Antes del Chapo Guzmán, antes de Pablo Escobar y de los cárteles conocidos, Latinoamérica parió al padre de la narco-política latina. El boliviano Roberto Suárez Gómez era un multimillonario heredero del emporio de exportadores de caucho que no encaja en el perfil del narco que conocemos hoy en día. Lo que le llevó a convertirse en el monopolizador y exportador de más de dos toneladas diarias de cocaína pura hacia los Estados Unidos fue su obsesión por dominar el mercado mundial y su fascinación al descubrir que podría controlar, a jueces, gobernadores y presidentes de diversos países. Fue tal el poder de Suárez que quiso pagar la deuda externa de Bolivia con narcodinero.
Su viuda Ayda Levy publicó a fines de 2012 el libro biográfico titulado “El rey de la cocaína, mi vida con Roberto Suarez Gómez y el nacimiento del primer narco-estado”, editado en la serie Debate por Random House. Es una lectura indispensable, no solamente porque está bien narrado, sino porque a pesar de que propia autora, hija de una familia privilegiada y educada de Cochabamba, Bolivia, lleva a cabo un reiterativo intento por limpiar el nombre de su familia, en cada página descubrimos la doble moral de ella, de sus hijos, del propio Suarez y de personajes de la política internacional. Ayda a sus 78 años tiene una lucidez y memoria extraordinarias. Tanto ella como sus hijos y Suárez guardaron libros contables, datos, cifras, videos, fotografías y un sinfín de evidencia. Con ello revela fechas precisas de los encuentros del Rey de la coca con sus socios y contactos. Narra detalladamente el plan urdido por su esposo y colegas, todo con nombres reales, para financiar un golpe de Estado en Bolivia con el cuál impusieron al general Luis García Meza, el primer narco-presidente de la historia latinoamericana.
La autora dejó fríos a sus editores mexicanos cuando durante les aseguró tener pruebas de hechos tan delicados como el convenio entre Suárez y Pablo Escobar con Fidel Castro para entregarle al dictador cubano un millón de dólares diarios para que los cargamentos de cocaína pasaran por Cuba y para que el estado cubano pusiera los servicios de inteligencia y la protección de espacio aéreo y marítimo al servicio del Cártel de Medellín encabezado por Pablo Escobar pero cuyo socio líder y proveedor de materia prima era Suárez. La droga entraba directamente a La Florida. Las revelaciones de la viuda Suárez son vitales para entender la narco-política y la narco-economía, pero también para evidenciar la hipocresía de la guerra mundial contra el narcotráfico. Nadie hasta ahora había revelado con tal honestidad el haber atestiguado, de primera mano, los convenios entre los narcotraficantes y el gobierno norteamericano a través de la CIA y Oliver North, el famoso y corrupto militar del caso Irán-Contras. La autora dibuja la paulatina normalización de las actividades criminales de una familia de empresarios metida a la narco-política internacional y la compra de la justicia local e internacional, de policías y militares, así como la inversión directa en campañas. El banquero del Vaticano lavando dinero; los presidentes de Bolivia, Costa Rica, Panamá, Cuba y Colombia, aparecen en las revelaciones que mapean con claridad cómo llegamos hasta esta esquizofrénica “guerra” contra el narcotráfico y el perverso papel que el gobierno norteamericano jugó para fomentar las adicciones en su territorio.
El libro es valioso porque, a pesar de la amoralidad de sus personajes, la señora Levy logra desmitificar a las mujeres del narco. Aquí no hay lugares comunes, sino complejas relaciones emocionales impregnadas de goce del estatus, del poder y la impunidad avasallantes de quienes generan violencia y se niegan a reconocerla argumentando que hacían sólo política y negocios o, como decía Suárez, que vendían cocaína por patriotismo, para mejorar la economía nacional. No por nada “el rey” se convirtió en personaje del filme “Scarface”.
Hay que leer este libro. Aunque Levy deja una deuda a sus lectores mexicanos, porque en la versión original estaban los datos precisos de cómo Suárez llegó a Cozumel, Quintana Roo para negociar el paso de las drogas por ese estado en tiempos del gobernador Pedro Joaquín Coldwell. Aunque deja clara la creación de la ruta, editaron los nombres de los responsables que se reunieron con Suárez y Escobar. Nos deja pensando que no temen a los americanos, ni a los militares cubanos pero sí al actual gobierno del PRI. La historia, como sea, se seguirá escribiendo para entender mejor la realidad.
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