jueves, 8 de agosto de 2013

Lorenzo Meyer - Interés nacional y mercado no son lo mismo

O P I N I Ó N
L O R E N Z O   M E Y E R
Análisis: Agenda Ciudadana
Interés nacional y mercado no son lo mismo

"PRIVATIZAR NO ELIMINARÍA EL PROBLEMA DE LA CORRUPCIÓN O MALA ADMINISTRACIÓN EN PEMEX O EN NINGUNA OTRA ARENA, SÓLO LA TRANSFORMARÍA".

Punto de partida

Que Pemex requiere de una gran reforma, ni duda -¿Qué rama de la economía mexicana no la requiere?-, pero privatizar la esencia de la actividad petrolera mexicana no es necesariamente la mejor de las alternativas.

El valor de lo simbólico

Permítasenos iniciar este breve análisis con un ejemplo. En términos económicos, la lucha del Gobierno mexicano de un siglo por recuperar las 243 has. de "El Chamizal" no se justifica. Sin embargo, desde la perspectiva de lo que podríamos llamar la "formación de capital de autoestima nacional", la inversión sí que valió la pena. Veamos.



A partir de 1867 los gobiernos mexicanos iniciaron la que sería una larga batalla legal y política para obligar a Estados Unidos a devolver a México un terreno que se encuentra entre Ciudad Juárez y El Paso y que una mudanza del caprichoso Río Bravo hizo que a partir de 1864 quedara al norte de su cauce pese a que al momento de fijarse ese río como la frontera entre México y Estrados Unidos según los tratados de 1848 y 1853, estaba al sur.

Frente a los más de 2.3 millones de km2 que significó la pérdida territorial mexicana en la guerra contra Estados Unidos de 1846-1848, más la venta forzada de otros 76, 845 km2 en 1853 (La Mesilla), las 243 has. de El Chamizal, propiedad original del colono Ricardo Bruselas, equivalían a sólo el 0.000099 por ciento de lo que ya no se tenía. Y sin embargo, México se empeñó en reclamar esa pequeña porción de tierra sin gran valor económico entonces e invertir para recuperarla un gran esfuerzo político, diplomático y económico desde entonces y hasta 1964 porque frente a la catástrofe del 1848 y sus secuelas, el valor simbólico de obligar a Estados Unidos a devolver una insignificante porción de territorio, era enorme.

En el caso de Pemex y de la actividad petrolera en general, se aplica la misma lógica que con El Chamizal. Las consideraciones económicas del petróleo sí son importantísimas pero quizá lo son aún más las políticas, pues se trata de salvar -y aumentar- el capital de autoestima, de confianza, en la capacidad nacional de sacar adelante en México y por mexicanos una gran empresa y mantener e incrementar un gran capital de autoconfianza acumulado como resultado de la lucha finalmente exitosa que se dio entre los gobiernos de la Revolución Mexicana (del maderista al cardenista) y los gobiernos y empresas de las grandes potencias, para lograr que la Nación mexicana recuperara no sólo la propiedad sobre el petróleo aún en el subsuelo sino el control mismo sobre su extracción, transformación y destino final. Y más adelante, salvar e incrementar el capital de identidad entre petróleo y Nación, producto del esfuerzo postrevolucionario por asegurar la existencia misma de Pemex y la exclusividad de la empresa pública en relación a la economía petrolera que desembocó en la modificación del artículo 27 de la constitución en 1960 y que explícitamente ordenó que: "Tratándose del petróleo y de los carburos de hidrógeno sólidos, líquidos o gaseosos o de minerales radioactivos, no se otorgarán concesiones ni contratos, ni subsistirán los que en su caso se hayan otorgado y la Nación llevará a cabo la explotación de esos productos...".

El fondo del argumento para sostener que aún hoy, en pleno período neoliberal, tiene sentido una reforma petrolera que preserve a la industria petrolera como una actividad que debe llevarse a cabo de acuerdo a la letra y al espíritu del artículo 27 -como una responsabilidad exclusiva de una gran empresa pública que opera en función del interés colectivo-, no es distinto del que se empleó para insistir por un siglo y usando todos los argumentos legales posibles frente a la gran potencia del norte: que la soberanía sobre El Chamizal no era un tema negociable.

Es evidente que en la actual etapa de nuestra historia, hay muy pocas cosas relacionadas con nuestra vida como colectividad nacional, que mantengan o reaviven el orgullo, la confianza y la identificación de los ciudadanos con logros colectivos. En otras condiciones, ese orgullo y confianza podrían tener como base nuestro sistema democrático, el de justicia, de educación o de salud pública; la eficacia y probidad del aparato de seguridad o de las instituciones de la administración gubernamental, el éxito del sistema económico o la equidad en la distribución de cargas y beneficios. Sin embargo, en ninguno de esos campos ni en otros similares, hay razones objetivas para cimentar la confianza.

El 38 del siglo pasado fue uno de esos raros momentos de nuestra historia donde un proceso político culminó en una creación neta de confianza de los mexicanos en ellos mismos. De manera menos espectacular, el haber echado fuera de la actividad de exploración y extracción de petróleo en los 1960 a las empresas extranjeras que Miguel Alemán había admitido, mantuvo más o menos intacto lo políticamente ganado durante el cardenismo.

La empresa privada

Si la gran empresa privada extranjera y nacional está deseosa de incrementar su participación en la actividad petrolera es porque la sabe muy redituable. Entonces, ¿por qué insistir en privatizar lo que puede ser una fuente de ingresos para el conjunto de la Nación? La respuesta más frecuente y contundente es la ineficacia y corrupción de Pemex.

La empresa privada puede ser tan ineficaz y corrupta como la que más. Los ejemplos abundan y no es necesario recurrir al mundialmente famoso caso de Enron, sus gasoductos, generación de energía eléctrica y gusto por la especulación, la doble contabilidad y los sobornos, con los nacionales basta. Ahí están los bancos mexicanos que tuvieron que ser salvados por el Fobaproa para ser luego entregados a capitales externos y que hoy mal sirven al interés del crédito nacional. La pésima y dolosa administración que llevó a Mexicana de Aviación al desastre, la televisión que distorsiona la realidad en detrimento del interés general, la exitosa empresa de comunicaciones que impone en México tarifas superiores a las que prevalecen en el sistema internacional, etc. La experiencia mexicana nos demuestra que privatizar no elimina la corrupción, simplemente la transforma.

Gobernanza

El problema de Pemex es el mismo del País: la pésima calidad de su administración, de su gobierno. El problema no es sólo el peso que tiene un sindicato ejemplo de corrupción sino el aparato administrativo que le impone cada sexenio. El cambio del PRI por el PAN a inicios de este siglo, mantuvo e incluso aumentó todos los problemas de la administración.

Privatizar una parte mayor del espectro de lo que es la industria petrolera mexicana, puede resultar muy rentable para las empresas que entren a ese campo pero no necesariamente para el interés general. El corrupto entramado que hoy caracteriza a Pemex simplemente se trasladará a los contratos con los nuevos socios. Lo que renovaría la confianza del ciudadano mexicano en su destino común no sería ver más Halliburtons, Exxons o Repsoles en México, sino el resurgimiento de una gran empresa petrolera nacional, administrada con honestidad y sentido de gran proyecto nacional. Esa es la reforma que se requiere, la ideal, no la privatizadora.

www.lorenzomeyer.com.mx
agenda_ciudadana@hotmail.com

Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.