Joaquín Archivaldo Guzmán Loera era un fantasma en el imaginario colectivo del mundo. Lo veían como uno de los multimillonarios del mundo. En Chicago lo equipararon con el legendario Al Capone al llamarlo “el criminal más buscado”, y la prensa global lo señalaba como uno de los grandes enemigos públicos del nuevo milenio, con capacidad de controlar el tráfico de drogas en México, Estados Unidos, Centro y Suramérica, África y Oceanía. La fascinación, admiración y temor llegó finalmente a su fin, cuando la Marina y la PGR, con el apoyo de la DEA –información de inteligencia-, lo capturaron el sábado en la madrugada en un hotel en Mazatlán.
Guzmán Loera es mejor conocido como “El Chapo”, un apodo que viene de su estatura de 1.68 metros, y cuya fama nació paradójicamente el día en que iba a morir. Desde entonces, hace más de 20 años, era el narcotraficante más buscado internacionalmente. Fue arrestado en 1993 y enviado a un penal de máxima seguridad de donde se fugó en enero de 2001 escondido en un carrito de ropa sucia. Se subió a un automóvil que manejó hasta la casa de su madre en una ciudad del noroeste mexicano donde todavía hoy se encuentra estacionado ese vehículo.
Él es un nombre y una cara de la cual existen escasas fotografías. La más reciente que se conocía antes de su captura, cuando estuvo en el penal de Puente Grande, en Guadalajara, en la que se aprecia su tez blanca y ojos cafés, cabello castaño y cejas pobladas. Siempre tuvo una cara cuadrada y una complexión robusta. Desde que huyó de la cárcel de máxima seguridad, de acuerdo con autoridades federales, vivía a salto de mata, sin un lugar fijo para dormir por más de dos semanas, acompañado únicamente por un par de mujeres que le cocinaban y ayudaban en tareas domésticas, y cuatro guardaespaldas.
Como Osama bin Laden, era más un mito que un criminal en capacidad operativa plena, de acuerdo con funcionarios federales. Sin embargo, se le seguía identificando como parte del triunvirato que encabeza el Cártel del Pacífico –antes de Sinaloa-, la organización criminal más poderosa en México, en donde sus socios Ismael “El Mayo” Zambada y Juan José “El Azul” Esparragosa, dan las órdenes. Los tres, como muchos otros capos en los últimos 30 años, nacieron en Badiraguato, el municipio serrano que colinda con Durango y Chihuahua, y formaban parte de las legiones de gatilleros que crecieron bajo el liderazgo de Miguel Ángel Félix Gallardo, nacido en Culiacán y cuyo Cártel de Guadalajara, que formó en los 80s, se dividió en plazas y territorios cuando fue detenido en 1989.
Guzmán Loera, cuya fecha de nacimiento es incierta -diciembre de 1954 o abril de 1957-, se fue Culiacán para iniciar la organización que lleva el nombre de su estado. Los hermanos Arellano Félix, a quienes había enviado previamente su tío Félix Gallardo a Tijuana, formaron su propio cártel. Amado Carrillo, “El Señor de los Cielos”, que nació en Guamúchil, Sinaloa, se fue a Juárez, donde construyó de esa organización, asociada con “El Chapo”, el cártel dominante en los 90. Viejos compañeros de armas, el vacío que dejó la detención de Félix Gallardo y la necesidad de los cárteles de abrir mercados domésticos, provocó la guerra de capos.
En noviembre de 1992 intentó asesinar a los hermanos Francisco y Javier Arellano Félix en la discoteca “Christine” de Puerto Vallarta, que provocó la respuesta en mayo de 1993 cuando al llegar Guzmán Loera al aeropuerto de Guadalajara, sicarios contratados en San Diego por el Cártel de Tijuana, asesinaron al cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, a quien confundieron con “El Chapo”. Él se escapó a Chiapas y luego se refugió en la selva tropical guatemalteca, donde al mes siguiente fue detenido y enviado a México.
Guzmán Loera estuvo en Puente Grande hasta enero de 2001, cuando se fugó, y desde entonces su nombre estuvo asociado a la sospecha de que durante el gobierno de Vicente Fox se le protegió. No hay nada que sustente un apoyo institucional, pero durante cuando menos tres ocasiones en esos años, declaraciones públicas o demoras en operaciones para detenerlo, permitieron que huyera. En una ocasión incluso, agentes de la PGR lo ubicaron a tres horas de donde se encontraban en la Sierra Madre Occidental, pero no les autorizaron proceder la operación para arrestarlo. Extrañamente, un vuelo rasante de un avión militar sobre su guarida, lo alertó y su compadre Zambada fue por él en un helicóptero.
Durante el gobierno de Felipe Calderón hubo otros momentos que abrieron la oportunidad de detenerlo. En 2011, por ejemplo, un socio de él fue arrestado por la Policía Federal poco después de haber visto a “El Chapo” en una precaria cabaña en la sierra de Durango. Este hombre proporcionó a las autoridades información que llevó a la detención del piloto de su avión en junio del año pasado cerca de Los Cabos, al mismo tiempo que se llevaba a cabo en ese destino la reunión del G-20. El piloto, de acuerdo con funcionarios federales, entregó la bitácora de vuelo de Guzmán Loera, con lo cual iban a establecer patrones de viaje y tiempos de estadías. Sin embargo, la declaración pública de un funcionario de la PGR sobre su detención, lo alertó –al menos involuntariamente- del tipo de información que tenían y posiblemente le permitió cambiar la lógica de sus movimientos.
Ese fue, quizás, el último momento donde el gobierno estuvo más cerca de Guzmán Loera, hasta hace dos semanas cuando la información de inteligencia proporcionada por la DEA permitió cercarlo en Sinaloa. En Estados Unidos habían mantenido una operación sistemática para cortarle sus fuentes de financiamiento y afectarlo en lo moral, mediante el acoso y congelamiento de cuentas de su familia y sus cercanos, y la detención de sus operadores.
Los golpes que recibió durante sus tiempos como prófugo de la justicia habían sido, en términos personales, mayores. Uno de sus hijos, Édgar, fue asesinado por sus rivales en 2008, y en 2004 mataron a su hermano Arturo dentro del penal de máxima seguridad de La Palma. En 2005 fue detenido otro de sus hijos, Iván Archivaldo –liberado por falta de pruebas tres años después-, y en 2008 ingresó a prisión su medio hermano Luis Alejandro Cabral. Otros dos de sus sobrinos también fueron ejecutados por sus enemigos.
Pese a ello, no había información cierta sobre cuál es el estado anímico en el que se encontraba ni tampoco qué tan grande era su capacidad operativa y de liderazgo dentro del Cártel del Pacífico. Pero para efectos de opinión pública, eso no importaba, como se pudo comprobaba cada vez que había rumores de su detención. Cada vez que eso sucedía, desataba un frenesí de especulación en las redes sociales. De muchas maneras es lo que sucedió después que se informó desde Washington que había sido capturado, y tuvieron que pasar largas horas antes de que el gobierno mexicano, oficialmente, confirmara su captura y acabara con la marca más importante del narcotráfico en los últimos 25 años.
*Segmentos de este PORTARRETRATO fueron publicados en este mismo espacio el 24 de febrero de 2013, en un perfil sobre Joaquín Guzmán Loaera.
twitter: @rivapa
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