sábado, 20 de julio de 2013

Raymundo Riva Palacio - Escenarios criminales

PRIMER TIEMPO: Tan guapos que eran los narcos. ¿Quién no recuerda el paseo al que dieron las autoridades a la televisión por la residencia de narcotraficantes en el Desierto de los Leones, una enorme propiedad llena de estatuas, y colombianas que parecían modelos junto a montones de dólares? ¿O la figura relamida del J.J., José Jorge Balderas, quien intentó matar al futbolista Salvador Cabañas? ¿O la sonrisa de Édgar ValdésLa Barbie, presentado ante los medios con su polo de rugby, que detonó la venta de esas playeras en el mercado pirata de la ciudad de México? Todo eso sucedió en el gobierno de Felipe Calderón, cuando se hizo de la detención de criminales una pasarela tipo fashion shows de París y Milán, con escenografías que permitían ver no la fortaleza del Estado mexicano —¿alguien reparó realmente en lo que buscaban transmitir las autoridades con esas imágenes?—, sino las bondades y riquezas que daba ser un asesino. La gran apología del delito en el gobierno de Calderón incluyó la divulgación de datos de averiguaciones previas en los spots gubernamentales, que violaba la ley porque esos expedientes son secretos para todos menos para las partes directamente involucradas, hasta que concluya el caso. 




La propaganda contra criminales en el pasado gobierno tuvo un enorme impacto y éxito, y fue tan eficiente que en México y el mundo creyeron que todo el territorio nacional estaba en guerra civil. La propaganda en los medios electrónicos no viajaba sola. Calderón utilizó el combate a la delincuencia organizada como eje del discurso presidencial, que fue tan persuasivo que sus operadores de prensa nunca pudieron colocar en la agenda pública un tema que tuviera la fuerza y el atractivo para que los medios de comunicación rompieran la adicción que les causó aquella estrategia de comunicación política y voltearan su énfasis hacia otro lado. La gran paradoja de aquél gobierno es que en el éxito de su propaganda está su desgracia. Nunca quisieron corregir su error estratégico en la comunicación política y, hasta hoy, varios de sus autores siguen defendiendo lo que hicieron. Puede ser negación y autodefensa sicológica, pero no hay forma de defenderse. Esa estrategia los mantendrá por un buen rato en la ignominia.

- SEGUNDO TIEMPO: La diferencia sí se ve. México y el mundo se convulsionaron esta semana con la detención de Miguel Ángel Treviño Morales, el jefe de Los Zetas, el cártel más violento y sanguinario de la historia local. En México se abundó tanto sobre sus vínculos criminales y consecuencias por la caída del conocido como Z-40 que pasó inadvertido el enorme contraste con el gobierno de Felipe Calderón en el anuncio de su captura, que sí fue registrado como algo notable en la prensa internacional. Cuando se tuvo la confirmación de quién era, el mediodía del lunes, se decidió que tenía que haber un evento especial. Pero no como antaño, con todos los secretarios del gabinete de seguridad, sino con el vocero institucional, el subsecretario Eduardo Sánchez, acompañado por los responsables de comunicación social de la Marina y el Ejército. Tampoco lo mostrarían ante los medios, ni como criminal, ni recién bañadito, como otrora. Treviño Morales apareció ante ellos sólo en fotografía. De las dos personas capturadas con él, sólo se divulgaron sus nombres. No hubo referencias al Z-40, porque otro de los cambios es que ya no se referirán a nadie por sus alias —en la parte final del gobierno de Calderón era una broma el vademécum de apodos criminales—, ni tampoco se hablaría de cárteles —organizaciones delictivas es la sobria definición—. Tampoco se les describiría, como en el sexenio pasado, como “uno de los narcotraficantes más peligrosos”, porque tantos de esos hubo en la administración anterior que cuando se hacían las cuentas de que si había tantos jefes criminales tan peligrosos, cuántos sicarios y maleantes tendrían a su servicio era la siguiente reflexión. Refrescante cambio el de este gobierno, donde el final de la apología del delito va acompañada de la erradicación del lenguaje criminal utilizado en los mensajes calderonistas, con tanta perseverancia que se convirtió en el hablar cotidiano en los hogares. Bueno, tanto cambió que presentaron a Morales Trevino al entrar a la Subprocuraduría Especializada en Investigaciones de Delincuencia Organizada sin chaleco antibalas ni esposas, como marcan los protocolos de seguridad. No era camaradería ni confianza. Lo hicieron, dijeron las autoridades, en la maximización de precauciones —o en la reducción mexicana al absurdo— para evitar que las organizaciones de derechos humanos argumenten que se violaron los del Z-40 y uno de los jueces federales lo ponga en libertad por violar su debido proceso. A esos niveles hemos llegado en la justicia. Cuando menos en la comunicación política avanzamos.

- TERCER TIEMPO: Si hago berrinche, digo mentiras. Como buenos jalisquillos, en el estereotipo de que si no ganan arrebatan, los viejos amigos de las fuerzas armadas y cuerpos de seguridad mexicanos y hoy acotadas agencias de inteligencia de Estados Unidos, al no gustarles que los comandos de la Marina que entrenaron con esmero para hacerlos de los suyos se les ocurrió montar solos una operación contra el jefe de Los Zetas, Miguel Ángel Treviño Morales, y, en el colmo de la insubordinación neocolonial, capturarlo, hicieron lo que les sale estupendamente: plantar propaganda y apropiarse del éxito. A través de su cada vez más notorio vocero oficioso, The New York Times , difundieron que fueron ellos quienes habían aportaron la información sobre el Z-40, y que, ante la implícita incapacidad mexicana para verificar su identidad, hicieron por ellos la prueba del ADN. Tras ello, para que nadie se hiciera bolas, le dijeron a su corresponsal favorita, Ginger Thompson, lo que querían que el mundo escuchara. Thompson y el diario neoyorquino traen desde hace un buen rato los cables cruzados en el tema del narcotráfico en México, por lo que es muy sencillo para los expertos en propaganda en Washington plantarles cualquier cosa. Con Thompson se recuerda otra corresponsal del TimesJudith Miller, a quien también usaron para meter en la opinión pública que había armas de destrucción masiva en Irak y justificar su invasión. Cuando se descubrió que era mentira, Saddam Hussein ya era historia y la guerra civil en Irak se había desatado. No es la misma ruta sociopolítica para México, pero el episodio Thompson-Times-narcotráfico vaya que evoca aquella gran operación propagandística..

rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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