martes, 4 de marzo de 2014

Lidya Cacho - Nuevas castas mexicanas

O P I N I Ó N
L Y D I A  C A C H O
Plan B
Nuevas castas mexicanas

¿A qué clase social per­tenecen usted y sus familiares? ¿Acaso sabe si ba­jo los nuevos esquemas tiene algún familiar desechable? La sociedad mexicana se ha estratificado de formas muy distintas a las que conocía­mos hace 10 años. A partir de que los grupos de delincuen­cia organizada comenzaron a crear una economía paralela, y a tomar territorios, fomen­taron sus propios esquemas en que estratificaron a la so­ciedad mexicana en "castas".

Este esquema empresa­rial dividido en rangos es aceptado por los cárteles y autoridades. Va desde los diferentes tipos de vigías, vendedores, distribuidores, jefes de zona, infiltrados (en las procuradurías y policías, en el Ejército y la Secretaría de la Marina), hasta los polí­ticos A que desde los cárteles buscaron puestos de elección popular, y los B, que recibie­ron recursos electorales del narco y fueron negociando hasta convertirse en aliados (convencidos de que así man­tienen la paz social). Luego están los productores de dro­gas tanto en la agricultura co­mo en las fábricas químicas, también divididos en puestos esquematizados.






La supervivencia y el po­der de cada cártel precisa de cientos de miles de personas que hacen posible su funcio­namiento; detrás de esa po­tente maquinaria están los millones de personas que consumen drogas y ayudan al crecimiento sostenido de la economía delincuencial. En este esquema la vida es absolutamente desechable. En una empresa legal despi­den a quien roba, incumple o miente. En la ilegal simple­mente les matan y ocultan.

Una familia busca con desesperación a su hermano T; lo que saben es que el hom­bre de 27 años estaba en casa de su madre cuando recibió la llamada de un "amigo". Minutos más tarde tocaron a la puerta y aparecieron tres sujetos armados vestidos de verde militar, uno de ellos con pasamontañas.

La familia pidió ayuda a una asociación civil que denuncia desapariciones forzadas. Cuando una acti­vista logró que las autorida­des investigaran, salieron a relucir varios aspectos im­portantes que determinan a qué "casta" pertenece la víctima. El joven "levanta­do" estaba desempleado, su familia admitió que fumaba mariguana. El "amigo" que le llamó antes de que llega­ran los hombres armados era su vecino dedicado al narco­menudeo.

Él supuestamente le pi­dió al desaparecido que le guardara un paquete; ambos hacían apuestas. La familia en realidad conocía sólo una tercera parte de la historia y conforme la autoridad descubrió el contexto, muy pronto determinó que lo más seguro es que el joven no es­tuviera desaparecido vivo, sino muerto. Dejaron enton­ces de buscarle. Pertenecía a la casta de los "culpables naturales" por tener malas amistades o deudas de juego.

En un país en que la dis­criminación racial, econó­mica y sexual domina las interacciones sociales, esta nueva estratificación por castas, creada a partir del empoderamiento del narco, profundiza aún más la segre­gación social. Las autorida­des son incapaces de hablar de este evidente nuevo mapa social que está cambiando la forma en que se investigan los casos de violencia, des­aparición y homicidio, así como admitiendo que hay una valía diferente de la vida de las personas desapareci­das y muertas.

Este es un tema vital para México, porque no son sólo la policía, los ministerios públi­cos y las propias autoridades judiciales quienes piensan así, también una parte de la sociedad está convencida de que hay cientos de miles de personas que pertenecen a una casta desechable y que es mejor que estén muertos, o que no merecen que el Estado invierta en su búsqueda.

El desgaste social e ins­titucional causado por la violencia creada por la ba­talla entre los cárteles y por la guerra federal contra el narcotráfico, nos impide valorar adecuadamente es­ta peligrosa normalización de la división social que las propias autoridades llevan a cabo cuando existe la mí­nima sospecha de que una víctima de violencia forma parte del entramado social de la economía narca.

Nos enfrentamos a un fenómeno sumamente com­plejo que profundiza la debi­lidad del estado de derecho, que abona a justificar la im­punidad criminal y a debili­tar aún más nuestra cultura judicial inepta y parcial, esa que acepta la pena de muerte de los cárteles como ayuda a la autoridad para eliminar a personas no deseables. El Ejército, que controla el 53 por ciento de las operacio­nes de seguridad en el País, opera bajo la lógica de castas desechables también.

Esta práctica anticons­titucional va en aumento y debe ser contemplada por especialistas en seguridad a la hora de asegurar que basta con juicios orales para resca­tar el estado de derecho.

www.lydicacho.net

Leído en http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?id_seccion=104

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