domingo, 12 de enero de 2014

Jorge Volpi - El poeta y el encapuchado

El 11 de octubre de 1984, un rabioso grupo de manifestantes recorrió el Paseo de la Reforma hasta congregarse ante la Embajada de Estados Unidos para condenar el hostigamiento al régimen sandinista. Un episodio singularizó la protesta: cargando a cuestas un monigote con los rasgos del poeta más reconocido del País, los jóvenes se desgañitaban con este (más bien torpe) díptico: “Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz”. Y, sin calmar su ira, procedieron a quemarlo como si se tratara de un judas en Sábado Santo.

Esta odiosa escena no sólo selló el instante en que Octavio Paz y la “izquierda” se hallaron más enemistados que nunca, sino un quiebre en su imagen pública que el poeta jamás logró olvidar. La paradoja era clara: justo cuando su voz era más escuchada en el mundo -obtendría el Nobel en 1990-, Paz se veía como un exiliado en su propia Patria. El malentendido pronto se transmutó en cliché: al lado de Thatcher y Reagan, el poeta cerraba el cuadro de los monstruos que fraguaron el neoliberalismo y sepultaron los anhelos revolucionarios.





En efecto, desde fechas tan tempranas como 1945, Paz había comenzado a cuestionar a los sistemas comunistas y a partir de los 70’s se había convertido en un acérrimo detractor del socialismo real y los intelectuales de izquierda que disimulaban los crímenes de la URSS, China, Cuba o las diversas guerrillas latinoamericanas. Más tarde, en su íntima batalla contra sus antiguos camaradas, no dudó en asociarse con figuras con las que, en términos ideológicos, sólo compartía la animadversión hacia el enemigo común. No obstante, Paz nunca se sintió cómodo en esa camada liberal que lo arropó durante su lucha y su postrera victoria: su formación juvenil era tan sólida, y su rechazo a los dogmas tan claro que, a diferencia de Vargas Llosa, él no cambió una fe por otra y jamás se convirtió en un profeta de la causa liberal. Pésele a quien le pese, en el fondo siguió siendo un socialista: un socialista democrático que, sólo a regañadientes, era liberal en términos económicos.


Para confirmar esta hipótesis hubo que esperar hasta la antesala de su muerte. Cuando el 1° de enero de 1994 el EZLN se alzó en armas contra el Gobierno de Salinas, Paz previsiblemente condenó la asonada, imaginándola como el último estertor de la vieja izquierda con la que se había batido por décadas. Y, cuando los intelectuales “progresistas” comenzaron a demostrar su encandilamiento hacia los zapatistas, otra vez se unió a los intelectuales adictos al régimen, reunidos en torno a Vuelta y Nexos, para vapulearlos: “Los años de penitencia que han vivido desde el fin del socialismo totalitario, lejos de disipar sus delirios y suavizar sus rencores, los han exacerbado”.


Sin embargo, sus opiniones comenzaron a matizarse conforme la figura de Marcos adquiría mayor relevancia mediática -y literaria-. “La elocuente carta que el 18 de enero envió el subcomandante Marcos a varios diarios, aunque de una persona que ha escogido un camino que repruebo, me conmovió de verdad: no son ellos, sino nosotros, los que deberíamos pedir perdón”. Más adelante llegará a aplaudir su estilo y dirá que la figura de Don Durito es una invención “memorable”. Y añadirá: “Una parte de mí lo aplaude: son sanas la insolencia y la falta de respeto”.
A diferencia de los críticos liberales, que deploran esta atracción final de Paz hacia Marcos como un extravío senil, esa “parte” de sí mismo es la que más me atrae. El Paz anciano sin duda se identificó con Marcos: a fin de cuentas, de joven él también viajó a Yucatán para trabajar con los mayas ahíto de ideales revolucionarios. Pero en sus palabras no hay que observar un desvarío romántico, sino un nuevo instante de lucidez en el que, luchando contra sus propias convicciones, Paz fue capaz de entrever -¡en 1994!, con la misma claridad con que atisbó el autoritarismo estalinista en los 40’s-, los límites y las trampas del liberalismo. Porque, a diferencia de sus seguidores liberales o de derechas, en el centro de su poesía y de su pensamiento siempre prevaleció la solidaridad frente a la soledad, incluida la soledad del mercado.
Al conmemorar los 100 años de su nacimiento, y los 20 del alzamiento zapatista, no debemos perder de vista que, más allá de sus devaneos con el poder, el mejor Paz se hallaba en esa voluntad crítica que al final siempre lo puso en guardia contra las tentaciones dogmáticas y autoritarias, incluidas las de sus amigos -y las suyas-.


@jvolpi

Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/el-poeta-y-el-encapuchado-6263.html

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