Tras la espectacular noticia de la detención de Miguel Angel Treviño, el “Z-40″, la “narrativa” oficial insiste en minimizar que la aprehensión de uno de los pandilleros más sanguinarios tenga efectos colaterales en la narcoviolencia de las regiones más afectadas por el cártel y sus adversarios.
El primer mandatario Enrique Peña Nieto insistió: “el gobierno de la República no teme ninguna reacción violenta de la delincuencia organizada… Honestamente no, porque está muy clara la visión del Estado mexicano”.
Más seco, en su estilo, el Procurador Jesús Murillo Karam, consideró que tras la aprehensión del jefe sucesor de Heriberto Lazcano, “El Lazca”, existirá “una pausa en la violencia, no en cuanto al crimen”.
Y el Secretario de Gobernación, Miguel Angel Osorio Chong, presumió que la detención es un logro de la inteligencia mexicana y de “la gran coordinación que existe”.
En otras palabras, todo el peso del discurso oficial para aminorar la percepción de la narcoviolencia que dominó durante el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa y borrar cualquier ponderación sobre la actuación de la inteligencia militar norteamericana, aunque The New York Times insista en lo contrario, a través de sus fuentes.
El problema es que Peña Nieto habla de los posibles efectos de la narcoviolencia como si fuera un asunto de fe, de manual de autoayuda gubernamental y no explica cómo se enfrentará el probable “coletazo” en las ocho entidades en donde el “malvado” “Z-40″ tenía su reino de crueldad y extorsión: Tamaulipas, Coahuila, Durango, Zacatecas, Veracruz, San Luis Potosí, Nuevo León y Chihuahua.
Por lo pronto, en esta última entidad ya se informó sobre la presencia de agentes de la DEA trabajando con funcionarios chihuahuenses en la búsqueda de integrantes del cártel.
La información proveniente de las fuentes de inteligencia militar indica que sí existe una alerta roja, en especial, en Tamaulipas, entidad prácticamente “secuestrada” por el cártel de la última letra del abecedario. Se reforzó la seguridad del mandatario estatal Egidio Cantú, quien llegó al poder tras el asesinato de su hermano, la primera demostración palpable de la capacidad de “Los Zetas” para incidir en un proceso de elección a Gobernador.
El silencio casi sepulcral de los medios locales en Zacatecas, Durango, Coahuila y especialmente en Tamaulipas constituyen un termómetro de hasta dónde el miedo y la corrupción interiorizada por la hegemonía de la narcoviolencia han afectado el elemental derecho a la información de los habitantes de estas entidades.
El problema de las “narrativas”, incluyendo la sana diferencia peñista frente a los tele-espectáculos montados por Genaro García Luna para exhibir a los capos como trofeos de lidia, es que no coincide ni problematiza frente a la experiencia reciente.
En marzo de 2012, el General Jacoby, jefe del Comando Norte de Estados Unidos, admitió que tras la detención de 22 de los 37 capos más buscados la narcoviolencia no había disminuido.
Por el contrario, el estratega norteamericano admitió que eliminar a un capo siempre fortalece a otro y fragmenta en varias células –fuertemente armadas y altamente corruptoras– las redes de esta cabeza de hidra que es el crimen organizado.
Así surgió el poder de “Los Zetas”. De sicarios del Cártel del Golfo se transformaron en una de las empresas criminales más complejas que han existido, por su capacidad de expansión territorial, su carácter paramilitar, su expansión hacia la industria del secuestro, la piratería, el tráfico de migrantes y hasta la “ordeña” ilegal de petróleo.
La narcoviolencia es sistémica, no individual. El genio maligno de capos como “El Chapo” o el “Z-40″ o “La Barbie” explica algunos métodos, pero éstos se crearon bajo el manto de un sistema político, social, agrario, financiero y hasta mediático inundado por la corrupción.
Es algo que jamás entendieron Felipe Calderón y su álter ego, Genaro García Luna. No les convenía. La lucha contra el crimen organizado se volvió una razón de gobierno para buscar legitimidad, no una razón de Estado para enfrentar un mal sistémico.
La “narrativa” podrá cambiar, incluso, podrán eliminar la percepción de inseguridad y riesgo ante los inversionistas, pero los hechos indican que más allá del “Z-40″ o de “El Chapo” lo que existe es un mal sistémico que tardará años en revertirse.
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