domingo, 5 de mayo de 2013

El bronceado de Obama- Jorge Zepeda Patterson

Obama, ah sí, dijo Berlusconi, “ese joven apuesto y bien bronceado que vive en la Casa Blanca”. Y en efecto, no fue cosa fácil que un hombre “tan bronceado” llegase a la presidencia de Estados Unidos, y menos aun con un nombre tan tercermundista como Barack Obama, y con un islámico Hussein entre medio.

Le tomó a Estados Unidos más de 200 años aceptar la posibilidad de un presidente de raza negra; algo que muchos consideraban que tomaría varias generaciones más. Se requirió padecer los excesos de ocho años de esa derecha radical y obtusa encabezada por George Bush para precipitar como efecto pendular lo que parecía inimaginable. En realidad el hito que representa tener un presidente afroamericano en la Casa Blanca posee un efecto más simbólico que efectivo. Es tal el equilibrio de poderes de
una sociedad moderna, que el mandatario norteamericano se encuentra maniatado para hacer cambios verdaderamente significativos en los temas estructurales.



Una y otra vez las propuestas más importantes de Obama se han estrellado
contra las posiciones del Congreso y la fuerza de los poderosos lobbies
que operan en Washington. Basta decir que la prisión de Guantánamo sigue
en pie, pese a las reiteradas promesas de Obama; o podemos recordar su
intención fallida de endurecer las condiciones de compra de armas largas
entre los particulares en Estados Unidos. (En su más reciente libro, El
fin del Poder, Moisés Naim asegura que los poderosos son cada vez menos,
tienen menos poder y el poder que tienen es frágil y transitorio. El
poder es ahora más difícil de usar y mucho más fácil de perder, en los
campos científico, educacional, político, religioso, filantrópico,
artístico).

Y pese a todo, los márgenes de maniobra con los que cuenta Obama no
pueden, no deben, ser desaprovechados por México. Nada en la biografía
personal del líder nacido en Hawaii lo vincula a temas latinos, pero sin
duda sus convicciones democráticas y progresistas le hacen mucho más
sensible a la agenda de los migrantes y a las condiciones desfavorables
de nuestro país en las relaciones con su poderoso vecino. De hecho, hoy
por vez primera, y gracias al apoyo de la Casa Blanca, los casi 12
millones de ilegales de origen latino en Estados Unidos contemplan la
posibilidad de una amnistía que regularice su situación.

Me parece que los casi cuatro años que le quedan a Obama como presidente
deberían ser objeto de una cuidadosa estrategia de parte del gobierno
mexicano para avanzar en una agenda histórica y resolver problemas
ancestrales vinculados a la compleja relación entre ambos países en
materia económica, financiera y social.

México y Estados Unidos comparten la frontera con mayor tráfico y
simbiosis en el mundo. De hecho, como en el caso de cualquier pareja,
alrededor de la frontera ha surgido una especie de tercer “país” que no
es ni Estados Unidos ni México. Una tercera entidad que parece tener
vida propia y sólo parcialmente evoca a sus progenitores.

Fue una verdadera lástima que Felipe Calderón desperdiciara los cuatro
años del primer periodo de Obama, obsesionado como estaba con su
guerrita contra el narco. Bastó este encuentro entre Peña Nieto y el
estadounidense para evidenciar la intensidad de la agenda económica y
política pendiente, y el enorme desperdicio que significó reducirla
durante tanto tiempo a un asunto de pistolas y maleantes.

Todavía estamos a tiempo de hacer una revisión a fondo de la manera en
que habremos de encarar el futuro de la relación con Estados Unidos. No
podemos regresar al discurso trasnochado del masiosare y la soberanía
decimonónica en los discursos, cuando la integración entre ambas
sociedades se intensifica año con año. Tampoco, desde luego, queremos
convertirnos en una estrella más de la bandera de las franjas
rojiblancas. En la interdependencia hay intereses divergentes de uno y
otro lado, y sólo mediante la comprensión madura y responsable de ambas
partes de sabernos unidos inexorablemente podremos transitar a un futuro
aceptable para todos. Pero es muy distinto tener un interlocutor
sensible en la Casa Blanca, como es ahora el caso, que tener un vecino
intransigente y beligerante que se sabe el más poderoso de la cuadra.

El PRI de Peña Nieto tiene una oportunidad histórica en los próximos
cuatro años. Ojalá pueda verla y aprovecharla para sentar las bases de
una relación más acorde a las necesidades del siglo XXI. Difícilmente
volveremos a tener un presidente tan bronceado en la Casa Blanca. La
oportunidad podría no regresar en mucho tiempo.

@jorgezepedap

www.jorgezepeda.net

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