Zaid toma nota de los tiempos que corren; en los que el autor es el centro de la atención, mientras la obra pasa a un segundo plano. La obra puede ser más o menos leída (y en el extremo no leída), pero los rituales sociales en torno a la misma, su estela, su aura, su charme, las presentaciones, cocteles, aunados al impacto que los medios tienen en la modulación del espacio público, construyen obstáculos suficientes para erosionar la auténtica conversación: la que debe emanar de la lectura. Distingue entre la gloria que irradia la creación y la fama que le es propia al creador. "Es natural que la gloria compartida se vuelva famosa, aunque muchos se sumen a los elogios, no porque vean el milagro, sino por la fama que tiene. Tienen ojos y oídos para lo que dicen los demás, no para la obra". En la llamada, por otros, sociedad de masas, el autor es una figura reverenciada no porque se conozca lo que ha escrito, sino porque otros dicen que es un gran escritor. "Peor aún, la fama de las obras se traslada a sus creadores, como si los objetos maravillosos fueran ellos.".
Y Zaid ha sido un hombre consistente con sus dichos. La única vía para arribar al Zaid poeta o ensayista es leyéndolo. Ni entrevistas, ni apariciones en televisión o en radio, ni autopromociones; ni siquiera fotos y menos ferias, bailes, coloquios, seminarios. Zaid, en términos públicos, es su obra; o mejor dicho, él ha decidido que lo importante es su obra porque lo otro no le interesa y resulta muy costoso. Citando a Descartes la explicación de esa opción (me) parece rotunda: el filósofo francés "dice francamente que quiere que su obra sea leída y saber lo que piensan los lectores, pero no destacar como su autor, porque la fama es 'contraria al sosiego, que tengo en más que todas las cosas', por lo cual 'agradeceré que me dejen vivir con toda libertad'". Sigue Zaid: "Nótese que el argumento no es moral (buscar la fama es indigno de los altos valores del Espíritu), sino puramente práctico (no vale lo que cuesta)".
La fama, nos dice, vuelve a la persona un "objeto llamativo", cuya imagen combina estampas de su vida privada, "hechos noticiosos, chismes", pero sobre todo le ofrece visibilidad al autor, que paradójicamente oculta la obra. (No es que la fama no pueda llevar a unos cuantos a acercarse a la obra, sino que la multiplicación de los rituales de la fama ha hecho, en alguna medida, de la vida intelectual un espectáculo, como lo ha documentado también Vargas Llosa).
Desde su peculiar mirador, Zaid ha sido un crítico singular de la vida intelectual y académica -que pueden tener alguna zona de convergencia pero que no son una y la misma cosa-. Es un analista certero, pero sobre todo es un ensayista risueño, amable, irónico, y yo diría incluso modesto. Se encuentra a años luz de los pontífices iracundos y rotundos que tienen la verdad en un puño, y más bien transpira una especie de añoranza por un intercambio intelectual menos arropado por el oropel y más alimentado por las ideas y la tradición cultural. Desde su balcón, lo mismo ha escrito sobre la "hinchazón" de las notas al pie de página en la academia que sobre los laberintos burocráticos de las universidades; del manejo convenenciero y artero de las citas hasta la conversión de algunas obras completas en auténticos mausoleos.
Creo que sabe que muchos de los fenómenos que lo agobian seguirán ahí porque son connaturales a eso que llamamos modernidad, pero sabe, sin duda, que en medio de esa alharaca todavía es posible forjar algunos ambientes donde la centralidad de las obras, el intercambio de ideas y la conversación ilustrada, puedan ser posibles, ya que por supuesto son deseables. (Todas las citas son del libro El secreto de la fama. Lumen. 2009).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.