jueves, 13 de junio de 2013

Una democracia imposible, entrevista con Marcelino Perelló

01/01/1988

De padres catalanes, ingresó a la Juventud Comunista, donde la mayor parte del tiempo estuvo enfrentado a la dirección del Partido Comunista. Delegado de Ciencias en el Consejo Nacional de Huelga, destacó como uno de los principales y más controvertidos líderes del movimiento estudiantil. Tenía 23 años de edad. En enero de 1969 se exilió en París, a donde llegó con 200 dólares. Regresó a México 16 años después de vivir y estudiar matemáticas en Rumania, donde se casó en 1976 con Estela y tuvo a su hija Aina. En los Balcanes descubrió su catalanidad y pasó 8 años más en Barcelona, donde lentamente acabó por reconocer que su estructura síquica es mexicana, y más que mexicana, chilanga. Lleva tres años en México. Fue investigador y profesor de Matemáticas en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Actualmente trabaja en el Centro de Investigación y Docencia de Ciencias Políticas, de la Universidad Autónoma de Puebla, donde aplica modelos matemáticos a cuestiones sociales. Concretamente, elabora un proyecto de investigación sobre el fraude electoral en Puebla.
No creo que seamos viejos, sino que somos el futuro del país. Lo mejor está por venir aunque el próximo presidente sea más joven que nosotros. La generación que ahora llega al poder es la del 68, en términos cronológicos, no políticos. Los que participamos en el 68 no estaremos en el poder. No lo deseamos y además somos depositarios de una enorme carga subversiva que nos impide el acceso a tales cargos.



El movimiento del 68 fue iconoclasta, dijo muchos nos. El final de muchos movimientos reivindicativos, la culminación de una etapa de movilización. Es el orgasmo, precoz tal vez, pero orgasmo. Descubrió debilidades y falsedades. Fue un movimiento destructivo, de una destrucción positiva, puesto que destruyó mitos y patologías, pero sin aportar alternativas. De ahí la sensación de vacío que nos dejó. Creo que el 68 está por florecer.
Lo más importante del 68 es su cultura antimanipuladora. La democracia como todos la entendemos, no es más que la confrontación entre manipuladores. En 68 nosotros aprendimos cómo se manipula una asamblea, cómo se grilla. Nosotros no sabemos lo que es democracia. Lo que sí conocemos es la grilla, el agandalle, el mayoriteo, la tranza y la talega. Usamos y sufrimos esos términos. Todos nos consideramos grillos, y si una asamblea es manipulable, mucho más lo es una campaña electoral.
Cuando vas por el mundo, te das cuenta que los mexicanos tenemos una gran ventaja sobre los norteamericanos o sobre los europeos. Las víctimas de la democracia son ingenuas, se van con la finta. Nosotros vamos más allá y el 68 fue una etapa muy importante de esa alienación. Puso en evidencia que lo importante no es el aspecto formal de la gestión pública, sino el contenido, la estructura íntima de los problemas.
En 68 se dijeron muchos slogans, pero el grito que más llenaba nuestras gargantas era: "Por el pueblo, contra el gobierno". Es decir, contra el poder. Lo que tiene sentido en este momento es la lucha contra el poder, ya sea en su forma de Estado, de capital, de ejército o de iglesia. Ese enfrentamiento contra el poder es lo que define al movimiento, no sólo en México, sino en el mundo.
Nosotros decidimos hacer (y eso es más legítimo ahora que hace 20 años). Por un lado, mentarle la madre al régimen. Decirle que el 2 de octubre nos ganaron a balazos, con la pólvora. Pero políticamente, nosotros los derrotamos. El día vendrá en que el pueblo exija cuentas.
Disolvimos unilateralmente el Consejo Nacional de Huelga (CNH) y con ello se mantuvo el carácter subversivo del movimiento. A partir del 3 de octubre la gente comienza a llegar tímidamente a C.U., éramos muy poquitos. La gente regresó masivamente a C.U., cuando Agustín Yáñez, secretario de Educación Pública, hace un llamado a regresar a clases. Ese día sí se llenan las asambleas en las escuelas. En todas se vota por la continuación de la huelga. Pero ¿qué pasa? La gente ya no hace lo mismo que antes. No sale a la calle a organizar brigadas, tomar camiones, repartir volantes o botear. La continuación de la huelga era una bomba porque iba asociada a la represión. La huelga ya no tenía vida. Y es que ya no podía tenerla.
Se habla mucho de la represión del 2 de octubre, y muy poco de los muchachos que fueron acribillados pintando bardas, boteando. Y a nadie le puedes pedir que arriesgue la vida por andar pintando una barda. La represión había pasado de injustificable a indiscriminada.
La gran discusión del 68 se presentó con el levantamiento de la huelga y el enfrentamiento de dos corrientes en el CNH. ¿Cuál era el sentido del levantamiento de la huelga? El levantamiento iba asociado a una medida esencial: la autodisolución del CNH. Y era la única garantía de la carga subversiva del movimiento. El gobierno hubiera querido negociar. Conceder algunas cosas y que la huelga fuera levantada a raíz de esas negociaciones; que el CNH hubiera permanecido como movimiento, tal vez transformado, para no conservar la sigla de huelga. De hecho, el gobierno concedió las demandas: la derogación del artículo 145, la inutilización de los granaderos, la liberación de presos políticos.
Corríamos el riesgo de institucionalizar el movimiento. Muchos de los líderes honestos del CNH estaban en la cárcel, otros íbamos a salto de mata y otros más ya estaban en el exilio. A las asambleas llegaban estudiantes que nunca habías visto. Antes, todos nos conocíamos y nos habíamos mentado la madre. Yo sabía quién era Escudero y Escudero sabía quién era El Pino, y El Pino sabía quién era El Búho.
El CNH corría el riesgo de convertirse en un organismo espúreo, no representativo. Si nosotros hubiéramos continuado, el gobierno nos hubiera aplicado su sistema clásico: con una mano dándote atole: negociaciones, diálogo y lo demás; y con la otra un chingadazo o amenazándote con él.
El 68 fue un terremoto, un huracán para todos nosotros, y en particular para mí. Mis relaciones personales y familiares se fueron al diablo. Mi familia fue atomizada. Tuve que huir de México. Mi madre fue expulsada del país. Mi hermana entró en la clandestinidad. Su esposo fue encarcelado. Rompí mis relaciones amorosas con Rosa Luz Alegría.
A mí no se me ha criticado la forma en que abandoné el país. Lo que hay son calumnias, mentiras abiertas. Nadie me lo dice en la cara. Lo de las balas de salva se puede discutir, no sólo por el hecho de saber si el ejército disparó o no balas de salva, sino por saber si había enfrentamientos entre las diversas fracciones del gobierno.
Hay que sancionar a los calumniadores. En México, la mentira se ha institucionalizado de tal manera que no hay sanción social para la calumnia y para la mentira. Salí del país clandestinamente con el pasaporte de Eduardo Braisten, un argentino que posteriormente murió en la lucha guerrillera en México. Su participación en el 68 era particularmente secreta por ser extranjero. Salí ayudado por amigos, algunos antiguos pero la mayoría creados al fragor del movimiento.
Por un lado el aparato del PC me comunicó que debía abandonar el país porque podía ser asesinado, y por el otro, cuando mi hermano fue arrestado por la Federal de Seguridad, le dijeron que corría el peligro de que la policía secreta me matara.
Al pasaporte de Braisten le quitamos la fotografía y salí como ciudadano argentino. Me disfracé, me rasuraron las cejas, me vestí de traje, corbata y sombrero.
No es necesario un aparato tan grande para salir del país clandestinamente. Lo que se necesita es gente con experiencia y muchos güevos. Si se sugiere que no me arrestaron porque no quisieron, lo que puedo contestar es que la razón habría que preguntársela a Fernando Gutiérrez Barrios.
En algún momento me pasó por la cabeza: ¿Le estoy haciendo o no el juego a alguien? Es posible que le esté haciendo el juego a una de las fracciones gubernamentales. Como sea, afirmo de manera definitiva y terminante que, si le hice el juego a alguien no fue de manera consciente. Yo no tuve ningún tipo de entrevista en la que haya negociado algún tipo de protección. Ni fui protegido de ninguna manera por alguna fuerza gubernamental, con mi conocimiento.
Durante el 68 asumí la necesidad de tomar decisiones. Siempre he preferido pecar por comisión, que por omisión. Y soy un gran pecador.
Quizá la decisión más importante que tuve que tomar individualmente fue la de asistir o no a las pláticas con los representantes de Díaz Ordaz. A partir de la toma del ejército de C.U., las cosas se complicaron. No teníamos un aparato para comunicarnos clandestinamente. No estábamos organizados.
Decidí asistir a las pláticas presidenciales. Fue una decisión que nunca pudo haber sido tomada por la asamblea. La fracción del CNH en la que estaban Guevara Niebla, González de Alba y otros, a proposición del rector acudieron a las pláticas con Caso y De la Vega. Nunca he entendido por qué, tengo que platicarlo con Guevara. Ellos asistieron a las pláticas para decirles que no querían platicar. Fueron el 2 de octubre en la mañana y yo, desconocedor de lo que estaba pasando en la Plaza de las Tres Culturas, fui en la tarde. Me entero de lo que pasaba en Tlatelolco a través de Caso. Cuando llegué a su casa él me recibió con estas palabras: "Marcelino, hay 40 soldados muertos en Tlatelolco". Si De la Vega y Caso estaban negociando con dos grupos estudiantiles, era más problema nuestro que de ellos. Mi decisión fue proponerles que las pláticas continuaran.
Mis relaciones con mis antiguos amigos son muy buenas. No hay uno solo de esos años que ahora no lo siga siendo. Incluso aquellos con los que hubo divergencias importantes. 20 años después, se ha rencontrado el camino de la cordialidad, incluso el cariño. Lo que pasó fue que en el 68 hubo una inversión sentimental muy fuerte. Pusimos toda nuestra pasión en la lucha y en ese caldero hubo enfrentamientos muy violentos.
Desde la cárcel algunos compañeros nos tildaron de traidores y provocadores por el levantamiento de la huelga. A su vez, los acusamos de provocadores y agentes. Sin embargo, con ellos no hubo agravio que fuera irreversible por lo que el camino del rencuentro está abierto. Hoy me rencuentro con Gilberto, con El Pino, con El Búho, en términos muy cordiales. En los casas en los que se incurrió en la calumnia y la mentira, ahí no es posible, ni deseable la reconciliación.
Actualmente no milito partidariamente. Hasta cierto punto mi postura es una consecuencia del 68, porque ahí vi que faltó una fuerza política para conducir al movimiento, porque en el sentido estricto de la palabra, 68 no fue un movimiento de objetivos políticos, ni siquiera para negociar con el poder. Era un movimiento reivindicativo, y en ese sentido apolítico, como lo señalan los libertarios. Entre otras cosas, lo que se vio aquí y en el mundo entero fue la incapacidad de los partidos para dirigir el movimiento. La dinámica del movimiento era tal que sobrepasaba la estructura burocrática y administrativa del partido. (Víctor Avilés)


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