domingo, 25 de noviembre de 2012

Raymundo Riva Palacio - Adiós señor Presidente


La historia lo juzgará, pero en materia de la libertad para discrepar y disentir, en todos los tonos e intensidades, Calderón sale por la puerta grande
Cuando el 13 de noviembre pasado el presidente Felipe Calderón acudió al ITAM, donde estudió la maestría, a recibir un premio al mérito profesional, pronunció un largo discurso que a muchos sorprendió, que les pareció extraño e, incluso, fuera de lugar. En realidad era todo lo contrario. Versaba sobre alguien que nunca pisó el ITAM, Manuel Gómez Morín, uno de los fundadores del PAN en 1939, a través de cuya trayectoria, narrada por Calderón, el Presidente planteó por última ocasión en su administración agónica, todo aquello por lo que quieren que lo recuerde la historia de México.
Calderón utilizó a uno de los grandes pensadores conservadores del siglo pasado mexicano para proyectarse y explicar el porqué de las cosas que hizo durante su Gobierno. No fue el hombre jocoso de las últimas semanas, que luce tan feliz como si estuviera encantado que su mandato se acaba. No es el político de tan buen humor que disfruta interrumpir sus discursos en las últimas obras que inaugura para cantar y hacer bromas. No es quien, con un País donde miles de personas le reclaman y lo insultan y llaman incluso “asesino”, mantiene el temple y defiende hasta el final las razones por las cuales lanzó una guerra total contra el narcotráfico. Fue esa noche en el ITAM, un Presidente que se abrió para quien quiso escucharlo.




“El deber es saber en qué estriban los males que reclaman acción y concretar en programas realizables”, dijo Calderón al citar textualmente a Gómez Morín. “Mi punto esta noche —añadió—, es el énfasis de la técnica al servicio de México, la técnica al servicio del hombre. Eso fue lo que yo busqué y lo que, afortunadamente, encontré… respuestas técnicas, soluciones técnicas, alternativas técnicas a los problemas acuciantes”.
El discurso pareció largo a muchos itamitas, algunos de los cuales serán parte del equipo de tecnócratas que se sumarán al nuevo gobierno de Enrique Peña Nieto. Para los medios de comunicación pasó casi desapercibido. En la opinión pública fue irrelevante. Lo que importa en términos objetivos son los 70 mil muertos de una guerra que una parte importante de la sociedad no reconoce como suya, un fracaso en la promesa de campaña sobre generación de empleos de calidad, una derrota en el mejoramiento del bienestar nacional, una ruptura profunda sobre el consenso para gobernar y un abatimiento de la moral frente a la inseguridad y las balas. Lo que queda en términos subjetivos es un Presidente durante mucho tiempo malhumorado, fajador de barrio, contradictorio, golpeador de los poderes, que muchas veces se comportó más como líder de partido y no líder nacional.
Pero el mensaje en el ITAM es su legado. Ahí, recordó, aprendió a que se tenían que hacer transformaciones profundas, y que por eso se embarcó en ellas. Citó en primer lugar la que le ha generado el choque nacional y que provocará que su séptimo y octavo año de gobierno —los peores para un expresidente—, sea perseguido judicialmente por el mundo, los cambios en seguridad y justicia, que “estaban lesionadas o de plano carcomidas por la corrupción y la venalidad”. Siguió con la transformación de una economía para hacerla abierta y competitiva, lo que es falso porque uno de sus compromisos originales, romper con los monopolios, no lo logró, y presumió, con medallas en el pecho, los avances en salud y educación.
“Partí de la premisa de que el Gobierno debía ser uno que enfrentara y que no rehuyera a los problemas, que no ocultara sus dramáticas aristas, desde luego, que no las echara bajo la alfombra”, dijo con ese lenguaje coloquial que no abandonó a lo largo de su sexenio. “Un Gobierno que no se arredra ante los retos del País, algunos largamente desatendidos, sino que se decidiera a hacer los cambios que se necesitaban con todos los riesgos y todos los costos que tales cambios implicaban”.
Calderón va a ser recordado en claroscuros, donde se puede anticipar que la mayoría de las élites, incluidas las de su propio partido, lo cuestionarán, fustigarán y flagelarán cuando entregue la banda presidencial el próximo sábado. Como Presidente asumió por diseño esos riesgos, y también enfrentó externalidades derivadas de la más mala suerte que haya tenido mandatario mexicano alguno. Como él mismo lo dijo, encaró la peor crisis económica y financiera mundial desde el crack de 1929, el brote de un virus pandémico que suspendió la vida nacional casi por dos semanas, las peores inundaciones, la peor sequía en medio siglo y, no podía faltar en su enumeración, la violencia criminal más despiadada en la historia de México, detonada por él mismo y su cruzada contra las drogas, que cambió los viejos incentivos donde se golpeaba discrecionalmente a cárteles a cambio de que no combatieran entre ellos por territorios, al hacer contra ellos una guerra total.
“Nos ha tocado enfrentar grandes adversidades”, dijo en el ITAM. “No ha sido fácil, pero lo que ha quedado claro es que ninguno de estos problemas ha logrado doblegar nuestro carácter ni minar nuestra voluntad de cambio”.
¿Le será reconocido el esfuerzo a Calderón? Sin lugar a dudas no, cuando menos en el corto plazo. En el mediano y largo plazo, cuando los agravios desaparezcan, se le podrá empezar a juzgar por sus méritos y a valorar desde distinta perspectiva sus fortalezas y debilidades a lo largo del sexenio. Una administración se mide en resultados, y estos se apreciarán en alcance y limitaciones con el tiempo. A ese espacio le corresponde lo económico, lo social y todo el tema de la inseguridad y la justicia. Pero lo que sí se puede valorar actualmente es en el campo de las libertades políticas.
No usó los recursos de una Presidencia que sigue diseñada bajo un modelo autoritario para su beneficio político y regresará el poder a su Némesis, el PRI. No utilizó los instrumentos de control y coerción de la Presidencia para coartar la libertad de expresión que tuvo, en las condiciones de antagonismo social y político y de emergencia nacional, un campo fértil para ello. Escuchó y aguantó la crítica, los insultos y el desprecio de muchos, como ningún Presidente lo había hecho antes. “Más allá de mis aciertos o de mis errores, puedo asegurarles que he actuado a fondo y al límite de mis capacidades o insuficiencias”, dijo esa noche en el ITAM.
La historia lo juzgará, pero en materia de la libertad para discrepar y disentir, en todos los tonos e intensidades, Calderón sale por la puerta grande. Curioso. Este fue un tema que no abordó en su reflexión a partir de Gómez Morín, pero por el cual se la agradece al Presidente y se le puede decir adiós.

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