sábado, 17 de agosto de 2013

Jaime Sánchez Susarrey - El gato de Deng Xiaoping

O P I N I Ó N
J A I M E   S Á N C H E Z   S U S A R R E Y
El gato de Deng Xiaoping

La izquierda y el petate del muerto. En 1985 el Gobierno de Miguel de la Madrid decidió la entrada de México al GATT. La izquierda se opuso y predijo el fin de las pequeñas y medianas empresas. Pasaron los años y no ocurrió nada.

El Gobierno de Miguel de la Madrid enfrentó una crisis sin precedente. Respondió con un fuerte programa de privatizaciones para equilibrar el déficit fiscal. La izquierda anunció el fin del Estado progresista de la Revolución Mexicana. Pasaron los años y las privatizaciones se transformaron en la base de equilibrio presupuestal.

Durante el sexenio de Salinas de Gortari se reformó el artículo 27 Constitucional para abrir la posibilidad que los ejidatarios se transformaran en pequeños propietarios. La izquierda se opuso y anunció el fin del ejido y la pauperización del campo. Los ejidos aún siguen allí. Se ha transformado menos del 5 por ciento su superficie.



En 1993 se aprobó el Tratado de Libre Comercio. La izquierda se opuso tenazmente fuera y dentro del País. Vaticinaron el fin de la industria nacional y la entrega del País a los grandes capitales internacionales. Pero no sólo no pasó eso, sino que México se ha convertido en una potencia exportadora.

López Obrador, ahora, denuncia la privatización de Pemex. Espanta con el petate del muerto porque nadie, ni priistas ni panistas, están planteando la liquidación de la paraestatal. Pero como en el pasado se anuncia el fin de los tiempos.

La izquierda moderada, se dice, está contra las cuerdas. Teme deslindarse de López Obrador porque le dejaría el campo abierto para encabezar las protestas. Pero se trata de una verdad a medias. La izquierda moderada comparte una serie de mitos y prejuicios que es y ha sido incapaz de romper. Por eso también se opone a la reforma energética.

El equipo que diseñó y redactó la iniciativa de reforma del Gobierno federal ganó en apariencia un punto al calcar el artículo 27, que el general Lázaro Cárdenas introdujo en 1940 en la Constitución. Pero digo en apariencia porque la respuesta de Cuauhtémoc Cárdenas fue fulminante. El viernes 9 de agosto publicó un largo extracto de una carta de su papá (fechada el 30 de marzo de 1968) a Jesús Reyes Heroles, entonces director de Pemex, en que expresa su más completa solidaridad con la prohibición de los contratos de riesgo.

Así que sin querer o, más bien, sin haber medido las consecuencias de tomar a Lázaro Cárdenas como el patrón de la iniciativa, erigieron al ex Presidente en principio de legitimidad: ya no importa si la reforma es buena o mala, sino si el general la hubiera apoyado o no.

Y en esa materia, el bastón de mando lo tiene, sin duda alguna, Cuauhtémoc Cárdenas. Primero, por ser el hijo del general. Segundo, por haberse transformado en el abanderado del movimiento neocardenista. Y tercero, porque el general Cárdenas efectivamente –como lo muestra la carta- apoyó decididamente la prohibición de los contratos de riesgo.

Paradoja. El apoyo de Cárdenas a Jesús Reyes Heroles es un hecho incontrovertible. Lo que no es seguro es que Reyes Heroles mantuviera hoy lo que sostuvo en 1968. El mundo es otro y es muy probable que el entonces director de Pemex así lo entendiera. Pero este dato tampoco es relevante, porque lo que importa es si la reforma es necesaria y útil.

Dado ese contexto, esperar que la reforma energética propuesta por el Presidente de la República se apruebe por consenso o, cuando menos, con los votos de una fracción de la izquierda es una soberana ingenuidad. No hay forma.

O más bien, la única forma en que eso podría ocurrir es que el Presidente de la República se corra hacia las posiciones de la izquierda y rasure su iniciativa, es decir, abandone la intención de reformar la Constitución y abrir la exploración, perforación y extracción de crudo a la iniciativa privada.

Ese camino no es intransitable. Felipe Calderón lo recorrió obligadamente en 2008. El PRD y el PRI, encabezado por el senador Beltrones, vetaron cualquier reforma constitucional y los contratos de riesgo. Calderón cometió el error no sólo de recular, sino de publicitar su derrota como una gran victoria.

Los resultados de ese traspiés están a la vista. La reforma no sirvió de nada. El deterioro se mide en cifras: en 2004 se producían 3.4 millones de barriles diarios contra 2.5 en 2012. En 1997 se importaba el 3 por ciento del consumo nacional de gas contra el 33 por ciento en 2012. La importación de gasolina pasó de 25 por ciento en 1997 a 49 por ciento en 2012.

Ante semejante realidad, el Gobierno de la República debe responderse dos preguntas básicas: ¿Es urgente e indispensable la reforma energética? Si sí, el Presidente Peña Nieto debe ir para delante tope con quien tope.

Segunda pregunta: ¿Existe alguna forma de atemperar la respuesta de la izquierda? La respuesta es simple y llana: no, no la hay –como no sea rendir la plaza.

De ahí la conclusión lógica: la reforma será consecuencia de un acuerdo con Acción Nacional y con otros pequeños partidos como el Verde y Nueva Alianza.

Pero, por lo mismo, en lugar de modularla –para aplacar a la izquierda- hay que impulsarla en el marco de las negociaciones en el Congreso hasta donde sea necesario. A final de cuentas, la propuesta del PAN puede tener en el corto y mediano plazo mejores efectos.

Porque de lo que se trata es de incrementar la renta petrolera, producir más petróleo, gas, gasolina y electricidad, y abaratar los precios.

Por último y para concluir, el padrino de la reforma no debe ser el general Cárdenas sino Deng Xiaoping y su célebre aforismo: no importa que el gato sea blanco o negro, sino que atrape a los ratones.

Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104

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