domingo, 22 de junio de 2014

Jorge Zepeda Patterson - Los mirreyes y la ley de la gravedad

Con diferencia de algunos días dos jóvenes mexicanos murieron en el extranjero en condiciones singulares. Suficientemente singulares como para convertirse en noticia internacional. Más allá de la desgracia que significa la interrupción de una vida en ciernes, dos circunstancias llaman la atención: en ambos casos se trata de muertes absurdas originadas en el delirio irresponsable y, en ambos también, se trata de hijos de políticos.

Al grito de “¡voy a hacer historia, voy a detener el barco!”, alrededor de las 5 de la tarde del miércoles pasado Jorge Alberto López Amores se tiró al mar desde el nivel 15 del Crucero MSC Divina. Se encontraba en compañía de otros tres mil 500 pasajeros en un crucero que navegaba por las costas de Brasil. Buena parte de los pasajeros son mexicanos, incluyendo los mil ganadores de un viaje al Mundial promovido por una empresa cervecera. López Amado era uno de ellos.
 
 
 
 
 
 
 

El joven de 25 años, hijo del Procurador de Chiapas, logró su propósito: detener el barco. El enorme crucero interrumpió momentáneamente su marcha para intentar encontrarlo. López Amores consiguió los 15 minutos de gloria a costa de su vida. Aunque se tiró con chaleco salvavidas, “ni siquiera salió del agua” fue el epitafio involuntario por parte de un testigo.

Los pasajeros describen a López Amores como un joven que deseaba socializar con aquellos que admiraba. Durante días había bebido con todos aquellos que tenían ganas de fiesta, particularmente con pasajeros de buena condición social. Los testigos afirman que saltó para impresionar a la periodista Eva Meza, de Sinaloa, a quien había conocido en la travesía. Hay algo que mueve a la ternura en una de sus últimas frases: “Tómenme con su celular, me voy a tirar”. Nadie lo hizo.

Una semana antes murió en Londres Miguel Ángel Lozano Ramos también de un salto, aunque al parecer de manera involuntaria. Con apenas 18 años, el hijo del ex líder estatal del PRI en Nuevo León y actual funcionario de dicha entidad, había llegado a Inglaterra para estudiar inglés. El día de su muerte, 11 de junio, conoció a la rusa Anastasia Tutik, de 19 años, y por la noche fueron a una fiesta a un edificio de apartamentos en el sur de Londres. Un testigo señala que la pareja salió al balcón y comenzó a hacer el amor; para facilitar la tarea Miguel Ángel ayudó a su compañera a sentarse sobre el barandal. Era una acción temeraria; las fotos de la fachada del edificio muestran que se trata de una mera tabla metálica a la altura de la cintura, no más ancha que un pasamanos.

Todo hace suponer que en algún momento la mujer perdió el equilibrio, se aferró a su compañero y juntos se precipitaron al vacío.

No tengo elementos para describir la trayectoria o la personalidad de los dos jóvenes más allá de las trágicas circunstancias en las que murieron. Igual pudo tratarse de dos mexicanos valiosos tratando de abrirse camino en la vida. Pero tampoco es usual que en el lapso de una semana mueran en el extranjero dos jóvenes por razones tan absurdas. En ambos casos la tragedia no es producto del azar sino de la irresponsabilidad que supone vivir al límite. No bastaba el gozo de saberse en la fiesta interminable de un crucero futbolero; había que destacar a cualquier costo, ganarse un motivo para ser admirado así fuera poniendo en riesgo la vida. No bastaba la exultante experiencia que para un chico de 18 años representa el haberse “ligado” a una atractiva rusa de 19 (las fotos dan cuenta de una rubia de belleza clásica); había que hacer algo atrevido y transgresor: hacer el amor en público y en un sitio imposible.

Me pregunto si el hecho de ser hijos de políticos significa algo; después de todo, miles de jóvenes salen al extranjero cada año sin que se maten en circunstancias tan singulares. Me pregunto si ser hijos de hombres de poder los convierte en mirreyes que se perciben a sí mismos como protegidos por un halo de invulnerabilidad. No creo que López Amores y Lozano Ramos quisieran matarse; por el contrario, ambos querían comerse la vida a bocanadas. Lo que sí compartían era la convicción de que podían arriesgarse sin tener que padecer los efectos de sus actos. Como si estuviesen resguardados por un escudo protector, como el que se sabe capaz de transgredir las normas con absoluta impunidad.

Desde siempre han existido juniors en México, pero comienza a proliferar esta subespecie denominada “mirreyes”. Jóvenes que al falso sentido de superioridad que otorga una posición económica desahogada se añade ahora la sensación de poder transgredir las leyes de los hombres y de la gravedad sin sufrir las consecuencias gracias a ser hijos de papi.


@jorgezepedap

www.jorgezepeda.net
 
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.