miércoles, 15 de mayo de 2013

Ciudadanos ejemplares: Julio Cou, "El buzo"

Tal vez será un cadáver. Tal vez las partes reblandecidas de un cuerpo mutilado, el feto de un bebé que nadie quiso, la mascota perdida, los restos de un hogar que se derrumbó, un sillón desvencijado, los pedazos de algún automóvil, chatarra. Lo que sea que Julio encuentre a su paso bajo el agua, será bueno: ya estar ahí, en la serenidad de lo profundo, es su única forma de encontrar sosiego. Tranquilidad. Paz.






Por eso ha de ser que su expresión cambia cuando habla de sumergirse. Por eso ha de ser que su rostro de nariz ancha, de labio inferior grueso y carnoso, de dientes grandes, afilados, de pelo cano y ojos como rendijas por donde apenas pasa la luz recuerdan mucho a ciertos peces abisales: Julio César Cú también es como un pez, y nada en las profundidades acuáticas de la ciudad de México.


Julio Cou Cámara:
Me llamo Julio y soy buzo del drenaje aquí en la ciudad de México. Lo que hago es un tanto raro. La mayoría de la gente, cuando le digo que soy buzo, piensa: “¡qué padre: el mar y la playa”. Pero no. Somos buzos del drenaje.

Soy parte de un equipo, y trabajamos para el gobierno del Distrito Federal, en el Sistema de Aguas. Somos un equipo de emergencia, así que participamos en todo lo que tenga que ver con las inundaciones y las reparaciones del sistema de drenaje. Debajo de las calles por las que ustedes caminan, ahí es donde buceamos.

Lo que más hacemos es mantenimiento. Reparamos bombas, sacamos desperdicios: sacamos cuerpos de animales, cuerpos de personas... y toda la basura. Hay muchísima basura en el drenaje, que es muy dañina para nosotros y para la ciudad.
La gente siempre se pregunta por qué hay tantas inundaciones en la ciudad. Puedo decirles que la ciudad se inunda por toda la basura que causa bloqueos en el sistema de drenaje. Si fuéramos un poquito más conscientes acerca de la basura y no la tiráramos en la calle no tendríamos tantos problemas de inundación. La gente se queja; dice: “hay casi una laguna en la calle”. Bueno, pues sí: esa laguna se debe a su basura.

El sistema de drenaje recibe mantenimiento constante; hay gente trabajando en eso todo el año, veinticuatro horas al día. Necesitan un buzo cuando ya no pueden detener la planta de bombeo porque si la pararan se inundaría la ciudad. Entonces es cuando me piden ayuda. Vamos, vemos el problema y hacemos el trabajo.

Trabajamos a ciegas en las aguas negras. Hay excrementos animales y humanos, desechos sanitarios... cualquier cantidad de porquerías que puedan imaginar. Todo eso está en el agua del drenaje. Ahí trabajamos. Actualmente sólo somos dos los que buceamos en la ciudad. Yo he comprado parte de mi equipo. La gente cree que esto es como buceo deportivo, pero no: usamos equipo especial. Técnicamente es muy distinto: tenemos diferentes mangueras de aire y compresores, etc. No tenemos los mismos instrumentos, porque nosotros no podemos ver qué estamos haciendo y está totalmente oscuro allá abajo. Hay gente arriba con computadoras que va diciéndome dónde voy y qué hay que hacer.

Seguido me preguntan qué veo allá abajo, si hallo dinero o joyas. No. No se puede ver nada de eso. Capaz que el tesoro de Moctezuma está allá abajo, pero lo más probable es que nunca lo encontremos, porque no se ve nada: lo único que puedes hacer es hallar bloqueos.

En cuanto a las cosas que nos encontramos: hay montones de colillas. He hallado tapones de pedazos de alfombra, piezas de coches y hasta pedazos de cadáveres. Quitar este tipo de cosas es parte de nuestro trabajo. La gente que trabaja o pasa por ahí piensa: “¡miren a este cuate, está loco, se anda metiendo al drenaje!” Pero sí, claro: eso es exactamente lo que hacemos.
Un día normal para mí... ¿qué les puedo decir? Voy a la oficina y si no hay emergencias trabajamos en el mantenimiento del equipo. Este equipo tiene que estar en condiciones cien por ciento perfectas: no puede fallar. Mi colega y yo tenemos el equipo listo siempre. Trabajamos tanto de noche como de día. No es que para nosotros haya ninguna diferencia, porque de todos modos no podemos ver nada allá abajo.

Hay alrededor de quince plantas de bombeo en la ciudad y varían en profundidad entre ocho y quince, o hasta veinte metros. Las cloacas profundas de México están entre cincuenta y doscientos metros abajo de la superficie. Hay 650 kilómetros de drenaje. Todas las aguas residuales y todo el drenaje de la ciudad corren por esos tubos, y en su mayor parte acaban yéndose hasta el estado de Hidalgo.

El drenaje sale del excusado de su casa (es su fuente primaria) y pasa a un sistema de recolección secundaria en la calle, y luego se va al drenaje profundo.

No sé qué más decirles. Me fascina el trabajo que hago. Aun cuando no mucha gente lo ve o sabe de él, creo que es muy importante para todos nosotros. A veces no ser puede parar la planta de bombeo, o no se puede escarbar en las calles y llegar hasta el drenaje desde la superficie. Es entonces cuando intervenimos. Es un trabajo muy satisfactorio. Me gusta saber que soy parte de un sistema que funciona para mantener la seguridad de la ciudad.

Creo que lo más importante que puedo decir es: ¡no tiren basura en las calles! No porque quiera quedarme sin chamba, sino porque las inundaciones son una de las mayores amenazas para la ciudad de México. La basura y nuestros problemas con el agua van de la mano.
Muchas gracias por esta invitación, y si tienen alguna pregunta, con gusto la contestaré.

Edible Geography: Cuando anda en el drenaje, ¿nota alguna diferencia entre los distintos barrios y partes de la ciudad según el tipo de desechos que encuentra, o los olores, o los sonidos?

Julio: Puedo bucear diez o quince minutos para desbloquear una planta y luego salir a descansar; cuando vuelvo a meterme, todo ha cambiado. El agua se mueve constantemente; nunca sabemos qué será lo que nos vaya trayendo. Pero diría que, más o menos, soy como un ciego que empieza a sentir y “ver” con sus otros sentidos.

Edible Geography: ¿Cuál es la velocidad del agua allá abajo?

Julio: El agua va a unos cinco o seis kilómetros por hora en promedio. Depende de dónde está uno dentro del sistema y de la pendiente del drenaje en ese lugar. El principal riesgo es que de alguna manera nos desconectemos, porque la basura está llena de cosas filosas: vidrio, clavos, jeringas. Si se rompiera el traje y nos hiciéramos una herida, no podríamos escapar de una infección. El aire y la comunicación nos llegan por un cable conectado a la escafandra, y si ese cable se quedara atorado o se desconectara, sería realmente peligroso.

Edible Geography: Si pudiera inventarse algún artefacto tecnológico que le facilitara el trabajo, ¿cuál querría que fuera?

Julio: Hemos probado muchas lámparas distintas, pero el agua está tan sucia que la luz se refleja en todo y de todos modos no se puede ver nada. Además de algo que me ayudara a ver allá abajo, no se me ocurre nada.

Edible Geography: ¿Qué es lo que le motiva a usted cada día para levantarse e ir a trabajar al drenaje?

Julio: Cuando me ofrecieron esta chamba, pensé: “¿qué ando haciendo, aceptando pasarme el día nadando en el drenaje de la ciudad?” ¡Pero me da tanto placer y satisfacción hacer mi trabajo, saber que hago mucho bien a mucha gente, sin que lo sepa! Creo que es la adrenalina.

Edible Geography: ¿Qué clase de entrenamiento debe tener para hacer este trabajo?

Julio: Cuando empecé a trabajar ya era buzo deportivo. Así que, básicamente, mientras no te dé asco el drenaje y te guste bucear, puedes hacer la chamba.

Edible Geography: ¿Qué es lo más raro que se ha encontrado en el drenaje?

Julio: Una vez sacamos la mitad de un vehículo Volkswagen. Otra vez sacamos un rollo de quince metros de alfombra que estaba tapando una cloaca. Lo que se les ocurra, lo encontramos en el drenaje. Es un tiradero. Ése es el problema.

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Julio: Cuando estoy aquí arriba ando como nervioso -dice-, cuando paso mucho tiempo sin inmersión, hasta mi esposa me dice que ya me hace falta el agua. No sé, a lo mejor no me lo van a creer ¿no? nada más toco el agua y me tranquilizo.

-¿Qué siente?

-Siento mucha tranquilidad. Me entra mucha paz. Estas tú solo. No hay nadie alrededor. No ves nada. Nada más estás contigo. Cuando estoy a punto de entrar, siempre me pongo nervioso, me entran nervios, pero nada más toco el agua se me quita. Tocar el agua me da mucha paz.

-¿Pero... y la suciedad? ¿No le da asco nadar entre la mierda?

-No ves nada. No hueles nada. Allá abajo hay veces que pones tu mano enfrente de ti y no la ves. Generalmente el agua es tan turbia que no alcanzas a ver nada, afirma.

Julio es hoy el único buzo especializado en inmersión dentro del drenaje profundo del Sistema de Aguas de la Ciudad de México (SACM) y, según nuestros cálculos, ha realizado una cifra muy cercana a las 500 inmersiones a las entrañas oscuras del desagüe subterráneo capitalino, con todo lo que lleva en su torrente.

Para quienes gustan de la numeralia, el trabajo de Julio podría resumirse así: a la razón de unas cuatro horas en promedio, multiplicadas por un promedio de 15 inmersiones anuales, por 28 años de trabajo, Julio ha buceado entre las aguas que ennegrecemos todos juntos por lo menos mil 600 horas de su vida.


Adiós a los nervios

El plástico del traje de buzo, o el material del cual esté confeccionado, cuando se pega a los pantalones crea una sensación de caricia, de envoltura protectora: cualquiera que sienta el abrazo de las cobijas antes de levantarse sabrá lo que se siente portar el traje de Julio.

Hermético por completo, el traje es un escudo contra toda clase de enfermedades, infecciones, incluso peligros como la gangrena, la septisemia, inminentes para quien debe bucear en lo oscuro de las aguas de desecho de la segunda ciudad más grande del mundo, donde lo mismo navegan las heces de todos que los desechos industriales, hospitalarios, tóxicos.

No es raro que en la inmersión el equipo pueda rasgarse. Que por sus movimientos alguna varilla o pedazo de madera, una piedra desgarren el equipo. Ha pasado y seguirá pasando: "es parte de los riesgos de este trabajo", expresa.

Y es muy pesado. Confeccionado en Europa por especialistas de Noruega y Dinamarca, donde se registran las temperaturas de inmersión más gélidas del mundo. Cuando Julio y su ayudante, Ricardo, rodeados de tanques de oxígeno, mangueras, cubetas, aspersores, escobas, me echan la mano para ponerme el casco, una especie de escafandra de un metal muy grueso, opresiva, asfixiante, en cuanto la ponen en mis hombros siento encima de mi cabeza el peso de un niño de 10 años. Y es un niño gordo.

Una vez puesto el casco, el aire disminuye. El calor se encierra. Si te toca ser neurótico es muy probable que a la opresión que se siente al portar todo el equipo se sume la de saber que vas a nadar entre la caca. A lo largo de sus 28 años de experiencia, por lo menos 10 hombres han pasado por el puesto de Julio sin permanecer. Es el único que ha aguantado.

-Es un trabajo que te tiene que gustar. Alguien que sea muy nervioso no puede bucear, afirma. A mí luego, luego me entra la angustia del encierro, casi de inmediato le pido que me quite el chingado casco- te tiene que gustar la sensación del traje, del agua, porque allá abajo estás solo, nadie va a poder ayudarte.

Julio César, cuando está abajo, sólo tiene el tubo de vida, un cable de entre 15 y 20 metros de longitud que lo conecta con el equipo de comunicación que está arriba, en lo seco. Pero todas las maniobras y riesgos los asume solo, él, en la soledad de lo profundo.

-Abajo no nadas, sólo caminas. Vas caminando con los pies arrastrados, porque es un terreno fangoso. Tienes conocimiento de lo que te van diciendo arriba, pero debes confiar en tus sentidos, debes confiar en lo que tu gente te dice.

Julio baja conectado al umbilical, como también le llaman al tubo de vida, a veces montado en una canastilla de acero y a veces en escalera.

En cuanto se sumerge por completo empieza el reto: sólo dispone de su intuición, del conocimiento de su trabajo y de la suerte, que a algunos compañeros les ha dado la espalda.

Morir drenaje adentro

Una ciudad como México, que puede desalojar entre 30 y 220 metros cúbicos de agua por segundo, de acuerdo a las temporadas de estiaje o lluvias, siempre está en riesgo de un colapso por su sistema de drenaje, por las inminentes inundaciones que deben ser resueltas. Al fin ciudad que nació siendo lago.

"Hemos tenido que retirar incluso salas completas, muebles de todo tipo, hasta motores y carrocerías de automóviles que la gente o las industrias tiran al drenaje o a los ríos que desalojan aguas industriales", describe Julio.

Es justo el mismo problema que en 1980 delinearon los responsables de la operación hidráulica de lo que entonces se llamaba Departamento del Distrito Federal. Julio, entonces un muchacho veinteañero aficionado al buceo, fue invitado a un trabajo muy específico: ahorrar, con su inmersión, un trabajo técnico que podría retrasar las soluciones indefinidamente y con ello afectar no a miles sino a millones de personas. A su modo, Julio es nuestro héroe.

-¿Y cuál es el momento que más recuerda?

-Me siento muy satisfecho de los cuerpos que he recuperado. Que se acerquen los familiares y te digan gracias por ayudarles a recuperar un cuerpo para llorarlo en paz. Es algo que no pagas con nada. Mucha gente puede no ser rescatada. Pienso mucho en eso.

-¿Alguna vez piensa en la muerte?

-No. Algunos amigos me han comentado que abajo, cuando están solos, platican con ella, que la sienten y le hablan. Yo no la he sentido. Quizá porque, gracias a Dios nunca me ha pasado nada. Yo me pongo a cantar. Cuando estoy muy concentrado, empiezo a cantar.

-¿Y qué canta?

-Cualquier cosa. Me gusta de todo tipo de música. Reflexiono, pienso en muchas cosas. Es fácil cuando estás abajo.

-¿Y cuando no trabaja?

-Ya estoy en tiempo del retiro. Pero no quiero pensar en eso. Lo estoy retrasando. Me gusta mucho mi trabajo. Julio enciende su rostro. Está rodeado de figuritas de buzos, de fotografías de sus inmersiones, de caricaturas. Su oficina, en terreno seco, está inundada de sus cosas de buceo. De su emoción.

Por eso, cuando le pregunto por aquello que más le gusta de su chamba, esa que pocos podríamos apostar que le despierte tanta emotividad, el buzo abre sus ojos como de pez abisal para decir "todo. La verdad. De mi trabajo me gusta todo. Cuando estoy allá adentro, buceando, soy un hombre feliz".

Ha de ser cierto, pienso: ¿cuántos de nosotros podemos encontrar la paz, la serenidad verdadera, la felicidad, desempeñando religiosamente el oficio que elegimos para vivir

Fuente: El Universal y

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