sábado, 22 de junio de 2013

Jaime Sánchez Susarrey - Apesta

El Partido Acción Nacional no atraviesa por un conflicto ideológico. No se están enfrentando los liberales contra los conservadores. Ni los humanistas contra los yunquistas.

Tampoco se trata de una confrontación de valores: los que defienden la pureza de los principios contra los pragmáticos que se propusieron alcanzar el poder por cualquier medio.

Vaya, no es siquiera por una diferencia de estrategia: los partidarios de fungir como una oposición responsable versus la intransigencia de los que pregonan ajuste de cuentas con los priistas.

El conflicto de los panistas es, simple y llanamente, de intereses, dinero y poder. Lo que se están disputando es el partido y la interlocución con el Gobierno de la República.

Las descalificaciones del Pacto por México se explican por una sola razón: Madero, y no los calderonistas, es quien tiene la batuta en las negociaciones.



No hay más. Pero desconcierta, por lo mismo, que en lugar de presionar para tener voz y voto en el proceso de las negociaciones, hayan optado por un enfrentamiento abierto con la dirección nacional.

No había necesidad. La fuerza de los 22 senadores calderonistas es evidente. Se hicieron sentir en la reforma laboral y en la de telecomunicaciones. Con un plus: permanecerán en sus cargos hasta el 2018.

Pero dicho eso, también es cierto que el conflicto viene de larga data. Gustavo Madero no era el candidato del entonces Presidente de la República a la dirección nacional del PAN. Felipe Calderón lo subestimó y menospreció.

Y hay más. La postulación de Ernesto Cordero a la candidatura a la Presidencia de la República fue una jugada con doble intención: derrotar a Josefina Vázquez Mota o convertirlo en el líder de la fracción calderonista en el Senado.

La escalada del conflicto no tiene fin y se vuelve cada vez más grotesca: Cordero contra Madero; Corral contra Cordero; Zavala contra Corral; Gil contra Preciado.

Pero mientras eso ocurre, hay hechos escandalosos: Los 16 millones, que nadie puede o quiere explicar, que se pretendían utilizar para actividades proselitistas de los senadores en vísperas de las elecciones del 7 de julio.

El hecho es grotesco, toda vez que los panistas se han quejado en todos los tonos de la intervención de los gobernadores priistas en los procesos electorales.

Así que lo que se denuncia en un plano, como una intervención inaceptable, se asume en otro como un derecho y una obligación de los senadores de Acción Nacional.

Más allá de esa inconsistencia, los resultados del 7 de julio tendrán un impacto decisivo en el conflicto. Hasta ahora, todos declaran que están por la unidad y que lo importante es ganar las elecciones.

Pero la mañana del 8 de julio, cuando se conozcan los resultados, cada una de las corrientes los utilizará para atacar a la otra. Baja California será el punto de quiebre. La eventual derrota en ese estado se facturará a Gustavo Madero y compañía.

Todo eso ocurrirá en vísperas de la Asamblea Nacional que deberá celebrarse el 10 de agosto. No hay, pues, misterio alguno. El conflicto lejos de menguar se intensificará hasta llegar, a finales de año, a la elección de la dirección nacional.

Maderistas y calderonistas van por todo y con todo. Imposible imaginar algún acuerdo o tregua. Todos derraman bilis. Todos velan armas.

No sería descabellado, por lo tanto, suponer que una tercera corriente tuviera posibilidades de alcanzar la dirección nacional y postularse como la única alternativa para preservar la unidad. Porque, hasta donde se puede observar, ni los calderonistas ni los maderistas tienen la mayoría o la hegemonía en el partido. Dado ese contexto, el futuro del Pacto por México se torna incierto. La derrota de los maderistas se traduciría fatalmente en una condena de ese mecanismo, que traducido al "calderonismo" sería: quítate tú (Madero) para que me ponga yo (Cordero).

Hecho que se verá complejizado por la negociación de la reforma energética, donde el margen de acuerdo entre Peña Nieto y los perredistas es muy estrecho por no decir nulo.

El proceso de descomposición, que estamos y seguiremos presenciando, se agudizó con la derrota del 1 de julio del año pasado y con la "orfandad" en que quedaron los panistas al perder la Presidencia de la República.

Pero visto en perspectiva, no hay duda que el PAN extravió el rumbo hace muchos años. Tres o cuatro datos lo ejemplifican a cabalidad.

En 1997, Carlos Castillo Peraza, después de haber caído al tercer sitio en la contienda por la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, fue literalmente crucificado por sus camaradas.

Felipe Calderón, su antiguo amigo y discípulo, en calidad de presidente de Acción Nacional, fue el ejecutor de la sentencia que obligó a Castillo Peraza a responder personalmente por las deudas de campaña y luego a renunciar al partido.

En 1999, Castillo Peraza, ya fuera del PAN, fue un severo crítico de la estrategia de alianzas con el PRD. Se hablaba entonces de un acuerdo entre Vicente Fox y Cuauhtémoc Cárdenas.

Después vinieron los entendimientos y la alianza en 2006 con Elba Esther Gordillo. Para culminar con la contrarreforma electoral de 2007, que contó con la venia del Presidente Felipe Calderón y la enjundia de los senadores panistas. Y qué decir de los casos de corrupción y la politización de la justicia durante el sexenio pasado.

La conclusión es clara: La pócima del poder los envenenó y los tiene donde están. Perdieron el rumbo, el poder y están liquidando al partido.

La pregunta, que sólo el tiempo responderá, es cómo, cuándo y a qué costo saldrán de la guerra de estiércol en la que se han hundido.

Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104

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