AUSENCIA
Hace tres años que murió Carlos Monsiváis. Hasta hoy nadie ha podido llenar el espacio público que él ocupó. En la historia contemporánea de México no hay un cronista, analista y crítico de nuestra sociedad y cultura como él: escritor prolijo, bien informado, sensible, agudo, irónico, conocedor a fondo de las debilidades y reciedumbres de nuestros tejidos institucional y social. Y todo enmarcado por una gran virtud: una que no era ni su evidente inteligencia, amplia cultura, sorprendente memoria y gran capacidad de observación, sino el conjunto de valores que formaban el marco ético que le sirvió para elaborar sus juicios. Juicios que algunos calificaron de meras ocurrencias pero que para muchos otros contenían -y contienen- un núcleo duro, producto de la combinación de una sorprendente cantidad de lecturas con una idea clara de lo justo y lo injusto. Tanto la ausencia de Carlos como el tamaño del vacío que dejó se siguen notando.
¿A DÓNDE VAMOS?
Carlos nos ayudó a saber y a valorar de dónde venimos, en tanto colectividad nacional producto de la colonización, y en dónde estamos. Sin embargo, lo que hoy nos urge es saber hacia dónde nos encaminamos, pues quizá vamos a donde no debemos.
En la medida de sus posibilidades, Monsiváis también desempeñó el papel de oteador del horizonte (entonces se acentuaba su pesimismo). Si cuando el cronista vivía contábamos con pocos radares intelectuales que nos alertaran sobre lo que está por venir, hoy hay menos.
Alguien podría argumentar que no son los intelectuales o los hombres de letras como Monsiváis sino los científicos sociales los que realmente cuentan con los instrumentos y el conocimiento para elaborar la carta de navegación de las sociedades. Ellos tienen la tarea de identificar el sitio en donde se encuentran, el rumbo que llevan y cuál es la mejor ruta para arribar al futuro deseado. Sin embargo, igualmente se puede argumentar que ese nunca ha sido el caso y, sobre todo, que en la actualidad no hay teoría o enfoque de ciencia política, economía o sociología, capaz de tamaña empresa. El marxismo o el liberalismo ya no son lo que fueron -grandes explicaciones y justificaciones de la acción política- sino apenas marcos teóricos útiles para examinar situaciones concretas pero no teorías que expliquen quiénes somos y hacia dónde vamos. Su poder predictivo ya mostró ser muy limitado o nulo.
El análisis histórico puede ayudar a vislumbrar posibilidades de futuro, sobre todo a través de eliminar los escenarios menos probables, pero no a predecirlo. Lo mismo ocurre con la ciencia política. Esta disciplina, como la sociología y en tanto ciencia, tiene limitaciones congénitas. Cuenta con teorías e hipótesis y somete a observación el fenómeno a examinar según las exigencias del método científico, pero nada más. Los conceptos empleados en el análisis político -Estado, régimen, poder, autoritarismo, democracia, élite, carisma, etcétera- nunca han podido ser rigurosamente definidos, a la manera de las llamadas "ciencias duras", por ello las teorías de sus diversas escuelas -teorías probabilísticas de alcance intermedio- sirven para introducir un cierto orden en la observación y aventurar posibilidades, pero no para hacer predicciones. La economía, con conceptos cuantitativos, pretendió ser una ciencia casi dura, pero la dura realidad de los últimos años -las crisis que llegaron sin que nadie avisara (siempre se encontrará al economista aislado que las vaticinó, pero no a una escuela como tal)- ha mostrado que sus predicciones fueron erróneas y con costos enormes.
A nivel del sistema internacional, es claro que la bipolaridad de la Guerra Fría fue sustituida por una multipolaridad pero que en la actualidad ya no hay potencia alguna con la capacidad de hacerse cargo de su dirección. Estados Unidos es hoy la única potencia que teóricamente puede actuar en cualquier parte del mundo pero ya no tiene la voluntad para ello. La abrumadora mayoría de los países desean la estabilidad del sistema por razones de seguridad, pero cuando estallan crisis en zonas de competencia de poderes, como es hoy el caso de Siria, simplemente no hay acuerdo sobre cómo resolverlas y el resultado es uno que nadie en particular se propuso. El gran peligro global, el ecológico, es advertido ya por todos los gobiernos pero los egoísmos nacionales impiden la solución colectiva, única posible.
Por lo que respecta a los sistemas nacionales, la democracia es, en teoría, el régimen político al que aspira la mayoría, pero no tiene una definición universalmente aceptada. En la práctica los antagonismos de clase, etnia y de regiones, desembocan en conflictos, a veces violentos, y en regresiones que pueden devolvernos al autoritarismo. Hay razones para considerar que la desaceleración temprana que México experimentó en su proceso democratizador como consecuencia de la resistencia de los partidos y los poderes fácticos a aceptar las consecuencias del juego electoral limpio, como lo demostró el proceso de desafuero del líder de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, iniciado en 2004, puede ser uno de estos casos de regresión.
Ante la debilidad de la teoría para prever el futuro y la necesidad de no caminar a ciegas, una sociedad requiere de personajes como el desaparecido Carlos Monsiváis, que combinen autoridad moral, reconocimiento público, sensibilidad, honestidad, inteligencia, conocimiento y una brújula moral bien calibrada.
INDICADORES DE PELIGRO
Y de que el futuro mexicano es incierto y entraña serios peligros, no debe de haber duda. Veamos algunos indicadores. A 12 años de un supuesto cambio de régimen, está de regreso un PRI que es esencialmente el mismo de siempre. La maestra Elba Esther Gordillo está tras las rejas pero su contraparte en el sindicato petrolero, Carlos Romero Deschamps, continúa tan campante. El triunfo del PAN en 2006 llegó montado en una campaña que definió a la izquierda como "un peligro para México", pero fue Calderón el que arrastró a México a una supuesta guerra contra el crimen organizado que seis años más tarde acumulaba 70 u 80 mil muertos más miles de desaparecidos y desplazados, pero el narcotráfico seguía tan prospero o más que antes y Joaquín El Chapo Guzmán había entrado a la lista de los multimillonarios de Forbes. Después de un cuarto de siglo de reformas neoliberales, la magia del mercado no ha podido hacer que el PIB alcance siquiera los niveles que tuvo antes de la era neoliberal y Peña Nieto anuncia que sólo más capital externo en el sector petrolero nos sacará de la mediocridad económica. La pesca de "peces gordos" en el mar de la corrupción, que se suponía era parte central del cambio democrático, nunca llevó a nadie digno de ese calificativo ante la justicia. Y la lista de indicadores puede seguir.
COLOFÓN
La incertidumbre es el signo de cualquier tiempo. Lo deseable es que nos reencontremos con una de las incertidumbres más positivas: la incertidumbre democrática y desde ahí superar la razón de una de las frases famosas y amargas de Monsiváis: "yo no sé si ya no entiendo lo que pasa [en México] o ya pasó lo que estaba yo entendiendo". Debemos llegar a entender y a controlar lo que nos pasa.
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Fuente: Reforma
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