viernes, 8 de febrero de 2013

Juan Villoro- Signos de vida

Es común que los testigos de la violencia piensen que los muertos tenían alguna relación con el crimen. Responsabilizar a los caídos de la suerte que corren no es sólo una táctica política para restringir los daños a una zona "controlable", sino una respuesta psicológica defensiva. Resulta tranquilizador suponer que las víctimas estaban implicadas en algo turbio y jugaban con fuego. Aceptar su inocencia significa, por el contrario, admitir el sinsentido de la muerte, entender, dolorosamente, que si otro murió libre de culpa, tú puedes ser el próximo.

El concepto de "daño colateral", que jamás ha encarnado en una persona real, define las bajas como accidentes inevitables. "No puedes preparar un omelet sin romper un huevo", dicen quienes desean minimizar el costo social de una guerra.



En los últimos años, las estadísticas del horror han impedido conocer los destinos individuales destruidos por la violencia. Para paliar esta carencia, Marcela Turati y Daniela Rea han coordinado una antología excepcional: Entre las cenizas. Historia de vida en tiempos de muerte (con descarga gratuita en periodistasdeapie.org.mx/libros/). Diez periodistas ponen el acento en la solidaridad, la resistencia y la construcción colectiva de la esperanza.

¿Cómo sentir empatía por la desgracia ajena? En Lo que queda de Auschwitz, Giorgio Agamben comenta que nadie puede ser testigo integral del horror. Sólo quien llegó a la cámara de gas conoce el mal en su última instancia, y de ese recinto no salen noticias. El cronista no puede sustituir lo que se ha perdido. La paradoja moral es que eso no debe ser un impedimento sino un reto para recuperar lo que otros han padecido.

En su libro Levantones, Javier Valdez Cárdenas narra la escalofriante trama del tráfico de cadáveres. A una mujer le quieren vender un cuerpo sin facciones ni huellas digitales que lleva la ropa de su hijo. Ella lo toca y sabe que no es él.

El periodista carece de esta cercanía filial para distinguir a los otros. ¿Cómo convertirse entonces en testigo? Un pasaje evangélico ilustra el desafío. Cuando a Jesús le pidieron que definiera la noción de "prójimo", contó una parábola. En el camino de Jericó a Jerusalén un hombre fue asaltado y dos sacerdotes pasaron a su lado sin socorrerlo. Finalmente fue atendido por un samaritano. Asociamos al "buen samaritano" con el que ayuda a los demás. Para Cristo, lo fundamental es que se trata de alguien ajeno a la circunstancia, un extranjero de Samaria. El prójimo no es el que está al lado; es el desconocido que sabe aproximarse.

No es casual que el cronista Emiliano Ruiz Parra recuerde esta escena en su libro Ovejas negras, pues ahí se cifra la ética del periodismo. El testigo de los hechos no puede suplantar a los protagonistas: es el extraño que los hace suyos.

Las crónicas de Entre las cenizas se sustentan en ese gesto. Alberto Nájar traza un perfil de Norma Romero Vázquez y del colectivo Las Patronas, que auxilia a los migrantes que viajan de Centroamérica a Estados Unidos en el tren conocido como La Bestia. Durante unos segundos, Norma cruza una mirada con los pasajeros del tren y les lanza botellas de agua. No los volverá a ver, no sabe sus nombres: son sus prójimos.

Venessa Job documenta los primeros auxilios de los cibernautas que se juegan la vida para alertar en las redes sociales. La consecuencia más negativa de este ejercicio de supervivencia ha sido la "Ley Duarte", promulgada por el gobernador de Veracruz, que castiga hasta con cuatro años de cárcel y multas de 500 a mil días de salario mínimo a quienes "perturben" el orden público difundiendo delitos no probados. Aunque pretende combatir el alarmismo, la ley atenta contra la libertad de expresión en el Estado donde han muerto más periodistas. En un país dominado por el miedo y la sospecha, quien escucha disparos no puede detenerse a verificar su origen. Los vigías digitales salvan más vidas que la policía.

Thelma Gómez Durán recupera la estrategia de vigilancia en el pueblo de Cherán, surgida en torno a las fogatas que reavivaron la tradición comunitaria, y Marcela Turati se ocupa de las organizaciones ciudadanas que siguen la pista a los desaparecidos. En ocasiones, los deudos son víctimas por partida doble: han perdido a sus familiares y son amenazados por denunciar esas pérdidas. Daniela Pastrana narra la historia de Nepomuceno Moreno Núñez, que perdió a su hijo en Sonora y clamó por justicia hasta que corrió su misma suerte.

En la última página de Las ciudades invisibles, escribe Italo Calvino: "El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el que habitamos todos los días... Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio".

Ese espacio tiene un nombre: Entre las cenizas.

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