domingo, 15 de diciembre de 2013

Raymundo Riva Palacio - Frankenstein azul


En septiembre del año pasado, pocas semanas después de la humillante derrota de Josefina Vázquez Mota en la contienda presidencial, Gustavo Madero, presidente del PAN, escuchó la propuesta de construir la arquitectura de acuerdo marco que diera gobernabilidad a Enrique Peña Nieto. Varias figuras del panismo lo presionaron para que no colaborara con quienes los derrotaron, pero los ignoró. Y cuando una semana antes de la toma de posesión buscó al presidente Felipe Calderón para ponerlo al tanto de lo negociado, ni el teléfono le tomó.

Madero se encontraba en una situación de profunda debilidad, como líder de un partido que perdió el poder, y acosado por los ex colaboradores de Calderón que buscaban apoderarse del control del PAN. Desde antes del inicio del nuevo gobierno el senador Ernesto Cordero desafió su liderazgo, que se veía tambaleante al tener en el Senado una quinta columna. En esas condiciones, el 2 de diciembre del año pasado firmó con el presidente Peña Nieto y los líderes del PRI y el PAN, el Pacto por México. En unas cuantas semanas, a Madero le habían creado en Los Pinos un poder artificial. “¿Eso es malo?”, ironizó en enero un colaborador del Presidente.







Un año después esa pregunta tiene una respuesta mucho menos peyorativa al tono que se empleó. Aquél líder herido doblegó a sus compañeros de partido que lo acusaban de colaboracionista y traidor, y en la parte final del proceso de las reformas, se convirtió en la pieza sobre la que giró y dependió el futuro de Peña Nieto como Presidente, al alinear a todo el PAN –salvo no más de seis senadores y diputados- a darle el apoyo que necesitaba, aunque cada semana, al agotarse el reloj político para aprobarlas este año, con un costo más caro.

Madero, visto a través de sus tácticas, entendió la Reforma Energética era el todo o el nada para Peña Nieto, y lo probó hasta el extremo. Por meses jugó con los sueños del Presidente, a quien pidió, presionó y en algunos momentos chantajeó. No hubo prácticamente nada que no extrajera por el respaldo a esa reforma, con la que el PAN coincidía ideológicamente, pero no le iba a regalar.

Madero jugó rudo y modificó los tiempos del cronograma de la Presidencia para sus reformas. No habría Reforma Energética si no había antes la Política, condicionó. Cuando los priistas lo empezaron a criticar, se quejó en Los Pinos, de donde salió inmediatamente la petición a los coordinadores parlamentarios del partido que callaran a todos los legisladores para no alterar el frágil equilibrio con el PAN. La Reforma Política, estaba claro, no sería como la quería el PRI.

La primera petición fue que se procesara en el Senado, porque no quería que el diputado Manlio Fabio Beltrones, quien llevaba años trabajando reformas políticas, participara en las negociaciones. El Presidente eliminó a quien hubiera podido contenerlo. También retiró su oposición a la reelección, que Madero y los panistas impusieron. El PRI y sus gobernadores rechazaban la creación de un Instituto Nacional Electoral que remplazara al IFE, pero el PAN dijo que o se creaba, o no habría Reforma Energética. Y una vez más, el Presidente concedió.

Al PAN no le gustó la Reforma Energética de Peña Nieto, y lo hicieron saber públicamente. Hacían mofa del Presidente, y alegaban que su reforma no era renovadora sino veía al pasado, al haberse anclado en la reforma de Lázaro Cárdenas de 1938. Amenazaron con no apoyarlo si mantenía en esa posición y que, además, patearían su discusión para el próximo año, con lo que podrían desbarrancar toda la reforma. Arrinconado, el Presidente aceptó que importantes modificaciones a su iniciativa para acercarse a los exigido por el PAN, que era apertura total del sector.

Madero logró que si bien no habría concesiones, se incorporarían licencias; y que si el petróleo seguiría siendo propiedad de la Nación, los inversionistas podrían contabilizar fiscalmente las reservas de hidrocarburos, como si fueran suyas. Cuando el PRD se inconformó por las negociaciones entre PRI y PAN que iban mucho más lejos de donde podía comprometerse la izquierda y se retiraron del Pacto por México, Madero encontró otra ventana de oportunidad política.

Con el PRD enfrentado al gobierno, Peña Nieto quedó a merced de la voluntad de Madero. El líder del PAN elevó las exigencias, e incorporó nuevas pretensiones. No querían que el sindicato petrolero siguiera en el Consejo de Administración de Pemex; se les cumplió el deseo. Exigieron un fondo petrolero que manejara las utilidades de los hidrocarburos; se los dieron. Pidieron que Hacienda sacara las manos de las utilidades de Pemex; lo concedieron y se creó una institución fiduciaria manejada por el Banco de México para esos fines. El nuevo armado de la reforma obligó a modificar el artículo 25 constitucional, que la iniciativa presidencial no había contemplado.

Cuando diputados y senadores comenzaron a trabajar las leyes secundarias en lo político y lo energético, los frenaron. El PAN quería que fuera en el Pacto por México, y el Presidente aceptó. Salieron las dos reformas iluminadas de azul. Madero le ayudó a Peña Nieto a sacar sus reformas, que le generaron aplausos en el mundo entero. Madero no sólo buscaba que el ADN de esas reformas fuera panista. Sin difusión, logró también presupuestos abultados para municipios cuyos alcaldes lo respaldaban, a donde se canalizaron unos tres mil millones de pesos.

La cadena de valor que creó Madero sobre él mismo era inimaginable hace un año. No sólo salió de la terapia intensiva donde lo atendió Peña Nieto al incorporarlo al Pacto por México, sino que recuperó la fuerza, la vida y se puso por encima de su salvador.

Madero es el gran ganador de las reformas en el corto plazo, con lo que eleva sus posibilidades de reelegirse en el PAN y conducirlo por las siguientes elecciones federales, en su apuesta mayor de regresar al partido a Los Pinos. No se sabe qué tanto podrá Madero presionar al Presidente en el futuro e incrementarle el costo de su paso a la Historia, toda vez que las prioridades de la administración se aprobaron en 2013. Pero lo que sí está claro es que quienes pensaron que sería un títere del poder, se equivocaron. Aquél líder al que tantos empujaban hace un año, no sólo salió respondón, audaz y demandante, sino terminó convertido en el Frankenstein del Presidente.


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