sábado, 27 de julio de 2013

Juan Villoro - 'Sugar Man'

"No hay segundos actos en la historia americana", escribió Francis Scott Fitzgerald, elegante custodio del fracaso.
El gran desafío de una sociedad orientada al éxito no es triunfar sino volver a hacerlo; no hay mayor épica en Estados Unidos, país que forjó su mitología con la conquista del oeste y la perfeccionó en la fábrica de sueños de Hollywood, que el comeback, el regreso contra todos los pronósticos.




El extraordinario documental Searching for Sugar Man narra la saga de Sixto Rodríguez, el músico que triunfó sin enterarse de ello. El nombre del protagonista se debe a que fue el sexto hijo de un inmigrante mexicano en Estados Unidos. Músico en bares de mala muerte, creció y trabajó en un sinfín de oficios en Detroit, la "ciudad motor". Durante décadas, la economía norteamericana dependió del automóvil. Charles E. Wilson, secretario de defensa de Eisenhower, dijo famosamente: "Lo que es bueno para la General Motors es bueno para Estados Unidos, y viceversa". Cuando Steve Jobs murió, la prensa comentó que su influencia tecnológica y empresarial sólo era comparable a la de Henry Ford. Hoy en día, los delirios de grandeza producidos por los motores de Detroit son una ruinosa pesadilla.
En esa ciudad deteriorada, los compañeros de Rodríguez se asombraban del sentido casi místico con que trabajaba, sin quejarse de tener que cargar refrigeradores en su espalda.
Su sorprendente historia es, a un tiempo, la de un desconocido y la de una celebridad. En 1970 apareció su primer disco, Cold Fact. La crítica no vaciló en compararlo con Bob Dylan. Aunque se trataba de un elogio rutinario (la fila de los "nuevos Dylan" podía darle la vuelta a la manzana de cualquier compañía disquera), en este caso tenía mucho de cierto. Un año después, Coming from Reality recibió comentarios del mismo calibre. Sin embargo, ambos discos fracasaron.
Rodríguez se convirtió en uno de los muchos genios que no llegaron a suceder. Pero en Sudáfrica se transformó en leyenda. En tiempos anteriores a internet no había medio de comunicación más eficaz que el rumor. El público sudafricano se "enteró" de que el cantante había muerto. La idolatría que despertaba era equivalente a la de los Beatles y superior a la de los Rolling Stones. Sus mensajes libertarios llegaron como una señal luminosa al país del apartheid y algunas de sus canciones fueron rabiosamente censuradas (la "policía del arte" se encargaba de rayar esas piezas en el acetato).
Pero no hay misterio sin detectives y dos sudafricanos averiguaron que el mítico cantante seguía vivo y trabajaba como obrero en Detroit. En 1998 viajó a Sudáfrica y dio conciertos apoteósicos ante un público que se había formado en la rebeldía contra el apartheid. Todos los asistentes eran blancos, lo cual revela las dificultades de integración racial, incluso entre los sectores que lucharon contra la discriminación.
En 2006, el cineasta sueco Malik Bendjelloul se enteró de la historia y decidió filmarla. El resultado es Searching for Sugar Man, estrenada en 2012, ganadora de numerosos premios, entre ellos el Oscar a mejor documental. A raíz de esto, el músico se convirtió en favorito de los medios y recibió un doctorado honoris causa de la universidad de Wayne State, en la que estudió filosofía.
Recientemente se presentó en Barcelona, donde escribo estas líneas. El público presenció el concierto de un hombre casi ciego por el glaucoma, que se mueve con dificultad, castigado por años de desgaste físico. Su comparecencia tuvo más de misa que de espectáculo; su carisma no deriva de la calidad artística sino de la fe de sus escuchas.
En las entrevistas que responde con lacónica precisión, Rodríguez no se lamenta de su suerte. Tampoco ha querido usufructuar su inesperada fama grabando nuevas canciones que acaso no serían tan buenas. Ha seguido el consejo de Rudyard Kipling de tratar al triunfo y al fracaso como impostores.
Los poemas musicales de Rodríguez aluden a las calles recorridas por los descastados de la sociedad industrial, a los proveedores de cocaína (Sugar Man, el "hombre del azúcar", es uno de ellos), a los amores no correspondidos. Todo eso proviene de un drama previo: su padre tuvo que seguir la incierta estrella de los migrantes.
Hay quienes piensan que Rodríguez fracasó en su primera oportunidad por su apellido y porque el rock no estaba preparado para un latino, o sólo lo estaba para Santana, el ex mariachi de Jalisco que se transfiguró en antillano cósmico.
A los 71 años, Sixto vive la hora de las compensaciones. ¿Qué puede darle la nación que no pudo retener a su padre? Al margen del hecho circunstancial de que reciba el Águila Azteca o un homenaje en el tianguis del Chopo, la mejor manera de reconocerlo es asumir que también nosotros tenemos nuestra cuota de apartheid. Millones de Rodríguez han partido rumbo a esa versión laboral del más allá que llamamos el "otro lado".
No es casual que el sexto hijo de un migrante mexicano triunfara en Sudáfrica. Sabía lo que significa no tener derecho a un país.

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