domingo, 4 de agosto de 2013

Raymundo Riva Palacio - El cruzado del consumidor


En la segunda semana de mayo, Alfredo Castillo asumió el cargo de procurador federal del Consumidor. Trabajo útil, complejo y polémico, no era un ascenso, sino todo lo contrario. Llegó tras un breve periodo como subprocurador general de la República, en donde sus diferencias de fondo con el titular Jesús Murillo Karam, habían determinado su suerte. Murillo Karam nunca lo quiso en la PGR, pero como nombramiento del presidente Enrique Peña Nieto, tenía que soportarlo.

La relación, de sí difícil, se agravó rápidamente. Los problemas entre el procurador y su subordinado eran de fondo. El malestar se agudizó tras la ausencia de Murillo Karam varios días a finales de diciembre para operarse en Boston de las cuerdas vocales, y Castillo quedó al frente de la PGR. De acuerdo con personas que conocen detalles del conflictos entre los dos, hizo ajustes de personal sin autorización del procurador. “Cuando regresó Murillo Karam vio lo sucedido, se enojó tanto que dejó de tomarle el teléfono un mes”, agregaron.




El procurador lo volvió a recibir y a encargar, por razones de su función, asuntos delicados, pero no era de su confianza. En quien se apoyaba era su colaboradora de casi una década, Mariana Benítez, subprocuradora jurídica y de Asuntos Internacionales, pero la falta de experiencia penal le impedía haber asumido responsabilidades mayores. Un incidente fortuito e inesperado, le regaló a Murillo Karam la oportunidad para deshacerse de Castillo.

La prepotencia de la hija del entonces titular, Humberto Benítez Treviño, y el apoyo abusivo de funcionarios de la Procuraduría Federal del Consumidor para cerrar un restaurante de moda porque no le dieron la mesa que deseaba, inició un escándalo que hicieron imposible la defensa del procurador. Para contener la gangrena que amenazaba sus piernas, el presidente Peña Nieto lo cesó. Mexiquense el que se iba, Peña Nieto resolvió el choque de en la PGR con el nombramiento de Castillo, otro mexiquense.

En su toma de posesión, el lenguaje de cuerpo reflejaba molestia. Institucional asumió el golpe en el arranque del gobierno y entró a lo que muchos pensaban el ocaso prematuro de alguien para quien por cercanía con el Presidente, parecía tener alas grandes para volar. Pero el arrumbamiento en la Profeco, políticamente considerado un cargo de tercer nivel, se convirtió en la mejor plataforma de Castillo para demostrar que, en un gobierno donde los resultados tienen las calificaciones más altas, él podía ser de los mejores del equipo.

Castillo comenzó su reposicionamiento como un funcionario con causa sin importar el tamaño de los adversarios. No era la primera vez que llegaba a un cargo en medio de un escándalo mediático. El más relevante que había tenido fue en 2010, cuando como subprocurador regional del estado de México, tuvo a su cargo la investigación de la desaparición de la niña Paulette Gebara, por la forma como procedieron sus subordinados, fue motivo de múltiples críticas en su contra.

Le echaron en cara que no se hizo un aseguramiento del departamento de donde desapareció, por lo que, se especuló en ese momento, no se sabía quién había sacado a la niña de cuatro años de su vivienda. El caso, uno de los de mayor impacto mediático en los últimos años –más del 85% de los mexicanos dijeron saber de Paulette-, propició la caída del procurador mexiquense, Alberto Bazbaz, quien se casó con la idea de que uno de los padres era responsable de la desaparición. La niña fue encontrada muerta al pie de su cama, en un espacio escondido entre el colchón y la base de la cama, a donde había caído por accidente sin poder salir de ese sitio que se convirtió en su trampa.

Bazbaz cargó todo el peso ignominioso del caso y Castillo lo relevó. La sonoridad lo acompañó a su paso como el procurador del gobernador Enrique Peña Nieto. Presumió la captura de más de 500 jefes locales de narcotráfico vinculados a La Familia Michoacana, incluido el más sonado, por lo pintoresco de los apodos, Óscar Osvaldo García, “El Compayito”, líder de la banda “La Mano con Ojos”, a la que vinculó con más de 600 ejecuciones en el estado.


Procurador de claroscuros, en 2011 tuvo que soportar más crítica luego que hombres armados vestidos con uniformes policiales, se metió a robar en la casa del poeta Efraín Bartolomé en la ciudad de México. Entre los objetos que se llevaron fue un reloj que tenía desde hacia 40 años, que fue encontrado en manos de un policía, y que lo llevó a ofrecerle disculpas y regresárselo. Pero no cayó. Cuando Eruviel Ávila asumió el gobierno del estado de México, ratificó a Castillo quien, no obstante, fue relevado poco después. En agosto de 2012, un mes después de la elección, lo nombraron coordinador de Justicia en el equipo de transición de Peña Nieto. No lo iba a dejar a la deriva.

Castillo pertenece a un grupo que creció de la mano del actual embajador en Washington, Eduardo Medina Mora, al que también pertenece Humberto Castillejos, consejero jurídico del Presidente, y que tuvo parte de su formación en de la PGR. Trabajó en la asesoría del procurador Rafael Macedo de la Concha en la primera parte del gobierno de Vicente Fox y luego hizo lo mismo en la Subprocuraduría de Procedimientos Penales, de la que fue designado titular al arrancar el nuevo gobierno.

Echado para adelante –una agresividad que sus cercanos observan en él cuando juega padel-, Castillo tuvo diferencias y enfrentamientos como procurador mexiquense durante las reuniones del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en particular con su titular, Juan Miguel Alcántara Soria, porque el reclamo que el estado de México no realizaba exámenes de control de confianza a sus policías, bajo la métrica del gobierno federal. Castillo no se defendía a sí mismo, sino a Peña Nieto, quien así lo había instruido.

En su paso por la PGR tuvo bajo su responsabilidad la investigación de la explosión en la Torre B de Pemex y el proceso penal en contra de la maestra Elba Esther Gordillo. Demasiada exposición para un funcionario que desafió a su jefe y tomó decisiones sin autorización. Murillo, cercano a Peña Nieto pero con la imposición de alguien que también tenía acceso al Presidente, se deshizo de él. Pero una vez más, como en el Caso Paulette, Peña Nieto no lo abandonó.

Su llegada a la Profeco, si bien una caída en el escalafón administrativo, ha sido una catapulta para Castillo, que llegó para cumplir de manera purista, el mandato de la institución: proteger a los consumidores. En el camino levantó cejas, provocó sorpresas y armó revuelo. Empezó los operativos de alto impacto en el aeropuerto internacional de la ciudad de México al colocar sellos de suspensión en cinco aerolíneas por no mostrar al público sus precios y tarifas. Por lo mismo cerró arrendadoras, 15 hoteles de la capital –seis de ellos de cinco estrellas-, y muchos más en la República, por lo que la industria lo responsabilizó de una posible caída del 5% del turismo.

Castillo no se inmutó. En una noche de lluvia torrencial donde se jugaba la final del futbol, clausuró los estacionamientos del Estadio Azteca por los abusos en el cobro, y en otro encuentro de alto boletaje en León, cerró el estadio por condicionar su venta. La cruzada del procurador abarca todo tipo de establecimientos no hay nada que sugiera que vaya a detener su marcha. “No vamos a permitir ningún atropello”, ha dicho Castillo quien, en esa posición se juega su regreso al gabinete.


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