domingo, 15 de diciembre de 2013

Fernando Escalante Gonzalbo: La conspiración


Fernando Escalante GonzalboFernando Escalante Gonzalbo
 
Fernando Escalante Gonzalbo
 
La conspiración
Fernando Escalante Gonzalbo
 
Es posible que el gobierno se haya equivocado en la estrategia de comunicación para explicar el abrumador paquete de reformas del último año. No está claro ni siquiera que lo haya intentado. Vaguedades que caben en un anuncio de televisión, eslóganes imposibles de recordar, frases pueriles para decir una satisfacción redonda —con el futuro del país como telón de fondo. Nada.

A esa casi afasia del gobierno le corresponde la gritería superficial del congreso, la locuacidad insignificante de los unos, los lemas callejeros de los otros, ruido de cucharas, aplausos, el himno nacional. Nada. Nos han cambiado de arriba abajo el sistema político, la legislación electoral, el equilibro de los poderes, el régimen fiscal, y sólo tenemos explicaciones oficiosas, conjeturales, de segunda mano. Y por supuesto, una floración exuberante de teorías conspirativas, que son la contraparte exacta, necesaria, de ese silencio.




Las fantasías conspirativas son un producto natural de la política democrática en todo el mundo, desde hace un par de siglos. Masones, católicos, judíos, jesuitas, mafiosos, comunistas, banqueros, comunistas masones o banqueros judíos comunistas, candidatos no han faltado, ni oportunistas que quieran explotar la idea. O sea, que es bastante normal. Pero las teorías conspirativas tienen un efecto corrosivo sobre la vida pública, de consecuencias graves, imprevisibles —disuelven cualquier argumento racional, y además son inmunes a la crítica. El problema es que hay climas particularmente propicios para imaginar conspiraciones, y el nuestro es de ésos: las elites toman decisiones fundamentales sin dar explicaciones; el lugar en que se produce el valor es cada vez más remoto, misterioso; se crean y se destruyen las fortunas, sobrevienen auges, crisis, caídas, sin que nadie entienda del todo; los mismos ganan siempre, y reaparecen a la derecha, a la izquierda, como políticos, funcionarios, diplomáticos, periodistas, empresarios. Sólo hacen falta unos cuantos aventureros, caballeros de industria como se llamaban en otro tiempo, empresarios políticos, que quieran medrar con el “ánimo conspirativo”. Porque es verdad que todo puede parecer producto de una conspiración.

En México hemos tenido una generación larga, dos generaciones, de periodistas y políticos que han hecho oficio de la mentalidad conspirativa. Han medrado a costa de destruir la vida pública. Y les aplaudimos por ello. En los últimos años ha sido “la mafia del poder” y sus derivaciones, pero ha habido muchas otras conspiraciones antes —y las habrá después. En cuanto adquiere vigencia cualquiera de sus versiones, la discusión pública resulta imposible.

La estructura básica, la retórica de las teorías conspirativas son conocidas. La literatura es extensa: Richard Hofstadter, Pierre- André Taguieff, Michael Shermer, Emmanuel Taïeb, y bastante entretenida de leer, por cierto.

En primer lugar, una teoría de la conspiración necesita simplificar el mundo, dejarlo reducido a un sistema causal sencillo, unilateral, donde todo es producto deliberado de la voluntad de individuos concretos. Y donde todos los fenómenos, por remotos que sean, puede remitir a la misma causa. Dicho en una frase, la idea de la conspiración necesita negar la complejidad, esa mezcla de estructuras, accidentes, azares, procesos inerciales, consecuencias no queridas, que hacen la vida de todos los días.

En segundo lugar, toda conspiración necesita establecer correlaciones artificiales a partir de una colección de hechos reveladores. No hace falta que sean reales, pueden ser exagerados, distorsionados, o directamente inventados, a veces sólo los conocen los líderes, los que tienen información sobre lo que sucede en las sombras. Son los hechos que revelan la conspiración: esa maleta perdida, ese posible segundo disparo, la reunión que todos han desmentido.

Es necesario también suprimir cualquier información incompatible con la teoría –la ley, la estadística, la noticia, es mentira. No es difícil: todo lo que pretenda desmentirla es parte de la conspiración. Finalmente, una teoría conspirativa cabal, completa, postula una estructura mítica de la historia en la que no hay nada accidental —todo es producto de la misma fuerza oculta, sirve a los mismos fines.

En México, gracias al trabajo de los medios de comunicación, de la clase política, tenemos en el espacio público un clima conspiratorial permanente. Información borrosa, silencios, un sistema de circulación de medias verdades, insinuaciones calumniosas, y el mecanismo de la historia patria: simplón, estereotipado, voluntarista, moralizante. Nadie puede llamarse a engaño, ni quejarse del resultado. Es lo que han hecho entre todos —convencidos, como el Barón de Münchausen, de que podrán salir del pantano jalándose ellos mismos del pelo. Y no es una conspiración.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.