Durante meses, Emilio Chuayffet ha sido mencionado en las columnas políticas como el primer secretario del presidente Enrique Peña Nieto que será removido. Le adjudican la falta de control de la disidencia magisterial que está en rebelión en contra de la Reforma Educativa, que tiene puesta de cabeza a una parte del país . “No veo a Chuayffet fuera del gobierno, cuando menos este año”, dice un colaborador del Presidente. La realidad parece darle la razón.
En uno de los momentos de mayor especulación sobre su salida, Chuayffet llevó a Peña Nieto a principios de diciembre a las instalaciones de la Secretaría, que no había pisado un Presidente en varios sexenios, para encabezar la firma del convenio de la Ley General de Educación en presencia de los 32 gobernadores del país y el líder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Esta semana fue el orador por el gabinete en la conmemoración de la Promulgación de la Constitución en Querétaro, y este lunes estará en Michoacán para dar posesión al enlace del programa especial para esa entidad.
Para un secretario al que en la prensa pedían la extremaunción, más bien luce como un sobreviviente con siete vidas.
Chuayffet tiene una larga vida política y académica. Posiblemente es el secretario de Estado más ilustrado en el gabinete de Peña Nieto y el de mayores palmarés, acumulados desde que ingresó al PRI hace 44 años. Pero también, es el principal sobreviviente de tormentas en el servicio público, y de algunas de las batallas legislativas más memorables.
Heredero natural de la escuela de políticos-intelectuales de Jesús Reyes Heroles y José Luis Lamadrid, arquitectos de la reforma política de 1977-78 que cambió y abrió el sistema político mexicano –que entre otras virtudes legalizó a la izquierda-, también se ha forjado en las trincheras. Una de las más notables hace casi una década, cuando se enfrentó en la Cámara de Diputados a su coordinadora, Elba Esther Gordillo, a quien arrinconó cuando pactó con el ex presidente Vicente Fox un incremento al IVA y encabezó la rebelión que la destituyó y abrió la puerta para su salida del PRI.
Uno de sus compañeros de esa batalla en 2003 fue Manlio Fabio Beltrones, con quien volvió a compartir tareas legislativas; el primero en el Senado, y el segundo en San Lázaro. Los dos se batieron soterradamente. Beltrones, que aspiraba a la candidatura presidencial, se enfrentó con Chuayffet, coordinador de la bancada mexiquense que defendía los intereses del entonces gobernador Peña Nieto. Todas las reformas políticas que enviaba Beltrones, las neutralizaba Chuayffet.
La alianza para enfrentar a Gordillo había sido ocasional. Años antes habían chocado sus posiciones, cuando Chuayffet era secretario de Gobernación del presidente Ernesto Zedillo, y Marco Bernal, uno de los operadores políticos más fuertes y eficientes de su amigo Beltrones, era comisionado para la paz en Michoacán. Todos los avances que lograba Bernal ante el EZLN enfrentaba la oposición sibilina Chuayffet, que bloqueaba la posibilidad de arreglo en Chiapas.
Ganó Chuayffet esa batalla, pero se encaminó al momento más triste de su vida pública, la matanza de Acteal, en el municipio de Chenalhó, en Los Altos de Chiapas. Un problema originado por un banco de arena, la diferencia entre la vida y la muerte en la comunidad, evolucionó en un conflicto entre indígenas alimentado por intereses políticos y militares en la zona que se desbordaron la noche del 22 de diciembre de 1997, cuando un grupo de paramilitares masacraron a tzotziles de la organización “Las Abejas” que oraban en el interior de una iglesia, en la que murieron asesinados 45 personas, incluidos niños y mujeres embarazadas.
Chuayffet cayó como resultado de ese episodio como un control de daños que hizo el presidente Zedillo para salvar el costo de la tragedia, y Acteal lo alejó por primera vez desde que inició su carrera –que lo había visto como gobernador mexiquense, alcalde de Toluca, delegado en el Distrito Federal, y uno de los fundadores del IFE- de la vida pública, refugiándose en la academia. Regresó a la vida parlamentaria y su última ronda en 2009, parecía la última. En vísperas de concluir su periodo, rindió su informe en Toluca, donde Peña Nieto, quien le habla de usted y lo llama “maestro”, era invitado de honor. Iba a ser su último discurso político. Ya lo había confiado a sus cercanos. “Haré consultorías porque tengo que ganar dinero”, le dijo a un amigo. “Tengo familia que mantener”.
Pero todo cambió escasas dos semanas antes de la toma de posesión de Peña Nieto. En el equipo íntimo del entonces presidente electo se barajaban nombres para diferentes secretarías. Al llegar a Educación, uno de ellos soltó su nombre sobre la mesa. Peña Nieto no dijo nada. Pero cuando salió en la prensa que él sería el responsable de Educación, provocó enorme confusión y escepticismo.
“Es falso, no puede ser”, dijo una de las personas más cercanas a la maestra Gordillo. “¿Cómo empezaría Peña Nieto confrontándola?”, comentó otro. En la prensa misma lo cuestionaban. “¿Pues no querían un secretario que no se dejara mangonear por la maestra?”, decía uno de los colaboradores del presidente electo. “Entonces, ¿qué quieren?”.
Chuayffet no participó en la elaboración de la Reforma Educativa. Los trabajos los coordinó Aurelio Nuño, hoy jefe de Oficina de la Presidencia, y el trabajo fino, elevar la evaluación de los maestros a rango constitucional, lo hizo Enrique Ochoa, recién nombrado director de la CFE. Pero Chuayffet, secretario de Educación en el gobierno mexiquense de Alfredo del Mazo, llenaba el perfil para la recuperación de la rectoría del Estado sobre la educación.
La rebelión magisterial no le afectó internamente porque no fue responsable de lidiar con la CNTE. El trabajo con la disidencia no era educativo, sino político. Los responsables eran –y son- el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y el subsecretario Luis Miranda. La rectoría del Estado sobre la educación era lo suyo. Este viernes, Chuayffet continuó con la tarea. Había advertido que quien faltara a clases, sería despedido. En dos meses, dijo, van 500 cesados por faltar tres veces en un mes sin justificación. Las movilizaciones, en efecto, se han reducido y la beligerancia disminuido. La otra lucha por arrebatarle a los maestros el control sobre cómo y cuándo educan a los niños, sigue su paso.
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