A muchos sorprendió la velocidad con que los congresos locales aprobaron la reforma energética. Hacerlo así, era necesario y estratégico. Antes de que el Movimiento de Regeneración Nacional tuviera más tiempo para impedir o cuando menos entorpecer, mediante actos violentos, su aprobación. De ahí, la molestia que algunos senadores de izquierda hayan calificado como “una vergüenza” la eficacia parlamentaria de los congresos locales.
Sin embargo, lo que está por venir es tan o más importante que el haber logrado reformar artículos constitucionales que por décadas fueron considerados intocables. Lo declaró en días pasados Emilio Lozoya Austin, director general de Pemex: “Las leyes secundarias tendrán que ser igual de audaces que la reforma constitucional”.
Claro que la audacia tiene varias acepciones. En este caso, no sólo radicaría en que los contratos respondan a estándares internacionales para facilitar tanto las inversiones como la asociación en exploración, explotación y comercialización de petróleo e hidrocarburos sino en que la normatividad garantice el uso y destino de las ganancias.
Es ahí, donde ni el gobierno ni los partidos políticos que aprobaron la reforma constitucional —para convertir el sector energético en un detonante del desarrollo nacional— se pueden equivocar.
Es a través del diseño de las reglas del juego —de las leyes secundarias y de todo el andamiaje institucional— donde tienen que demostrar hasta qué nivel quieren llevar la verdadera transformación del país.
La filosofía, el espíritu que inspiró una de las reformas más grandes, pero también más controvertidas de los últimos tiempo, tendrá que ser puesta en letras mayúsculas y en negritas para que la presente y las futuras generaciones no se olviden de ella: México se abre al mundo para que la inversión, la generación de riqueza, la productividad y la competencia tengan un destino claro, un país más justo y con menos pobreza. Esa fue la filosofía y ese el espíritu original.
Amén del fin primero y último de la reforma, hay otros capítulos donde tampoco se aceptaría el gatopardismo. Por ejemplo, en el combate a la corrupción.
Sólo en ese ámbito radica el éxito político de la reforma que se acaba de aprobar. Sobre todo, después de que la organización Transparencia Internacional ubicó a México, según la revista Forbes, en uno de los más corruptos del mundo.
La principal derrota de este gran salto a la modernidad radicaría en que la apertura del sector se tradujera en un paraíso de corrupción.
En el mismo cuerpo de la iniciativa aprobada, se reconoce que la transparencia y la rendición de cuentas son dos herramientas de los Estados democráticos para elevar el nivel de confianza de los ciudadanos en su gobierno.
La modificación de los artículos constitucionales 25, 27 y 28 va a seguir siendo evaluada, calificada, debatida durante varios años, por la opinión pública. Se trata de un salto sin precedente que no sólo necesita del inversionista nacional y extranjero para tener éxito, sino de la credibilidad que pueda tener en la sociedad mexicana y en el ámbito internacional.
Leído en http://www.siempre.com.mx/2013/12/la-corrupcion-puede-derrotar-el-salto-a-la-modernidad/
Leído en http://www.siempre.com.mx/2013/12/la-corrupcion-puede-derrotar-el-salto-a-la-modernidad/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.