Hegemonía. Durante largas décadas el Presidente estuvo acompañado de lo que Sartori llamó un partido hegemónico. Un partido que lograba ocupar la inmensa mayoría de los escaños en el Congreso. La Cámara de senadores era habitada solamente por legisladores del tricolor y en la Cámara de Diputados la presencia opositora resultaba simbólica. Ello permitió al "Primer Jefe" ser el "Primer Legislador". No creo exagerar si digo que tanto "su" partido como el Legislativo se pensaban a sí mismos como puntales de la gestión presidencial, y entonces los problemas de gobernabilidad en el sentido estrecho del término (la capacidad que tiene un gobierno para hacer avanzar sus iniciativas en el Congreso) eran inexistentes.
Pluralismo equilibrado. El proceso de transformaciones democratizadoras que vivió el país a partir de la reforma política de 1977 paulatinamente tendió a equilibrar la presencia de las distintas fuerzas políticas en el mundo de la representación. El quiebre inicial se vivió con las elecciones de 1988, por las cuales por primera vez en su historia el PRI dejó de tener el número de diputados suficientes como para modificar por sí mismo la Constitución. Pero la diversidad nivelada se instaló en la llamada Cámara baja en 1997 y en el Senado en 2000. Desde entonces ninguna fuerza política ha podido con sus votos reformar una ley, hacer avanzar una iniciativa, conformar una comisión. La contundente aritmética democrática ha obligado a todos a aprender a negociar. Desde entonces cada propuesta que ha fructificado ha sido resultado de un acuerdo. No obstante, durante los primeros 15 años de esa nueva situación, los diferentes pactos han sido coyunturales, puntuales, y por ello, efímeros. La gobernabilidad -en el sentido apuntado- se hizo más difícil, tortuosa, lenta.
Los exorcistas. A lo largo de ese periodo aparecieron también diversos intentos de exorcismo. No podía ser de otra manera. Tantos años de falta de obstáculos a la voluntad presidencial tenían que generar un sentimiento de añoranza por aquellos tiempos. Y así, desde la academia, el periodismo y la política empezaron a inventarse o reinventarse recetas para conjurar la pluralidad equilibrada que habita el Congreso. Auténticos magos saltaron a la escena: ¿por qué no volver a introducir una cláusula de gobernabilidad que convirtiera la mayoría relativa de votos en mayoría absoluta de escaños? ¿Por qué no permitir que toda la votación obtenida se aplicara sin límite en el reparto de diputados plurinominales? ¿Por qué no hacer una segunda vuelta en la elección presidencial que coincidiera con la primera y única vuelta para elegir al Congreso? No fueron propuestas marginales. Las primeras dos las enunció el hoy Presidente y la tercera el anterior. Su intención: si los votos no le eran suficientes al partido mayoritario para ser la mayoría absoluta en las Cámaras, pues la ley les podía dar una buena ayudadita.
Pluralismo y efectividad. El Pacto por México es una expresión clara de que las principales fuerzas políticas del país han comprendido que cuando los votantes no construyen una mayoría congresual, la política tiene que hacerlo. Y ahora, las iniciativas que se presentan significan un paso más. Si ya el Pacto estaba pensado para ser menos efímero que los acuerdos puntuales, ahora se trataría de establecer en la Constitución que el Presidente eventualmente pudiera construir un gobierno de coalición a través de un programa de gobierno, una plataforma legislativa y la negociación de un gabinete bi o multi color. En la propuesta del Pacto, el gobierno de coalición aparece como una posibilidad: se requeriría la voluntad del Presidente y que se lograra forjar un acuerdo. Si no, el Presidente seguiría al frente de un gobierno de minoría. En la iniciativa de los senadores del PRD y PAN el Presidente debe lograr la ratificación de su gabinete y del "Jefe de Gobierno" en "ambas cámaras", como si se tratara de un régimen parlamentario (sin serlo). En esa iniciativa todo el poder lo tiene el Congreso y el Presidente puede acabar siendo su rehén. Si no logra el gobierno de coalición, habría una crisis mayúscula de gobierno. Por su flexibilidad y su carácter potestativo la iniciativa del Pacto parece superior.
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