¿Qué quiere Ernesto Cordero? Él no lo pidió, pero ha llegado la hora de la verdad en su historia política.
¿Quiere ser un protagonista de la política en México? ¿O preferirá seguir como un valioso cuadro al servicio de proyectos de otros, como ha sido hasta hoy?
Un amigo decía hace poco, medio en broma y medio en serio, que seguro Cordero maldecía su suerte: gente con su capacidad, estudios y experiencia hay poca en México. Se dice fácil, pero es ni más ni menos un joven ex Secretario de Hacienda. Y alguien con su perfil podría estar en alguna capital del mundo, haciendo dinero como consultor o viviendo en la dorada burocracia de los organismos financieros internacionales. En cambio, desde el Senado a Ernesto Cordero le tocaba lidiar con Gil, Lozano y, por supuesto, Corral, entre otros. Además, claro está, con las malquerencias de Gustavo Madero y el voluble Felipe Calderón, su ex jefe y amigo.
Cordero tiene un protagonismo que quizá nunca imaginó. Eso no es nuevo. Hace años, cuando como titular de Sedesol era cuestionado en privado sobre la eventualidad de una precandidatura a la Presidencia, su respuesta era la risa. Con humor negaba cualquier aspiración presidencial. No quería, aseguraba. Pero además dudaba, y lo decía, de que alguien votaría por él.
El tiempo pasó y Calderón lo utilizó como precandidato en una aventura fallida desde el principio. El cobro de agravios de panistas resentidos con el Presidente michoacano y su grupo, y la falta de tablas y carisma del improvisado delfín acabaron en el naufragio pronosticado.
Pero Cordero fue leal, se sacrificó y sin chistar aceptó la derrota ante Josefina Vázquez Mota. Y cuando fue requerido, si bien un tanto presionado a periodicazos, incluso ayudó a la campaña de su compañera de partido. Demostró que es un buen tipo, lo cual no sé si sea necesariamente bueno en la política.
Con la senaduría en el bolsillo, se planteó desde el verano pasado comenzar a construir un camino hacia la reconquista del PAN. No en solitario, por supuesto, sino como parte del grupo con el que ha hecho toda su carrera política.
Sin embargo, el calderonismo hace mucho que no es algo homogéneo o sólido. Mermado por la trágica muerte de Juan Camilo Mouriño, la verdadera ruptura del grupo ocurrió cuando Felipe Calderón operó la elección en la que Madero ganó a Roberto Gil y Patricia Flores.
Los calderonistas se fracturaron ese diciembre de 2010 y ya no hubo amalgama posible. Ni ahora, en estas horas en que han sido atacados como nunca desde la presidencia del ahora ex panista Manuel Espino. Cuando Felipe Calderón fue desautorizado por Fox en 2004, por aquel prematuro destape en Jalisco, el michoacano supo convertir la humillación en victoria.
Hoy Cordero tiene su hora de la verdad. ¿Quiere ser opositor? Hay mucho campo para ello. Solo López Obrador le disputaría en libertad y margen para ser dueño de una agenda propia.
Puede convertirse, desde ya, en la voz que reclame la reforma política que Peña Nieto no quiere, la de la reelección de alcaldes y gobernadores, por ejemplo. Puede ser el político que plantee el proyecto más radical, por aperturista, de la reforma energética. Puede ser el opositor en el centro-derecha que Madero no podrá ser. Y también puede ser, desde el descontón que le han dado, un legítimo candidato a la presidencia del PAN.
Lo que no puede ser Cordero es el mismo de siempre, el supeditado a otros, el excelente colaborador de su jefe Calderón. Ya perdió la coordinación del Senado. Ha ganado una gran oportunidad. ¿Qué hará con ella? Sólo Cordero lo sabe.
Un primer paso para él sería dejar de martirizarse ante los medios y anunciar ya sus ambiciones. Aprovechar el impulso que le ha dado Madero al removerlo. Para lo que sigue requiere de los calderonistas pero no basta con ellos. Necesita que se note que él marca el paso y debe demostrar que es capaz de aglutinar en torno suyo a los antipriistas que no quieren a Calderón. Esa es una alternativa. Otra sería mandar solicitudes a organismos financieros y dejar a un lado la complicada, e ingrata, grilla nacional. Pero en cualquier caso Cordero no merece apagarse en la bancada como en su momento le ocurrió a César Nava en la Cámara de Diputados, que pasó de presidente del PAN a uno más del montón.
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