domingo, 4 de agosto de 2013

Beatriz Pagés - La salud de un presidente

La salud de un mandatario es y será siempre un asunto de Estado. Sin embargo, la operación a la que fue sometido el presidente de la república, Enrique Peña Nieto, dejó ver las contradicciones, paradojas y oportunismos por las que transitan la clase política, los medios de comunicación y las llamadas organizaciones no gubernamentales dedicadas, aseguran, a defender la democracia, la transparencia y el derecho a la información.

Mientras algunos exigen que se dé a conocer el historial y expediente clínico de Peña Nieto —como si ellos fueran médicos—, otros están obsesionados en empujar una reforma política que convierta al presidente de la república en un “rey sin corona”, en una metáfora del poder, con tantos controles y equilibrios que terminaría por no poder dar una sola orden.



Es decir, quienes consideran un riesgo para la seguridad nacional la falta absoluta del titular del Ejecutivo federal son los que, a su vez, están dedicados a demonizar el presidencialismo. Como si tener un presidente fuerte —en el mejor sentido del término— no fuera, precisamente, lo que requiere el país.

Esta necesidad ha adquirido especial relevancia ante el incremento de los índices de violencia y criminalidad durante las últimas semanas. Especialmente, como consecuencia del asesinato del vicealmirante Carlos Miguel Salazar Ramonet, comandante de la Octava Zona Naval, acribillado por el grupo de Los Caballeros Templarios en Michoacán.

El poder de la delincuencia ha crecido como consecuencia del desmantelamiento y la debilidad de las instituciones nacionales. De tal forma que quienes apuestan a tener un presidente débil o inexistente, sometido al capricho de grupos y partidos, simplemente abonan al fortalecimiento del crimen organizado.

Es importante mencionar esto porque en el ánimo de los partidos que hoy discuten las reformas —la energética, la hacendaria y, sin duda, la política— predomina, por encima de otro interés, la intención de “poner contra las cuerdas” a Peña Nieto para hacerlo aparecer como un mandatario manejado por ellos.

Hoy, contrario a lo que vociferan los redentores de la democracia, es imprescindible que el gobierno mexicano lance señales de solidez y fortaleza.

La lógica de la ecuación es incuestionable: mientras más determinación y mando haya en las instituciones legítimas, menos condiciones favorables habrá para el incremento del crimen.

Los mismos partidos, sobre todo obviamente los de oposición, deberían tener conciencia de la importancia que tiene hoy, más que nunca, contribuir al fortalecimiento del presidente en turno.

Los alquimistas de la política que proponen desde la soledad de sus oficinas académicas o cubículos de legisladores fórmulas sofisticadas para tener gobiernos de coalición —como si Oaxaca no fuera un caos— o un régimen semiparlamentario, como si ésa fuera la llave mágica para la gobernabilidad, están confundiendo la gimnasia con la magnesia.

Los países que hoy ostentan un régimen semipresidencialista o semiparlamentario no son precisamente los más desarrollados y tampoco los más estables. Así que quienes insisten en que México tenga un régimen político de ese tipo tendrán que explicar cuáles, aparte de restarle facultades al presidente de la república, van a ser las supuestas ventajas.

La clave de la futura democracia mexicana, entendida como un todo y no sólo como un asunto de urnas, no está en “romperle la madre al presidente”, expresión que repiten a cada rato los machos de la política como si fueran ellos los verdaderos capos.

No, la democracia de a de veras y la democracia constitucional son consustanciales a la consolidación de la facultades de un presidente que fue electo para ejercer el cargo, y cuya salud, física y política, debemos cuidar todos.

Leído en http://www.enlagrilla.com/not_detalle.php?id_n=24743

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