La realidad alcanzó al presidente Enrique Peña Nieto muy lejos de México y de Michoacán. En su primer día pleno de actividades, Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial, que cada año celebra en Davos su reunión anual con los líderes políticos y empresariales, lo cuestionó al término de su discurso esta semana en ese destino turístico suizo: “Pese a todas las buena nuevas que está compartiendo con nosotros sobre el proceso de reforma, México enfrenta aún noticias negativas en la prensa relacionadas con la seguridad”.
Peña Nieto no tuvo más remedio que encarar de manera abierta el tema que por diseño había cancelado de su discurso desde el arranque de su Presidencia: la seguridad. “No puedo ignorar un tema que ha sido señalado y que ha afectado a México en los años recientes, que es el tema de la inseguridad y que, por cierto, no es único de México”, respondió. A partir de ese inicio, elaboró una articulada y amplia respuesta. Imposible una improvisación.
Demasiada precisión conceptual, exacta puntualización sobre los ejes que se trabaja, palabras fluidas y sin errores. Peña Nieto, estaba preparado para afrontar finalmente esa parte de la realidad mexicana. Desde el inicio del sexenio había un marcado interés en su equipo por marcar una clara diferencia con su antecesor Felipe Calderón, particularmente en el tema que más había lastimado a la última Presidencia panista: la seguridad. Por eso, de un día para otro, literalmente, cambió el discurso y el método.
Como estrategia de gobierno, se estableció una coordinación dentro del gabinete, que por obvio que parezca había sido imposible en la administración de Calderón, donde su equipo estaba confrontado y sin comunicación. Como estrategia de seguridad, se adoptó la doctrina de un asesor del comisionado de Seguridad Pública, Manuel Mondragón, de que para reducir la violencia había que dejar de combatir a los cárteles de la droga.
En busca del cambio de tono desaparecieron las palabras que dichas por el gobierno generaban ansiedad y temor –como guerra y narcotráfico-, dejaron de presentar a la prensa a presuntos criminales, cancelaron sus entrevistas, eliminaron del lenguaje oficial los apodos y la identificación por nombre de las bandas criminales. El Presidente nunca hablaría de estos temas e, incluso, jamás le pasarían ningún informe, recorte de prensa o tarjeta alguna que se refiriera al tema, para evitar que tuviera la tentación de mencionarlo.
El discurso de la seguridad entraba en un proceso de higienización basado en la lógica -traslada a política pública-, que si no se combatía a las bandas criminales, se reduciría el número de muertos. Como fue claro en las primeras semanas del gobierno peñista, la doctrina se rompió por la falacia del argumento. Sólo de noviembre de 2012 a diciembre de 2012, entre Calderón y Peña Nieto, los delitos se incrementaron en 129%. Probaban los criminales al nuevo gobierno. Ante el repliegue de las fuerzas federales y la no confrontación de las bandas criminales, la puerta se volvió a abrir a la delincuencia organizada. La prensa terminó pronto su luna de miel con el nuevo gobierno y empezó a reportar el repunte de los cárteles.
El diseño presidencial seguía rígido: Peña Nieto no hablaría de la seguridad. Pero el resto del gobierno veía que su modelo inicial se colapsaba. Tuvieron que empezar a mostrar presuntos criminales para contrarrestar las críticas de que no hacían nada contra ellos. Odiaban la numeralia de la criminalidad, y tuvieron que empezar a dar cifras de detenidos. La resistencia a no utilizar apodos para identificar a detenidos, se rompió recientemente en Michoacán, cuando regresaron a lo que se hacía antes. Y en la contradicción más grande de su forma de proceder, el gobierno estableció un número específico de líderes criminales como objetivos estratégicos, al igual que lo había hecho el predecesor. Es decir, la definición de victoria táctica que empleó Calderón, es idéntica a la de Peña Nieto.
Michoacán terminó de sacudir al Presidente. El arranque del año liquidó la estrategia y el diseño original. La prensa extranjera se tapizó de informaciones sobre las autodefensas, que llamó milicias y paramilitares, subrayando que contaban con el respaldo del gobierno federal. Ante la percepción creciente que México era un país sin leyes, la Presidencia cambió la fórmula.
Peña Nieto tendría que hablar sobre el tema prohibido en Los Pinos. Rumbo a Davos, en la escala técnica en Canadá, se refirió a Michoacán y a las autodefensas durante una charla con la prensa que lo acompañaba, y en Suiza habló tres veces del tema. Pero a diferencia de sus colaboradores, que se enredaron en sus declaraciones y contradicciones, Peña Nieto estableció líneas claras sin dar margen a confusión.
Las autodefensas no estaban dentro de la ley, dijo. Para aquellas que legítimamente se habían levantado en armas para proteger su vida y la de sus familias, las invitaba a sumarse a la policía. Había una debilidad institucional en Michoacán y policías que trabajaban para criminales, que había que restaurar, reconoció. Peña Nieto, en su primera gran irrupción en la arena pública con el tema, vistió datos viejos de nuevos.
Cuando aseguró que el número de homicidios vinculados con la delincuencia organizada iba en descenso desde 2011, se refería a lo que difundió el gobierno de Calderón: en abril de 2011 se alcanzó el tope de homicidios, y a partir de ahí vendría una reducción gradual. Peña Nieto dijo que la disminución en su administración es de 30%, sin aclarar que esto se debe a un cambio en la metodología: en el gobierno pasado las víctimas se contabilizaban individualmente; en este, se contabilizan las averiguaciones previas, por lo que si en una de ellas hay más de dos víctimas, cuenta únicamente por una.
Catorce meses después de haber iniciado su Presidencia, su mensaje de transformar a México se topó con la realidad de la única ancla que no puede incorporar en él, y que ya no puede esconder. No es una derrota para Peña Nieto el que haya quitado la barrera del silencio al fenómeno de la inseguridad, sino es un reconocimiento de una realidad que tercamente se habían negado su gobierno a reconocer. Es un paso positivo.
Para poder enfrentar un problema incrustado y podrido durante lustros, quizás generaciones, lo primero que hay que hacer es admitir que existe para actuar en consecuencia. Aceptar no significa que se tendrá éxito. Lo dijo Peña Nieto en Davos, corrigiendo también el triunfalismo de algunos de sus colaboradores: van avanzando, pero falta mucho por hacer.
El discurso presidencial vacío de un fenómeno que lastima nacionalmente, era un déficit de Peña Nieto. Esto, por lo pronto, ya no faltará por hacer.
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