domingo, 20 de octubre de 2013

Jorge Zepeda Patterson - Reforma fiscal: todos pierden

¿Cómo es que algo sobre lo que había consenso entre la mayor parte de los actores económicos y sociales termina tan mal? La necesidad de una reforma fiscal era evidente para unos y para otros. Pero las reformas aprobadas esta semana dejan inconformes a los empresarios, exasperadas a las clases medias y molestos a los pobres; dejan al PRD hecho trizas y al PAN marginado. Se queja el empresariado nacional y extranjero, y en la frontera están hechos una furia. Pero sobre todo dejan mal parado al supuesto gran beneficiario: el gobierno de Peña Nieto. Y lo dejan mal parado porque la reforma fiscal le ayudará muy poco a sus finanzas y mucho al deterioro de su imagen.

Y es que los nuevos impuestos nos pegan a usted, a mí y al vecino de enfrente, sin aparente beneficio. Y peor aún, tiene tantos parches y recortes que el monto recaudado al final se quedará demasiado corto para hacer alguna diferencia sustancial para el gobierno. En suma, muchos costos políticos, pocos beneficios económicos.





Se salvó usted de pagar IVA en colegiaturas o en la compra y venta de inmuebles (que a mi juicio estaban incluidos en el proyecto de ley para quitarlos y ofrecerlos como moneda de negociación). Pero le aumentará el IVA en su consumo diario, el ISR sí pertenece a la clase media, y muy probablemente disminuirán su fondo de ahorro y gastos para viáticos si usted es empleado.

El grueso de los nuevos impuestos recaerá en el consumidor final y en el trabajador, no en los grandes corporativos, pese a lo que se diga. ¿Que ya no le permitirán al empresario deducir ciertas prestaciones a los empleados? Pues se acabaron esas prestaciones y/o se reducirán los empleos: no es el patrón el afectado, sino el trabajador. ¿Que se aplica un impuesto a la comida chatarra (definida de tal manera que sólo los espárragos se salvan)? Pues los corporativos simplemente se lo trasladarán al consumidor. Eso y el IVA a determinados alimentos afectarán inexorablemente la cuenta del súper.

Cobrar impuestos nunca es popular. Pero todos sabíamos que la recaudación fiscal en el País mostraba una situación insostenible: es muy baja, se presta a la evasión y está plagada de privilegios y exenciones arbitrarias. La caída de la renta petrolera está abriendo un hoyo en las finanzas públicas que en un futuro próximo podría paralizar a la administración pública.

Así que razones para el nuevo atole fiscal sobraban; el problema es que se les hizo engrudo en el proceso de cocinarlo. Lo que iba a ser una gran reforma fiscal quedó en una especie de miscelánea agrandada. Cuando no está claro para qué sirve un aumento de impuestos, el público termina asumiéndolo como una expoliación del dinero de la sociedad. Y tiene razón.

Si el 32% de lo que gano va a servir para pavimentar mi calle y mejorar la escuela de mis hijos, es probable que me parezca una contribución aceptable, aún cuando ello signifique abstenerme de comprar una mejor casa. Lo que resulta duro de tragar es que me quiten más dinero cuando me consta que lo que antes aportaba estaba siendo empleado de manera ineficiente y corrupta.

La reforma fiscal quiso venderse como un sistema redistributivo: quitar al rico para ofrecer al pobre. Pero por más que me digan que aumentará el gasto social, la presencia de Rosario Robles para operarlo, una mujer dedicada desde hace tiempo a la política electoral, me deja frío. O los reiterados casos de impunidad frente a la riqueza inexplicable y obscena de exgobernadores y líderes sindicales premiados con curules y embajadas.

Peña Nieto tuvo diez meses para convencer a la opinión pública de que su gobierno había emprendido una cruzada histórica en contra de la corrupción y a favor de la rendición de cuentas. Habría sido un buen argumento para solicitar de la sociedad un esfuerzo adicional. Pero sólo han habido discursos: la aprehensión de Elba Esther Gordillo quedó reducida a una vendetta política, pues nunca tuvo la intención de iniciar la limpia de la podredumbre en la vida pública.

Difícil interpretar cuál será el impacto de los costos políticos y sociales de esta fallida reforma. El Pacto Político por México queda prendido de alfileres (PAN se opuso a la reforma) y los partidos de oposición salen débiles y divididos. Más grave aún, el malestar que provoca una exacción adicional sobre consumidores y contribuyentes cautivos, es una vuelta de tuerca más a la exasperación y molestia de amplios grupos sociales. Una piedrita más en el zapato cuyo efecto final resulta imposible de pronosticar. Y eso es lo más grave.

@jorgezepedap
www.jorge.zepeda.net


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