Entre noviembre de 1989 y diciembre de 1991, un parpadeo en términos históricos, el bloque comunista que durante casi medio siglo amagó a las naciones capitalistas se desmadejó por completo, acabando con el mayor experimento de planificación social de la historia moderna. Si bien aquel brutal e insólito hundimiento se debió preponderantemente a causas intestinas -se trató más una implosión que de una derrota-, los conservadores encabezados por Reagan y Tatcher se arrogaron la victoria, como si ellos hubiesen sido los responsables de la eclosión.
Valiéndose de esta engañosa legitimidad, los conservadores no dudaron en copiar los métodos de sus enemigos y, aferrados a una ideología tan inamovible como la que habían combatido, emprendieron una revolución destinada a liquidar no ya los últimos resquicios de autoritarismo que quedaban en el orbe -tarea a fin de cuentas secundaria- como a despedazar las conquistas que, a lo largo de la guerra fría, la izquierda democrática había conseguido en su propio campo. Destruido el rival que se jactó de ofrecer una sociedad sin clases, éstos, paradójicamente rebautizados como neoliberales, se consagraron a expulsar de la agenda pública la igualdad y la solidaridad que se habían convertido en pilares del estado de bienestar.
No sería hasta la gran recesión de 2008 que los resultados de esta apuesta quedarían a la vista. La ortodoxia económica decretada por los conservadores que consiguió la desregulación de los flujos de capitales, la liberalización del comercio y una severa regulación del mercado laboral internacional, sumada a los nuevos instrumentos financieros complejos y a las directrices de la tecnología más moderna, generó una de las mayores catástrofes de los últimos tiempos, en la cual millones perdieron sus empleos o sus viviendas y vieron descender su nivel de vida a rangos de la posguerra, al tiempo que unos cuantos ejecutivos y políticos se enriquecían sin medida.
A partir de este escenario plagado de engaños, falsas interpretaciones y lugares comunes, el escritor español José María Ridao ha trazado uno de los retratos más lúcidos -y desoladores- del capitalismo avanzado. En La estrategia del malestar (2014), Ridao no cesa en su empeño de desvelar los resortes que movieron a políticos e intelectuales a lo largo de estas décadas turbulentas, exponiendo su hipocresía y exhibiendo los sofismas -o las mentiras- con que enmascararon sus intereses. Del fin del bloque soviético a los atentados a las Torres Gemelas y de las guerras de Afganistán e Irak a la caída de Lehman Brothers, Ridao enhebra reflexiones con anécdotas específicas -una joya: la olvidada burbuja económica albanesa de 1997 que tanto preludia a la reciente crisis global- para desmontar las consignas disfrazadas de argumentos y las visiones sesgadas que se fundan más en esa ideología que se quiso presentar como liquidada que en los hechos.
En La estrategia del malestar, Ridao muestra cómo los conservadores se adueñaron perversamente del término liberalismo en su estrategia de disminuir a toda costa el poder del estado, al tiempo que publicitaron la idea de que la izquierda se hallaba sumida en una profunda crisis -hasta que la propia izquierda terminó por creerlo. Por ello, Ridao afirma que "la izquierda democrática no debía estar al asalto político de ninguna fortaleza, sino defendiendo esa fortaleza del asalto político de los conservadores". Pero Ridao no se conforma con denunciar las trampas de los conservadores -y los liberales que apoyaron su cruzada-, sino que señala las incongruencias de todo el espectro político, desde los socialistas que, amagados por la derecha, se sumaron a la agenda económica neoliberal, hasta los partidos de centroderecha que, hostigados por los nuevos populismos, abrazaron sus odiosas causas.
Al término de La estrategia del malestar, uno no puede terminar más descorazonado al constatar que una era que se abrió en 1991 como idónea para extender como nunca los valores de la Ilustración -la libertad y la igualdad-, terminase sepultada en medio de guerras injustas (Irak), justificaciones de la tortura (el waterbording), limbos jurídicos (Guantánamo), recorte de derechos (para los extranjeros), nacionalismos ramplones, servicios sociales destruidos (por ejemplo en España o Grecia) y dobles raseros (uno para los aliados, otro para los demás) que dieron lugar, en fin, a sociedades marcadas por la injusticia y la falta de solidaridad.
Twitter: @jvolpi
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