jueves, 21 de febrero de 2013

Miguel Carbonell- ¿Necesitamos tantos partidos políticos?


El pluralismo político es algo muy sano en un régimen democrático. La posibilidad de elegir entre varios proyectos de país robustece la participación ciudadana y le otorga sustancia a cualquier proceso electoral. Es algo que siempre se debe apoyar.

Pero en México parece que estamos a punto de irnos a un extremo del que quizá no obtengamos muchos beneficios. El IFE está tramitando la solicitud para que sean creados 52 nuevos partidos políticos. Algunas
peticiones ya están siendo desechadas, por incumplir manifiestamente con los requisitos que exige la legislación, pero la enorme mayoría sigue adelante.



Los hay para todos los gustos. Algunos incluso son copia de antiguos
partidos que tuvieron en su momento el registro como tales y lo
perdieron por falta de apoyo popular (es el caso del Partido Demócrata
de México, el tristemente célebre PDM).

Ha solicitado el registro una agrupación que propone llamarse “Partido
Unificador de Estados Democráticos Evolucionarios y Nacionalistas”,
cualquier cosa que ello signifique. También lo ha hecho la “Asociación
de Profesionistas y Profecionales (sic) de Servicios Comunitarios”,
quienes en caso de obtener el registro seguramente dedicarán parte de
sus recursos a tomar clases de ortografía.

Hay igualmente una propuesta para crear el “Partido Humanista”, el
“Partido Universitario de México”, el partido “Pueblo Republicano
Colosista” y el “Partido Demócrata Migrante Mexicano”. Los demás andan
en un canal parecido, salvo un par de ellos, que parece que sí
representan a un sector de la ciudadanía suficientemente amplio como
para poder competir en los siguientes procesos electorales (me refiero a
Morena y a Concertación Mexicana).

Uno se pregunta si ese tipo de respuestas serán adecuadas para superar
el actual abismo que existe entre la ciudadanía y sus representantes
populares. En todas las encuestas aparece la marcada desconfianza que le
tenemos a los representantes populares: confiamos menos en un diputado
que en un policía y todavía menos en los representantes de un partido
político. De forma más marcada e intensa dicha desconfianza aparece
entre los jóvenes, que se sienten muy poco afectos a los partidos
existentes y en general a la clase política nacional.

Ese problema existe y sería inútil negarlo. La pregunta importante es si
para superar ese problema la mejor solución es darle el registro a
organizaciones con dudosas credenciales democráticas, cuyo principal
objetivo seguramente será participar del generoso régimen de
prerrogativas económicas que acompañan al registro como partidos.

El IFE, por supuesto, se encuentra entre la espada y la pared, ya que si
dichas organizaciones cumplen con los requisitos que marca la ley estará
obligado a darles el registro. No se trata, por tanto, de un problema de
la autoridad electoral, sino de una cuestión que debe resolver en
primera instancia la propia ciudadanía. ¿Vale la pena apoyar a esas
organizaciones para que se conviertan en nuevos partidos? ¿La democracia
mexicana necesita que en las boletas electorales del 2015 aparezcan
quince o veinte o cuarenta nuevos emblemas de los partidos que están
tramitando su registro?

La solución no parece fácil. Por un lado hay que promover el pluralismo
y permitir que los ciudadanos voten a un abanico amplio de ofertas
electorales. Por otro lado es evidente que muchos de los nuevos partidos
serán franquicias al servicio de sus fundadores, con el propósito
descarado de obtener recursos públicos para enriquecerse. Es probable
que los partidos que finalmente obtengan el registro susciten la misma
frustración que hoy sienten muchos mexicanos por los partidos que ya
existen.

En todo caso, lo que hay que exigir siempre es que se asegure un
funcionamiento interno democrático, que los derechos de la militancia
están adecuadamente garantizados (en ello tienen mucho que decir los
tribunales electorales) y que las agendas de cada partido sean claras
respecto a los grandes temas nacionales. De esa forma podremos al menos
evitar que los partidos sean controlados por una familia o que vendan su
proyecto político al mejor postor (de ambas cosas hay ejemplos bien
conocidos en el panorama político nacional).

Ojalá que a la luz del proceso de registro que se está llevando a cabo
ante el IFE, los ciudadanos pensemos y discutamos a profundidad el
modelo de sistema de partidos políticos que el país necesita. Lo peor
que podemos hacer es dejar ese tema en manos solamente de los políticos
profesionales, ya que están acostumbrados a servirse con la cuchara
grande, a costa del dinero de los contribuyentes. Por tanto: nuevos
partidos sí, pero que lo sean de verdad y no meros membretes.



Licenciado en Derecho por la Facultad de Derecho de la UNAM, Doctor en
Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, España e Investigador


Fuente: http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2013/02/63119.php

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