martes, 4 de junio de 2013

Jóvenes irremediablemente críticos- Guillermo Sheridan

A fines del mes pasado se llevó a cabo la entrega de los premios EMTECH México a jóvenes innovadores. Es una conferencia mundial dedicada a las tecnologías emergentes que organiza la más que centenaria revista Technology Review del Massachusetts Institute of Technology (MIT). El premio, originalmente limitado a los Estados Unidos, abarca ahora a India, China, Colombia, España, Argentina, Uruguay y, desde hace un par de años, a México.

México ha elegido por segunda vez a 10 jóvenes innovadores y les ha entregado su reconocimiento en una ceremonia organizada por el MIT, patrocinada por BBVA, Philips, IBM y vigilada en lo académico por el ITESM, la UNAM, el IPN y el CONACyT. Uno de ellos concursará en Cambridge por el premio TR35, que se llama así por la mencionada revista del MIT y porque los participantes deben ser menores de 35 años (puede verse con provecho la página web www.technologyreview.com )




Bueno, pues a mí me parece muy bien que México participe en esto, no
sólo porque es una manera eficiente de estimular las buenas ideas, sino
también porque pone en contacto a quienes las tienen con patrocinadores,
inversionistas e instituciones que pueden convertirlas en beneficio social.

Los 10 jóvenes elegidos son fantásticos (me encanta que tres de ellos
sean mujeres). El “innovador del año”, Daniel Gómez, estudiante de
química (ITESM), 22 años, ha creado un sistema para producir biodiésel
de tal eficiencia que la utilizan ya el 80% de las plantas generadoras
de ese combustible alternativo y muy bajo en huella de carbono. El
muchacho, además, ha creado una empresa que comienza a globalizarse y
que genera tecnologías para aprovechar residuos y producir biogás y etanol.

Enrique Lomnitz (RISD) es un diseñador industrial que ha creado una
empresa llamada Isla Urbana que instala un aparato recolector de lluvia
para uso casero y para “generar un sistema de agua sustentable paralelo
al convencional” que convierta la temporada de aguas en el DF en un
ciclo hidrológico que atenúe su sed eterna. El aparato (graciosamente
llamado “El Tlaloque”) separa la lluvia sucia de la limpia y la guarda
en cisternas. La empresa trabaja en zonas marginadas, educa familias,
entrena fontaneros, se asocia con ONGs y líderes comunitarios. Como el
aparato cuesta 6 mil pesos (12 mil si hay que construir la cisterna), la
empresa además gestiona micropréstamos, tramita financiamientos y
subvenciones en beneficio de las familias más pobres y sedientas. Un
detalle singular: Lomnitz no sólo no patentó al Tlaloque, sino que
propicia que la gente le haga copias piratas…

Y así los demás: Alejandro Maza (ITAM) inventó un “start-up” llamado OPI
para procesar información social y participación ciudadana. Ana Gabriela
Gallardo, ingeniera biomédica (UNAM), ha inventado un dispositivo para
administrar insulina a diabéticos. Andrés Monroy (MIT) diseña
“tecnología cívica” para combatir el narcotráfico o para educar por
Internet. Jorge Camil y su empresa han diseñado también programas
educativos en línea. José Rodríguez ha creado una empresa que optimiza
la eficiencia energética en edificios. Laura Peña (UDEM) inventa
lubricantes nanométricos. Melissa Rodríguez (ITESM) inventa biosistemas
de monitoreo de aguas. Waldo Pérez (Tecnológico de Chihuahua) inventa
maneras de soldar aluminio para reducir el peso de los autos y, por
tanto, su contaminación.

Me ha dado por enterarme de lo que hacen estos jóvenes mexicanos porque
mi capacidad de lamentación ya se sobresaturó. Basta de lamentar o
irritarse con la idea de que los jóvenes universitarios están
representados por activistas que -con razón- están irritados por la
injusticia. Hay otros que en lugar de organizar bloqueos porque la gente
no tiene agua, aprovechan su educación e inventan formas prácticas para
que haya agua.

Sí. Que vivan los estudiantes críticos.

Fuente: El Universal.

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