A Federico Campbell.
Intrascendente e insípida resultó la cumbre de mandatarios de América del Norte, en el marco del 20 aniversario del TLC realizada esta semana en Toluca, Estado de México.
No es que deba esperarse mucho de las cumbres entre primeros ministros y mandatarios, pero tampoco es que uno debe conformarse con tan poco de un encuentro que se supone tendría que haber sido señero. Demasiado despliegue, recursos, logística, desplazamientos y seguridad para venir, casi sólo, a tomarse la foto.
¿Cuál es el sentido de organizar una cumbre, si no se le saca suficiente provecho? La cumbre desarrolló, de manera básica, sin controversia ni contradicciones, los temas obligados: comercio, desarrollo regional, seguridad, cooperación y demás asuntos sin entrar en profundidades. Los asuntos difíciles, polémicos o que requerían compromisos mayores, simplemente, quedaron fuera: deportaciones masivas, reforma migratoria, espionaje, tráfico de armas legales e ilegales a México, narcotráfico, etcétera. La de Toluca, fue una cumbre sin alma, sin nervio y sin ninguna alusión que incomodara. El mayor atrevimiento, de la parte mexicana, fue pedirle a Canadá que revisara el tema de las visas. Asunto que, para pena de Peña, resultó denegado.
México tenía muchas cosas que decir en una cumbre como ésta, pero prefirió no salirse del guión prefabricado. Se limitó a los temas generales y a subrayar la importancia del Acuerdo Estratégico Transpacífico (TPP) y mostrar voluntad para formar parte de una mayor integración económica y comercial que permita expandir la región de América del Norte hacia la región Asia-Pacífico y formar parte de lo que Obama llamó "los paladines del libre comercio".
¿En qué momento, o bajo qué condiciones, un país le puede plantear a otro asuntos que requieren de un compromiso político y público mayor? ¿No tendrían que servir para eso las cumbres? Esta, por lo pronto, resultó un desperdicio.
¿Acaso no era un buen momento el de la cumbre para que México se pronunciara sobre el drama humanitario y las afectaciones nacionales que derivan de las masivas deportaciones que ha realizado Obama desde que llegó a la Presidencia y que suman ya a más de 2 millones de personas? ¿No era ése el espacio ideal para plantear, desde la perspectiva económica, humanitaria y de derechos humanos, el tema de la pérdida de la patria potestad de miles de niños separados de sus padres, merced del activismo expulsor de Barack Obama y su gobierno?
¿Era o no la cumbre el lugar idóneo para abordar -por ejemplo- el fenómeno criminal con el que se topan miles de personas que de Centroamérica a México se dirigen a Estados Unidos? ¿Por qué no hablar ahí de lo que pasa todos los días en materia de secuestro, extorsión, violaciones y trata a aquellos y aquellas que van montados en la otra "bestia"? Si los presidentes hablaron de comercio y mercancías, por qué no hablaron, con amplitud, de la compra-venta de humanos.
Si hablaron de mejorar mecanismos para facilitar el tránsito de ciudadanos "confiables", por qué no hablaron de los que mueren por cientos en sus intentos fallidos de cruzar la frontera.
El espionaje tampoco fue tema de la cumbre. Aunque en otras cumbres, como las europeas o las de Naciones Unidas, Obama ha tenido que oír toda suerte de reclamos. En México no. Tal vez porque aquí todos somos educados. ¿No siente incomodidad el gobierno mexicano, teniendo enfrente al responsable político del aparato masivo de espionaje con el que fue agraviado, y no soltarle por lo menos un reclamo velado? No hubo alguien -hasta donde se sabe- que preguntara: "Presidente, ¿puede informar de las investigaciones que prometieron?".
Sobre el tema de las armas, ¿estaba fuera de lugar proponer para la agenda el comercio masivo y libre tráfico? ¿Se hubiera tomado a mal preguntar -por ejemplo y así, como de paso: "Mr. Obama, cuéntenos: ¿en qué va lo de 'Rápido y furioso'?".
¿Con Canadá, sólo podíamos insistir con lo de las visas? ¿Nada sobre las mineras? ¿No era el momento para plantear que la riqueza mineral sacada de la tierra está trayendo problemas entre las poblaciones que deberían ser analizados? Además de aplaudir las reformas y la apertura petrolera, ¿no era la cumbre el espacio para delinear ideas sobre lo que hay que hacer para evitar que una gran apertura traiga consigo prácticas de corrupción, afectaciones al medio ambiente o conductas depredatorias de quienes explotarán las riquezas?
Nada de esto hubo en la cumbre de Toluca. Terminó por ser sólo eso: una cumbre chiquita.
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