Usted va a las oficinas del SAT angustiado para responder al requerimiento de Hacienda por el que le avisan que esas facturas de farmacia no son deducibles o porque lo acusan de lavado de dinero por los 18 mil pesos en efectivo que su primo depositó en su cuenta al devolverle un viejo préstamo, pero al llegar frente a la fachada de la oficina recaudadora se encuentra con un problema: debe saltar la larga fila de puestos callejeros de venta de películas, relojes y música pirata. Tres horas después sale de las oficinas hacendarias aterrorizado por las nuevas normas fiscales: una declaración mensual que falle y usted es poco menos que delincuente; un atraso de tres meses y pierde la firma digital para poder facturar. Para recuperarse del susto compra media docena de estrenos de películas, pero antes de pagar los $200 pesos correspondientes debe esperar a que dos empleados de Hacienda terminen de adquirir sus DVDs de contrabando.
México sigue siendo este país surrealista en el que nadie parece ofendido por la sinrazón y la incongruencia. Sería un asunto de risa, salvo que la multa de Hacienda en caso de que uno cometa una “irregularidad” no es simpática, y de nada sirve argumentar que afuera de las oficinas tributarias hay un flagrante e impune muestrario de evasores fiscales.
Tampoco es de risa, aunque sí surrealista, que nuestro país ocupe el primer lugar del mundo en obesidad y al mismo tiempo una porción alta de la población se encuentre desnutrida. Peor aún, puede tratarse del mismo segmento.
Es un caso similar al de nuestra flagrante Comisión de Derechos Humanos, una de las mejor financiadas y equipadas en el planeta. Pero no ha servido de nada para reducir las evidentes violaciones en un país que padece una guerra abierta con 70 mil civilesvíctimas de la violencia y un ejército que opera como fuerza de ocupación.
En un espléndido artículo de Alejandra Cullen (http://bit.ly/MgLlNV) publicado este fin de semana en Sin embargo.mx, ella se pregunta para qué diablos sirve la CNDH y los 1, 416 millones de pesos que cada año salen de nuestros impuestos para financiar sus actividades.
“Cada reporte internacional en materia de derechos humanos pone en evidencia la inutilidad, cobardía o al menos la debilidad de la CNDH y abre cuestionamientos sobre la labor de su presidente. Raúl Plascencia pasó los seis dramáticos años de guerra de Calderón encerrado en su oficina…guardó impune silencio sobre el resto de los abusos del sexenio. Acalló los pocos informes serios que se hacían, como el de Mauricio Farah (entonces tercer visitador de derechos humanos), sobre secuestro y abuso a migrantes para no incomodar. Validó los montajes de seguridad pública, e hizo caso omiso sobre la dramática condición de las cárceles. Raúl Plascencia fue el mejor cómplice institucional de la guerra aunque ahora diga que le temía a García Luna”.
¿Cómo explicar que un reporte tras otro de Amnistía Internacional o de Human RightsWatch cuestionen los abusos en de las autoridades mexicanas en derechos humanos, mientras que la institución responsable en México se haga de la vista gorda o se entretenga en bagatelas?
Las respuestas a estos cuestionamientos remiten a una sola explicación: la CNDH terminó convertida en todo lo contrario del propósito para el que fue creada. En lugar de constituir un Ombudsman defensor de la ciudadanía frente a los excesos del soberano, funge como legitimador de tales excesos. En teoría es una institución separada del Ejecutivo, pero amarrada por el hecho de que el titular es designado en el Congreso por los partidos políticos. Y estos han encontrado que tener un encargado a modo facilita una institución dócil y sometida. Los dos responsables en la historia reciente del organismo, José Luis Soberanes (1999-2009) y Raúl Plascencia (2009 a la fecha), han sido en la práctica funcionarios del Estado al que supuestamente deberían supervisar.
Una nota publicada por el diario Reforma el viernes pasado reveló que varios de los directores de área del organismo son militantes panistas, vinculados a la familia de Calderón. Es decir, ya ni siquiera se toman la molestia de fingir que se trata de una institución autónoma de los intereses políticos de las élites.
No será fácil resolver el paradójico problema de la obesidad-desnutrición; y supongo que quitar a los puestos ambulantes de películas pirata de la acera del SAT simplemente los desplazaría dos cuadras más lejos, pero no veo el caso de un elefante blanco como la CNDH que sirve para nada y cuesta una fortuna. A menos, claro, que fuera encabezado por un profesional independiente y honesto. Algo difícil, porque Raúl Plascencia ya está en campaña para reelegirse. Mala cosa, pues.La CNDH y otras infamias
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