentren menos desamparadas. Los ciudadanos saben que existen espacios y que la larga historia y tradición del ejercicio periodístico, escrita por muchas generaciones, no puede ser vencida tan fácilmente. Los ciudadanos creen en los periodistas, pero sobre todo saben distinguir quiénes son unos y quiénes son otros.
Diego Osorno forma parte de una nueva generación y de una tradición periodística regia. Se “tiró al vacío”, como le dijeron algunos colegas, cuando decidió dejar los medios en los que estaba para irse por la libre. Fue una decisión de la cual nos hemos visto favorecidos y beneficiados sus lectores. De no ser por ello, quizá no tendríamos la historia documentada y comprometida que nos cuenta en La guerra de Los Zetas. Las historias del narcotráfico y de violencia que hemos vivido en los últimos años han sido ocasión para que muchos jóvenes periodistas nos cuenten lo que pasa, que a veces vemos, a veces no vemos y otras tantas quizá preferimos no ver. Son, al fin y al cabo, las historias del México que hoy somos.
Salvando las distancias, en 1994, ante el surgimiento del EZLN, se dio un fenómeno periodístico similar. Las nuevas generaciones de periodistas se fueron a Chiapas y desde ahí nos contaron las historias. A lo largo de varios meses, nos dimos cuenta de que si bien el subcomandante Marcos era importante también lo era el entorno, la pobreza, los indígenas, las mujeres zapatistas y Chiapas mismo.
Diego Osorno nos muestra que además del fenómeno de la violencia, el entorno, la muerte, los desplazados, las venganzas, la corrupción, los jóvenes sicarios, la relación entre el narco y las autoridades, existen también historias paralelas de vida que con narcotráfico o sin él las tenemos y vivimos como un estigma.
Escribir y hablar desde dentro con cuidado, respeto, rigor periodístico y prudencia, –¿por qué no?–, y no escribir lo que se sueña hacen la diferencia en la práctica del periodismo, pero más si son temas tan delicados como el narcotráfico. Son asuntos que colocan a quien se mete en ellos en un doble riesgo: el de informar de cuestiones que son de suyo peligrosos y asumir que se toma una decisión de vida.
El libro de Diego Osorno es al mismo tiempo la suma de historias de hombres y mujeres del país que han padecido la violencia en todas sus manifestaciones, y es también el diagnóstico de un grupo criminal. Diego se mete a las entrañas de “Los Zetas” desarrollando un trabajo de periodismo de investigación que hace recordar la vigencia del periodismo que vuelve a su orígenes. Se trata de armar rompecabezas en donde lo importante es la investigación y la información y no necesariamente quien la escribe. Los protagonistas del trabajo periodístico son la noticia, el periodista simplemente la cuenta.
La guerra de Los Zetas tiene además un extraordinario aporte en la introducción de Juan Villoro. Diego Osorno no olvidó por ningún motivo su vena literaria y tuvo en Juan a su cómplice en esta “guerra”. Un libro para entender y no entender la complejidad de los tiempos que a querer o no son nuestros tiempos.
* Extractos de la presentación del libro La guerra de Los Zetas, Editorial Grijalbo, de Diego Enrique Osorno, con la introducción de Juan Villoro, en la Feria del Libro de Monterrey el pasado viernes 20 de octubre.
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